MURCIA. Los resultados de las Elecciones al Parlamento Europeo confirmaron, en líneas generales, lo que venían apuntando los sondeos, tanto en España como en el conjunto de los países que conforman la Unión Europea: la derechización, palpable, de la sociedad y de las opciones políticas, que llevan al crecimiento de partidos ultraderechistas y/o antisistema. Así, en Francia, el Frente Nacional ha ganado con claridad, arrasando a la candidatura "europeísta" auspiciada por el presidente francés Emmanuel Macron, que ha convocado elecciones legislativas; en Alemania los ultras de AfD han conseguido el segundo puesto; en Italia el partido de la primera ministra, Giorgia Meloni, ha ganado también las elecciones. En líneas generales, Europa vira claramente a la derecha, si bien no tanto como hacían prever algunos sondeos. La mayoría formada por conservadores, liberales y socialistas seguirá ostentando el mando los próximos cinco años.
Sin embargo, el crecimiento de la ultraderecha y su diversificación también contribuye al debilitamiento del "cordón sanitario" que los mencionados partidos del establishment europeo han tendido tradicionalmente a su alrededor, intentando no pactar con partidos de este espacio (de hecho, líderes conservadores como Ursula von der Leyen o Alberto Núñez Feijóo ya hablan abiertamente de la oportunidad de tender puentes con la mencionada Giorgia Meloni, a la que podríamos denominar una "ultraderechista diferente" a los demás (porque apoya a la OTAN y a Ucrania frente a Rusia, fundamentalmente).
Además de Meloni, también la ultraderecha española es excepcional. Por varias razones. Por un lado, en España, como es sabido, la ultraderecha tardó en aparecer como opción electoral nítida, pero desde que lo hizo no han tenido ningún problema para pactar con el PP (podría considerarse que España y la derecha española han sido, en esto, unos adelantados a su tiempo). Por otro, sus resultados en estos comicios, a pesar de la aparición de Alvise Pérez, no llegan al 15%, es decir, se ubican en la franja inferior de este tipo de partidos a escala europea.
La derechización del electorado español se percibe claramente en la comparación de los resultados de estas elecciones con los de 2019 (teniendo en cuenta que entonces los comicios coincidieron con elecciones autonómicas y municipales, lo que tuvo como consecuencia una movilización electoral mucho mayor). El PP ha absorbido por completo los votos que obtuvo Ciudadanos entonces y ha ganado claramente las elecciones, con cuatro puntos y dos escaños de ventaja sobre el PSOE (34,18% frente a 30,19%); pero Vox ha aguantado muy bien el tipo y ha firmado unos resultados (9,62%, seis escaños) que superan a la combinación de Sumar (4,65%) y Podemos (3,28%), que se han repartido - a la baja- los votos que consiguió Unidas Podemos hace cinco años.
Además, la gran novedad de la noche, 'Se Acabó La Fiesta', del agitador Alvise Pérez, que obtiene 3 diputados y un 4,58% de los votos (casi empatando con Sumar), también se ubicaría claramente en el eje conservador, y además en el espacio más radicalizado de la derecha española, con tintes antisistema y conspiranoicos a partes iguales. Podría considerarse una victoria póstuma de Ciudadanos, que con estas elecciones (cero escaños, 0,69% de los votos) finiquita definitivamente su andadura como partido político, dado que fue Ciudadanos (y en concreto Toni Cantó, cuando fue candidato coyuntural de este partido a la presidencia de la Generalitat Valenciana en 2019) quien le dio la alternativa a Alvise como asesor político de los naranjas.
Alvise y su formación, que no existían políticamente y ahora existen, son los grandes triunfadores de la noche. Han aprovechado la gran oportunidad que constituyen para cualquier partido de nueva formación las elecciones al Parlamento Europeo, que son las únicas en las que concurren dos circunstancias de gran importancia. La primera es que no interesan a casi nadie y registran siempre una participación muy baja, que si no coincide con otros comicios suele estar por debajo del 50%. Esto significa que son unas elecciones que los ciudadanos no perciben como cruciales ni significativas para sus vidas, y por eso no votan con mucho entusiasmo. Y, si lo hacen, están mucho más dispuestos a ejercer un voto más libre, menos condicionado por las dinámicas del voto útil y, evidentemente, más gamberro. En unas elecciones al Parlamento Europeo surgió Podemos, se extendió Ciudadanos a la política nacional (en las mismas, las de 2014), y en tiempos más lejanos, en los años 80, surgió la esperpéntica "agrupación de electores Ruiz Mateos", también, al igual que ahora con Alvise, combinando en un proceso electoral la razón política, sea cual sea esta, con las motivaciones de índole judicial (mayormente, conseguir inmunidad parlamentaria).
El segundo factor que convierte a este tipo de elecciones en una oportunidad única para nuevas formaciones políticas es que no hay ningún tipo de barrera o factor ponderador que dificulte su entrada al Parlamento Europeo. En España se han repartido 61 escaños y todos los votos para alcanzarlos valían exactamente igual. No hay barrera de entrada del 3%, ni del 5%, ni hay circunscripciones en donde los votos son más valiosos que en otras, por la sencilla razón de que los 61 diputados se distribuyen en una única circunscripción. Por tanto, el voto útil aquí no tiene razón de ser. En resumen: puede que sean las elecciones que menos interesen a la gente, pero también son las más democráticas.
Exactamente por las mismas razones, estas elecciones suelen suponer un pequeño engorro para los grandes partidos, porque su plácido bipartidismo y dinámicas de voto útil se ven empañados por tan molesta distribución equitativa de los votos. Son unos comicios idóneos para castigar a los grandes. Sin embargo, no puede decirse que haya pasado esto en esta ocasión. El PP ha subido mucho (respecto de sus horrorosos resultados de 2019), ha certificado la muerte de Ciudadanos y ha ganado con claridad las elecciones. Sin embargo, su victoria no es completa, puesto que no ha logrado separarse nítidamente del PSOE y además le ha salido un nuevo competidor en su espacio electoral, Alvise, que tiene la ventaja de que puede conseguir votos no tan claramente inscritos en la derecha política, o radicados en la abstención, y luego sumarlos a las fuerzas conservadoras. Pero no nos engañemos: en la derecha, conforme más partidos haya, peor para el PP y para sus expectativas, en especial porque tampoco parece que Vox se desfonde. El PP tiene un techo con que resulta difícil vender que España se ha movilizado en masa contra el sanchismo (entre otras cosas porque España, si se trata de unas elecciones al Parlamento Europeo, nunca se moviliza en masa, ni a favor ni en contra de nada).
El PSOE, por su parte, ha logrado dar el salto mortal, en estas elecciones, de convencer a suficientes incautos de que las elecciones son "cruciales", "importantísimas", y que nos jugábamos nada menos que la necesidad histórica de "detener al fascismo". Y para detener al fascismo nada mejor que abandonar a los socios "pagafantas" del PSOE, es decir, a Sumar y demás aliados parlamentarios y en lugar de votarles a ellos votar directamente al PSOE. Es decir: el PSOE ha logrado desarrollar una potente dinámica de voto útil en las elecciones menos "útiles", en muchos sentidos, que existen. Con la inestimable ayuda del "Caso Begoña Gómez" y la singular pasada de frenada de un juez al que se le ven las intenciones desde muy lejos, así como del entusiasmo algo imperioso de la derecha española por "vender ilusión" a su electorado.
PP y PSOE salvan los muebles y la política nacional queda, en esencia, como estaba, a la espera de ver si algo se mueve, o se rompe, desde Cataluña. Pero donde sí que hay movimientos de importancia es a la izquierda del PSOE. Podemos certificó anoche su supervivencia y, al mismo tiempo, las limitaciones de Sumar como proyecto poco consistente basado en la agregación de formaciones diversas y el supuesto carisma de su líder, Yolanda Díaz, carisma que cada vez convendría poner más en entredicho, vistos los últimos resultados electorales (no sólo ayer, sino en las elecciones catalanas, vascas y gallegas, todas ellas malos resultados para Sumar).
La izquierda malhumorada de Podemos, al menos, ofrece algo al electorado. Sumar no se sabe muy bien qué ofrece, más allá de postularse como los aliados más fieles y leales de Pedro Sánchez, haga lo que haga éste a cambio. Y lo que éste hace, naturalmente, es apropiarse de su espacio político, entre otras cosas por supervivencia: si el PP logra separarse lo suficiente del PSOE en unas elecciones generales, es posible que sí le salgan las cuentas con Vox, e incluso con Junts y PNV. Pero ayer tampoco sucedió eso. La incertidumbre se abre en todos los socios del PSOE (¿conviene seguir aliados con el PSOE, como Sumar o ERC, o convertirse en socios díscolos, como Podemos o Junts?), pero mientras, ahí sigue Pedro Sánchez, ese hombre enamorado de sí mismo, tan pancho.