MURCIA. A la espera de que nuestros munícipes nos expliquen cómo van a gobernar lo de cerrar al tráfico de vehículos particulares el Puente Viejo (que tiene mal gobierno, por cierto), el reencuentro con los lectores de este papel telemático tras las vacaciones agosteñas evoca otras medidas relacionadas con el tráfico que tuvieron que ver con nuestros puentes, y una de las más llamativas fue la adoptada durante el mandato del alcalde Miguel Caballero para convertir dos de los tres existentes en 1970 en vías de un solo sentido.
Sucedió, exactamente, el día 1 de mayo de 1970, poco más de medio siglo hace. Y eran tiempos de muchas novedades en materia de puentes, porque estaba recién inaugurado el llamado de la FICA, por su vecindad con el recinto donde se celebraba la por entonces prestigiosa Feria Internacional de la Conserva y la Alimentación, y porque se aceleraba, por aquellos días, el proyecto de construcción de otro nuevo enlace entre las dos orillas a la altura del Martillo del Palacio Episcopal, al que se llamó, sencillamente, Pasarela, y cuyo nombre oficial es Miguel Caballero, a quien se podría denominar el alcalde de los puentes.
En 1970, el creciente problema del tráfico en la ciudad, infradotada de infraestructuras viarias adecuadas y de circunvalaciones efectivas, abocaba a la búsqueda de soluciones o, al menos, de medidas que resultaran capaces de paliar sus consecuencias para la calidad de vida de los habitantes de la urbe, en forma de ruidos, contaminación, peligrosidad viaria o atascos. Y en uno de los asuntos que se trabajó fue en la mejora de las comunicaciones entre las dos partes de la urbe separadas por el río Segura y sólo unidas por dos puentes.
Desde mediados de los años 50 del pasado siglo se hablaba del tercer puente, pero el proyecto que inicialmente estuvo sobre la mesa no fue el de la FICA, sino el del Martillo. Y ese planteamiento fue contestado arguyendo la mayor conveniencia de espaciar los tráficos entre las dos orillas y llevarlos a los extremos de la ciudad, de modo que una de esas nuevas vías sobre el río iría en el confín de Vistabella, para unir la carretera de Beniaján y las de Alicante y Madrid por medio de las nuevas avenidas de circunvalación que se iban trazando, y dando salida a las mercancías de los productores de agrios de la Costera Sur, como así fue.
La otra propuesta, más complicada, situaba otro puente en la prolongación de García Alix, a espaldas de la iglesia de San Antolín, con el serio problema de afrontar el cruce del paseo del Malecón, que acabaría siendo sobrevolado (y seriamente dañado visualmente) 20 años después, con la construcción del primer tramo de autovía que tuvo Murcia y que viene ejerciendo desde entonces como Ronda Oeste.
Al final, fueron por delante las propuestas de la FICA y el Martillo, por ese orden, aunque para verlas hechas realidad tuvieron que pasar tres lustros. Las obras del primero dieron comienzo mediado el año 1965, justo cuando acababa de producirse en la alcaldía la entrada de Miguel Caballero sustituyendo a Antonio Gómez Jiménez de Cisneros, que pasó a ser gobernador civil de Logroño. Y tres años más tarde se aprobó el proyecto del segundo.
El Puente de la Feria, o de la FICA, fue inaugurado oficialmente el 20 de abril de 1969 por Silva Muñoz, el ministro del Trasvase, y sirvió para sacar de zonas céntricas de la ciudad y de los dos puentes existentes hasta entonces buena parte del tráfico pesado que discurría forzosamente por los mismos.
A ese indudable desahogo se sumó, como queda referido, el 1 de mayo del año siguiente, la transformación de los dos puentes antiguos en vías de un solo sentido, con lo que el Puente Viejo fue, (y sigue siendo, de momento) de entrada al barrio del Carmen y el Nuevo, o de Hierro, o de las Carmelitas, de salida, doblando la capacidad de ambos.
Y no tardó mucho en llegar otra novedad relacionada con los puentes y la reordenación viaria de la ciudad, porque el Puente Pasarela o del Martillo se abrió al tráfico, en un principio de doble dirección, en junio de 1970, si bien su funcionalidad no fue total hasta la apertura de la prolongación de Hernández del Águila, pendiente del derribo de un edificio. Luego, en 1973, llegó el quinto puente, el del Hospital, que ponía termino a una intensa labor que permitió pasar de dos a cinco enlaces entre ambas márgenes del río en solo cinco años.
Pero construir puentes no bastaba para solucionar los problemas de tráfico que Murcia padecía. Ni tampoco establecer direcciones únicas o vías de un solo sentido. Porque el aumento de la población y de los vehículos iba siempre un paso por delante de las medidas adoptadas, y por eso se ha dicho siempre que la Gran Vía, abierta a lo largo de los años 50 del pasado siglo, nació ya pequeña.
Y el asunto no tenía nada de nuevo, porque ya en las primeras décadas de la centuria, cuando apenas había automóviles y aún predominaban los carruajes, se daban instrucciones desde la municipalidad para tratar de hacer más armónica la circulación. Un bando del Marqués de Ordoño, alcalde en agosto de 1929, contenía al respecto curiosas disposiciones, como la de que los “carruajes de tracción mecánica” no podrían circular en el interior de la ciudad a más de 20 kilómetros por hora (hoy se ha situado en 30), y aún deberían disminuirla en lugares de cruce o de peligro.
O aquella que instaba a no emplear “faros de gran proyección” y “sirenas, claxons o pitos” que pudieran espantar al ganado. Y la prohibición, a los conductores de carros, de usar “frases malsonantes para estimular al ganado, y de manera muy especial la blasfemia”. Y qué decir de la prohibición a los ciclistas de circular por las aceras, a la que casi un siglo después habría de añadirse la de los patinetes y, sobre todo, habría de hacerse cumplir.
También se añadía una extensa relación de calles de un solo sentido, buena parte de las cuales están hoy dedicadas en exclusiva a los peatones, como Serrano Alcázar, Arco de Santo Domingo, Basabe, Sociedad, Frutos Baeza, Licenciado Cascales (Jabonerías), San Bartolomé, Oliver, Arzobispo Simón López o Pilar, y otras en parte, como San Antonio, Algezares (González Adalid), Vinader o Ruipérez.
Todo en pro del buen discurrir por la ciudad, con aciertos evidentes y con fracasos patentes. A ver qué toca esta vez.