crónica política 

Los amores políticos que se llevó la legislatura más tormentosa

En la primera imagen, Fernando López Miras, Ana Martínez Vidal y Juan José Molina, en noviembre de 2020. Foto: A. R. M.

22/08/2021 - 

MURCIA. Hoy socios, mañana adversarios. Si la política es el arte de hacer extraños compañeros de cama, la Región de Murcia se ha convertido en un gran salón de romances políticos. De eso ha dado buena cuenta la legislatura más tormentosa que se recuerda en la Región, que este verano cumple dos años de andadura. Qué poco tiempo parece después de todos los movimientos que se han desatado en la arena murciana. El escenario que nació en el verano de 2019 ha cambiado mucho desde entonces. Sí, se mantiene el pilar más visible: Fernando López Miras y el PP custodian el poder, pero las alianzas parlamentarias han mutado. Muchas de las relaciones han saltado por los aires: desde parejas políticas inseparables hasta otras llamados a serlo y que nunca lo fueron por los avatares del destino. Amores que el viento de la política se llevó...

Miras y Vidal: de aliados a enemigos íntimos

El Gobierno regional, con Fernando López Miras y Ana Martínez Vidal a la cabeza, visita Caravaca de la Cruz en marzo de 2020, poco antes de la irrupción de la pandemia. Foto: MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Durante un año y medio fueron la imagen y la voz del Gobierno regional. El presidente y su portavoz; la máxima autoridad de la Comunidad y la consejera que daba la cara todos los jueves ante los medios de comunicación; el líder del PP y uno de los rostros principales de Ciudadanos, aunque con pasado en las filas populares. Estrenaban maridaje y emprendían juntos el primer Gobierno de coalición de la historia de la Región. Su relación fue casi idílica al comienzo; los dos se protegían públicamente e incluso se piropeaban por su buen entendimiento entre ambos. López Miras llegó a incluso a reconocer que tenía más afinidad con el Gobierno de coalición que en la anterior legislatura, cuando gobernaba en solitario con consejeros del PP. Y el presidente también echaba capotes a su consejera. Hace justo un año, en septiembre, Miras opinaba así de ella, cuando su nombre sonaba para ocupar la Vicepresidencia: "Vidal ha demostrado su capacidad y su compromiso y las puede desarrollar en cualquier sillón del Consejo de Gobierno". 

Martínez Vidal y López Miras, en diciembre de 2020. Foto: ASAMBLEA

Fue uno de los últimos apoyos sinceros en público. A finales de aquel mes Vidal era elegida líder de su partido en la Región e inició un viaje hacia una nueva estrategia de Ciudadanos: más combativo, más reivindicativo, más exigente con su socio. El trato cambió: se volvió más agrio, más tirante. Se tensó con la negociación de los Presupuestos y vivió su punto álgido cuando se conoció el escándalo de la vacunación del consejero de Salud y su cúpula. Ciudadanos fue inflexible y forzó su salida; no le dio tregua al presidente y también exigió una comisión de investigación. Fueron los días más críticos de la convivencia. Poco después todo estallaba por los aires: el partido naranja se aliaba por sorpresa con el PSOE para presentar una moción de censura, lo que certificó la separación definitiva.

Aquel órdago, sin embargo, lo ganó Miras, en lo que resultó la otra gran sorpresa de la legislatura. La operación fue desactivada -tránsfugas y pactos mediante-, el PP retuvo San Esteban y Ciudadanos quedó desterrado a la irrelevancia. Desde entonces el presidente ignora a Martínez Vidal. Evita colocar su nombre en el candelero mediático, enterrando de esa forma el conflicto. Él sigue al frente de la Comunidad y ella forma parte de la oposición. En el debate del estado de la Región así lo demostró: apenas dedicó más de un minuto a tratar la moción de censura y no mencionó a su excompañera, más allá de dedicarle el trasunto que todos usan en el PP para referirse a Martínez Vidal: "ambición personal". Ella, desde aquello, ha sido implacable con la gestión del presidente, crítica, como si de alguna forma nunca hubieran compartido un Gobierno. 

Franco y Conesa: el romance que nunca fue

Diego Conesa e Isabel Franco, en julio de 2019, en la segunda sesión de investidura de Miras. Foto: MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Este es un idilio que nunca se llegó a consumar. Pero si los designios de la política de Madrid hubieran señalado otro camino, Isabel Franco y Diego Conesa habrían estado obligados a entenderse. Es decir, si la brújula de la ejecutiva que lideraba Albert Rivera hubiera elegido al PSOE y no al PP como socio preferente para formar gobiernos autonómicos, el Ejecutivo que hubiera nacido en 2019 habría tenido como principales rostros a Conesa y Franco, los dos candidatos electorales del PSOE y Cs, respectivamente. Aquella historia tenía su fundamento: a los dos partidos les salían las cuentas para gobernar, sin más aliados, sin más compañeros de viaje, con un PSOE ganador de los comicios y un Ciudadanos dispuesto a protagonizar el cambio en la Región.

Nada de eso sucedió. La margarita que deshojó Ciudadanos salió azul popular y no roja socialista: el partido naranja acabaría dando la mano al PP y la espalda al PSOE, y la alianza Conesa & Franco se quedaba en papel mojado. Para colmo, las relaciones entre ambos dirigentes, que no habían empezado con buen pie, se deterioraron a cuenta de aquellas negociaciones, con reproches y desaires mutuos. "Ya que no quiso prácticamente hablar conmigo en el mes de julio, le invito a que se tire cinco horas tomando un café conmigo", comentaba el socialista. Franco, por su parte, siempre defendió que el PSOE "no quería llegar" a un acuerdo. "Yo estuve en las negociaciones. Ellos sólo hablaban de sillones, no de documentos", aseguraba.

Y aunque Franco empezó su andadura como vicepresidenta con una actitud un tanto incómoda con Miras -con algún leve choque, le llamó "inmaduro", al igual que a Conesa-, lo cierto y verdad es que la confianza entre el presidente y ella fue creciendo conforme transcurría la legislatura mientras que el socialista era cada vez más visto como un adversario político. Ahora, tras el socavón de la moción de censura, Miras y Franco están más unidos que nunca mientras que Conesa, que ligó su gran movimiento de la legislatura a una alianza con Martínez Vidal, todavía se lamenta del fiasco de la maniobra para desalojar al PP.

Isabel Franco y Diego Conesa, en julio de 2021. Foto: MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Miguélez y Molina: de codo con codo a darse la espalda

Juan José Molina y Valle Miguélez, en febrero de 2021. Foto: A. R. M.

Durante mucho tiempo formaban una de las parejas más unidas de la Asamblea Regional. Casi siempre se les veía juntos en la Cámara: sentados codo con codo en sus escaños, Juan José Molina y Valle Miguélez compartieron muchas horas de trabajo, tanto en los plenos como en las comisiones. Ella como secretaria de Organización del partido y diputada regional; él como portavoz de Ciudadanos en la Cámara; una más acostumbrada al trabajo discreto y fuera de los focos, él más entregado a la exposición pública. 

La moción de censura los separó para siempre. El choque fue abrupto y días después de la noche de los autos, en el debate de la moción, Juan José Molina cargaba contra los tránsfugas al grito de "sinvergüenzas", dedicándole un sinfín de improperios. Hace nada eran cómplices, ahora son rivales casi a matar. Todo este tiempo de trabajo y confidencias se fue por el garete. Y la política los empujó a caminos opuestos. Ahora ella es la voz del Gobierno, un cargo de máxima exigencia y exposición mediática; y él ha pasado a un segundo plano, relegado en el Grupo Mixto.

Foto: A. R. M.

Vox vs Vox: una brecha insalvable entre afines

El grupo Vox, en 2019, antes de su fractura. Foto: VOX

Eran nuevos, bisoños e inexpertos en política, pero antes se habían dejado la piel por Vox. Dedicaron todo su tiempo libre al partido en los años más duros, cuando las siglas de Vox apenas eran un rumor, cuando Abascal apenas atraía a 30 personas en sus visitas a Murcia. En junio de 2019 consiguieron una hazaña que poco antes parecía imposible. Los cuatro juraron sus actas con el deseo de trasladar sus ideas al pragmatismo de la política pura y dura. Pero el éxito de Vox -que saboreó la gloria especialmente Murcia- y sus nuevas andaduras en la moqueta los acabó enfrentando. El grupo que parecía más unido se acabó quebrando. La dirección nacional receló de sus miembros murcianos y estos también se rebelaron contra las consignas de Madrid. Resultado: contienda, división y finalmente ruptura. Sólo un hombre se mantuvo leal al partido: Pascual Salvador. El resto quedó condenado a sobrevivir sin el respaldo de Vox, aunque por lo menos retuvo el nombre del grupo en la Asamblea.

Juan José Liarte y Pascual Salvador, en 2019. Foto: ABEL F. ROS

Vox expulsó a los otros tres (Juan José Liarte, Mábel Campuzano y Francisco José Carrera) por "decidir unilateralmente el despido de cuatro trabajadores de su grupo parlamentario y quitar como titulares de las cuentas de este grupo a dirigentes nacionales". Los tres afectados se defendieron: alegaron actuar "escrupulosamente" y reclamaron un ‘cara a cara’ con el propio Abascal para ser escuchados. Pero no fue posible y terminaron fuera del partido. El conflicto se dirime hoy día en los juzgados.

Recientemente, en otra ironía de la política, el grupo Vox cambió su estatus con la moción de censura. El voto de sus tres integrantes se convirtió en indispensable para desactivarla, y el PP -con Teodoro García Egea pilotando- se lanzó a por un acuerdo con ellos. Campuzano es ahora la consejera de Educación, mientras que Salvador, el único interlocutor que reconoce Vox, es un diputado raso cuyo voto ya no es imprescindible para el Gobierno regional. La política es así: Vox vino para condicionar las políticas al PP de Miras... y ahora son sus expulsados quienes forman parte del Ejecutivo del PP.

Pascual Salvador se dirige a su escaño. Foto: A. R. M.

Podemos: el primer divorcio

Rafael Esteban, Óscar Urralburu y María Giménez, en 2018. Foto: PODEMOS

Ya casi nadie se acuerda, pero la primera crisis de la legislatura nació en Podemos. Los dos diputados morados presentaban su renuncia apenas tres meses después de constituirse la Asamblea. El líder regional, Óscar Urralburu, se apartaba de Podemos para enrolarse en la formación de Íñigo Errejón. No se fue solo: también dimitía la diputada María Giménez. El partido, que quedó descabezado, tuvo que recomponerse y María Marín y Rafael Esteban ocuparon los dos escaños vacíos.

Rafael Esteban y María Marín, en 2019. Foto: ABEL F. ROS

Hace tiempo que Podemos suturó aquella herida. Aseguran que pasaron página, María Marín es una de las diputadas más activas en la Cámara -una de las voces más severas contra el presidente y su Gobierno- y el nombre de Urralburu es sólo un viejo recuerdo. Pero pronto, muy pronto, será su adversario en las urnas. Más Región quiere hacerse fuerte, al calor del éxito de Más Madrid, y pugnará por los votos más progresistas y verdes. Aquel divorcio de 2019 terminará deviniendo en un pulso en las elecciones de 2023. La política y sus cosas: qué traviesa es.

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