Hoy es 20 de abril y se habla de

30 años de dulce

Con higos y dátiles, los dulces Carthaginés y Romano con los que Emilio Marín da sabor a las fiestas

24/09/2021 - 

CARTAGENA. Un legionario en plena campaña -es decir, casi siempre-, podía llegar a consumir una media de 6.000 calorías al día, cuatro veces más gasto que este que les escribe sentado delante, como me encuentro, de un escritorio. Por ello, la alimentación de los combatientes debía ser abundante y contundente: el trigo era la fuente básica de su alimentación, pero no desdeñaban nada: la carne era su principal fuente cuando de proteínas se hablaba, pero también disponían de pescado en salazón, o fresco si había un río o mar cercano. Jabalíes, faisanes, ciervos, conejos y hasta osos, que variaba de región en región..., en fin, que las tropas no le hacían asco a nada. La fruta formaba parte de la dieta: los dátiles, uvas, higos, manzanas, moras, ciruelas, fresas granadas, con un alto poder calórico, eran fáciles de trasladar y de consumir, de ahí que no faltaran nunca en su día a día.

Estas pequeñas 'delicatessen' de los combatientes han sido transformadas y elaboradas por la confitería Emilio Marín de Cartagena, un establecimiento clásico en la ciudad: los dátiles y los higos han dado origen a los dulces Carthaginés y Romano que el comercio puso a la venta hace ya 30 años con motivo de las fiestas en las que ahora está inmersa Cartagena y que, septiembre a septiembre, se siguen elaborando sin fallar.

El Carthaginés lleva higo seco, acompañado de almendras principalmente y el Romano tiene dátiles y frutos secos. El dulce ofrece una textura similar al cordial de almendra, como el que se come en Navidad, pero más triturado y blando. "Cualquier dulce elaborado con frutos secos y fruta tiene un sabor exquisito", dice Eva Marín, una de las propietarias de la confitería que nos cuenta las vicisitudes de este tierno producto con el que la empresa cartagenera contribuye a su manera a las fiestas de la ciudad. 

"Algunos años hemos hecho una pequeña exposición de los productos elaborados y nos hemos ambientado vistiendo a las camareras de romanas, ofreciendo además un poco de vino dulce", aunque reconoce Eva Marín que no son precisamente los festeros los que más han colaborado a la difusión de un complemento gastronómico más que añadir a las fiestas. "Buscábamos crear algo típico de nuestras fiestas, queríamos aportar un dulce, pero los festeros no lo han acogido con demasiado entusiasmo. Son más las asociaciones y particulares los que han venido a interesarse por este dulce", hecho 'ex profeso' para septiembre. "He de reconocer que Aníbal no se pasa por aquí cada año a por su dulce", añade la empresaria.

A pesar de no ser un producto estrella, una de las propietarias de Emilio Marín afirma que la aceptación siempre ha sido muy buena. "Creo que lo que la gente valora es que este producto, al igual que el resto de los que elaboramos en esta empresa, es 100% artesanal con buena materia prima; ni se puede congelar ni vender a granel. Hay que cortar los higos y dátiles a mano y lógicamente lo puede elaborar gente profesional". El Carthaginés y el Romano de Emilio Marín se convierten en un pequeño capricho para los paladares festeros y añaden un regusto de alegría a las fiestas que tratan de resurgir tras un año convulso.

De la calle del Cañón a Ángel Bruna, tres cuartos de siglo de evolución

La confitería Emilio Marín fue creada en 1945 "pero si tuviéramos que empezar ahora de cero, buscando nueva clientela, no sé si podríamos sobrevivir", explica con rotundidad Eva, quien considera que en estos momentos se busca más el precio que la calidad. "Gracias a que a lo largo de todo este tiempo hemos conseguido una clientela fiel que valora lo que elaboramos. En las circunstancias actuales, todo habría resultado mucho más complicado".

Recuerda que en un inicio el negocio, fundado por el abuelo Pedro Marín, era una panadería artesanal con el horno en la Cuesta de la Baronesa. La panadería tenía su centro de trabajo en la actual calle del Cañón.  

El negocio familiar se trasladó, a inicios de los 60, a su actual emplazamiento, en la calle Ángel Bruna, donde se empezó a fraguar el germen de lo que hoy en día es la confitería Emilio Marín. La calle, por entonces, no estaba ni asfaltada, y los clientes tenían que acceder al establecimiento a través de tablones dispuestos a tal efecto. Asimismo, era habitual, en aquellos tiempos, ver rebaños de cabras que llevaban su leche recién ordeñada a los vecinos de la zona. 

"Nosotros lo único que hicimos fue adaptarnos a estos cambios y evolucionar como lo hacía nuestro entorno. Así las cosas, se empezó a hacer pastelería. A nuestro surtido de pan y bollos caseros, se empezó a añadir un sinfín de surtido en pastelería, rellena con nuestra crema casera, y con las mejores natas del mercado, en un objetivo que ya empezaba a forjarse como una lucha por la excelencia", explican desde la empresa.

Hoy en día, los nietos de aquéllos que fundaron la confitería -Emilio, jefe de cocina, Eva y Carlos-,"intentamos poner a un establecimiento que lleva toda la vida en candelero, a la cabeza de nuestro sector, estando siempre al corriente de todas las técnicas necesarias para nuestro trabajo".  

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