MURCIA. Quién te ha visto y quién te ve, legislatura. La política regional ha dado un vuelco en apenas dos años al escenario que depararon las elecciones autonómicas de 2019. Fernando López Miras continúa como presidente, el único gran pilar que no se ha desplazado de sitio, pero todo ha variado a su alrededor: sus socios de Gobierno ya no son los mismos; Ciudadanos es un grupo parlamentario controlado por diputados expulsados de su partido y Vox no tiene nada que ver con el bloque unido que desembarcaba en las instituciones por primera vez. Hasta los dos diputados de Podemos no son los mismos que prometieron el cargo hace casi dos años.
Si la anterior legislatura (2015-2019) se caracterizó por alumbrar el primer periodo sin mayorías absoluta que, sin embargo, acabó con el reconocimiento unánime de haber logrado consensos importantes -sin ir más lejos, se reformó el Estatuto de Autonomía-, la era actual, la décima legislatura, tiene difícil reunir un adjetivo ecuánime que la defina: la más incierta, tormentosa e insólita en mucho tiempo; o según se mire por barrios: la de los tránsfugas y las compras de voluntades, que dicen unos, la de la traición a un pacto de gobierno y las ambiciones desmedidas, que dicen otros. Con todo, será la legislatura de la moción de censura que puso ser y no fue merced a un giro increíble de los acontecimientos.
La mayoría de los 23 escaños, ese anhelo del poder, se ha transformado al compás de los movimientos políticos. El PP, que consiguió levantarle al ganador de las elecciones -el PSOE- el socio para formar Gobierno, sumaba mayoría simple con Ciudadanos (22 diputados) y se bastaba con Vox como aliado parlamentario. La investidura y los primeros -y únicos- Presupuestos salieron adelante con esta fórmula. Después Vox se fragmentó y al PP le salieron dos alternativas para elegir: o el diputado oficial de Vox o los tres expulsados. Pero la moción de censura volvió a agitar el panorama. Ahora López Miras ha encontrado una mayoría sin precedentes: tres diputados de Ciudadanos repudiados por Ciudadanos, la abstención de otro miembro naranja cuya líder da por apartado del partido "por traidor" y otros tres parlamentarios expulsados de Vox.
Es el Gobierno de los ex. A juicio de Miras, es más estable que el anterior. La oposición, en cambio, clama en bloque por las elecciones anticipadas. PSOE, Vox (el oficial), Podemos y Ciudadanos (el oficial) así se lo piden al presidente, que hace caso omiso. Razones le sobran para negarse: él no puede presentarse como candidato por ley, estaría obligado a repetir la cita electoral en 2023 y, además, se ha comprometido con sus nuevos socios a no activar el botón de los comicios anticipados. Sus argumentos oficiales son la responsabilidad en pandemia. Una razón parecida esgrimía Ayuso y no dudó al final en ir a las urnas.
El presidente murciano presume ahora de que hay más afinidad entre los nuevos socios de Gobierno. También ha restado importancia a la última sorpresa: la dimisión de Francisco Álvarez, a quien el propio Miras nombró al frente de Empleo hace un mes. "Lo ha hecho por buscar la estabilidad parlamentaria", justificó. Claro que antes también presumía de buena convivencia con su otrora socia, Ana Martínez Vidal. Así lo atestiguan las hemerotecas: "Vidal ha demostrado su capacidad y compromiso y las puede desarrollar en cualquier sillón del Consejo de Gobierno", afirmaba Miras en septiembre.
Septiembre: qué lejos queda ahora.
Y eso que el matrimonio que sellaron PP y Ciudadanos comenzó apacible, sin contratiempos internos. Los naranjas, que por primera vez tocaban la moqueta del poder frente a un PP acostumbrado a estas lides -gobierna desde el año 1995-, no fueron un socio incómodo. No al principio. Hasta diciembre no llegó el primer choque. Fue con la Ley del Mar Menor: Ciudadanos decidió mandarla a la Asamblea en contra del criterio del PP, partidario de darle luz verde a través de decreto-ley. No hubo más encontronazos sonoros para un Gobierno que después afrontó el mayor desafío al que se ha expuesto la Comunidad en su historia: la pandemia.
Todo cambió en septiembre. Ciudadanos eligió nueva líder: Martínez Vidal se colocaba al frente. Y el partido moduló el tono: empezó por marcar perfil propio en el Consejo de Gobierno. Comenzó a desmarcarse del PP, a manifestar sus diferencias. Presencialidad, posición sobre la Ley Celaá, sueldos de los funcionarios, restricciones de la hostelería... Hasta que estalló el gran escándalo, que marcó un punto de inflexión entre ambos socios: el vacunagate. El consejero Villegas acabó dimitiendo, forzado por la presión de Ciudadanos. La herida nunca se cicatrizó. Al contrario. La desconfianza aumentó entre ambos -entre peticiones de crear una comisión de investigación y exigencias de remodelaciones inmediatas- hasta desembocar en el gran divorcio: la moción de censura.
Claro que si alguien ha cambiado por completo ese es Ciudadanos. En el verano de 2019, Isabel Franco era la vicepresidenta y principal nombre naranja en la Región. Juan José Molina era el portavoz de un grupo del Gobierno, ya no de la oposición. Valle Miguélez era la secretaria de Organización de un partido que acababa de vivir su mayor éxito en las elecciones generales de abril. Alberto Castillo, el periodista fichado para la política, era designado presidente de la Asamblea. Y Ana Martínez Vidal estaba lejos de tener las riendas de la formación. Cosas de la política: a Franco, especialmente en campaña, se la asociaba con un perfil más próximo al centro izquierda; a Vidal, en cambio, se la relacionaba con un perfil más cómodo con el centro derecha, dado su pasado en el PP. La política y sus ironías del destino.
Otro partido que ha vivido turbulencias internas es Vox. Esta formación aterrizó en la Asamblea con cuatro miembros que conocían bien las entrañas del partido pero inexpertos en gestión pública. Los cuatro creían a pies juntillas en el discurso de Santiago Abascal. Habían mamado el ideario desde el génesis de Vox. Pero su unidad se resquebrajó en mayo de 2020, para sorpresa de muchos.
La dirección nacional expulsó a tres de ellos (Juan José Liarte, Mábel Campuzano y Francisco José Carrera) por hacerse con el control del grupo parlamentario -"por decidir unilateralmente el despido de cuatro trabajadores de su grupo parlamentario y quitar como titulares de las cuentas de este grupo a dirigentes nacionales"-. Ellos, en su defensa, siempre alegaron actuar "escrupulosamente" y reclamaron un ‘cara a cara’ con el propio Abascal para ser escuchados. Un año después, las tornas se han invertido: ahora Campuzano forma parte del Gobierno. El futuro para los tres diputados ha cambiado: de perder peso en la Asamblea a ocupar la máxima responsabilidad de la Educación murciana. Quién lo diría.
También Podemos tuvo que recomponerse al principio de la legislatura. Fue, de hecho, el primer gran cambio de la Asamblea Regional. Óscar Urralburu y María Giménez dimitían para enrolarse en Más Región, la formación de Íñigo Errejón. Su salida provocó un cisma en la formación morada, que se quedó sin dirección regional a falta de un mes para los comicios. María Marín y Rafael Esteban se convirtieron en los nuevos representantes de Podemos en la Asamblea. El partido busca su espacio en el siempre limitado Grupo Mixto.
El PSOE, en cambio, no ha registrado muchos terremotos. Aunque sí ha afrontado una salida interna con final infeliz: la dimisión de Emilio Ivars. Lo que a priori parecía una retirada del primer plano político ha seguido un camino agrio, pues recientemente el PSRM le abría un expediente de expulsión por "filtrar documentación interna a la prensa". Ivars es el secretario general de una de las principales agrupaciones socialista, Murcia Este, que no ha visto con buenos ojos la medida de Princesa. Con todo, este es el único sobresalto para el grupo que lidera Diego Conesa, quien ha tenido que acomodarse al traje de líder de la oposición, aunque el sueño de San Esteban estuvo muy cerca, con la moción de censura.
En todo este tiempo también se han producido incorporaciones y salidas en el Gobierno regional. Se mantiene Javier Celdrán, como hombre de máxima confianza del presidente, aunque en una consejería estrictamente económica; continúan también Antonio Luengo y José Ramón Díez de Revenga. Ya no están, además de Villegas, Beatriz Ballesteros -por discrepancias con Martínez Vidal-, Miguel Motas, Sánchez Torregrosa -que duró apenas 20 días, fulminado por Miras-, ni Francisco Álvarez -que ejerció apenas 26 días-. Pese a todo, López Miras sigue al frente del Gobierno, que remodeló recientemente; el mismo Ejecutivo que se estrenó con una DANA, afrontó la crisis del Mar Menor y ahora lucha contra la pandemia en medio de una marejada política interminable. Nunca una legislatura fue tan intensa.