MURCIA. La moción de censura ha volado por los aires el panorama político de la Región de Murcia. Hace quince días, Fernando López Miras presumía de estabilidad política a pesar de las incipientes y cada vez más evidentes diferencias con su socio de Gobierno. Ana Martínez Vidal comparecía todos los jueves como la voz del primer Gobierno en coalición de la historia regional. Y por entonces Juan José Liarte era un diputado desconocido para los descreídos de la actualidad política. Ya nada es así. López Miras estrena alianzas, conquistadas a contrarreloj, y afronta nuevos malabarismos para sacar adelante sus leyes en la Asamblea Regional. Ciudadanos ha perdido el Ejecutivo autonómico y su grupo parlamentario palidece, deshecho, en la Cámara. Liarte se cuela en los titulares de los medios nacionales e incluso aspira a que su compañera de escaño, Mábel Campuzano, se convierta en la responsable de la cartera de Educación. Es la legislatura de la DANA, la crisis del Mar Menor y la pandemia del coronavirus (y todas sus enormes consecuencias); y desde ahora también es la legislatura de la moción de censura. En efecto, ¿qué otra etapa histórica da más que esta?
Casi la mitad del flamante Gobierno está formado por cuatro consejeros de un partido, Ciudadanos, que ya no los considera como suyos. Y a ellos se puede unir Campuzano, quien junto con Liarte y Francisco José Carrera fue expulsada de su partido tras una pugna interna con la dirección de Santiago Abascal. Es el Gobierno de los ex. El escenario político ha empujado a Miras a buscar nuevos aliados para mantener intactos sus equilibrios en la Comunidad. Desactivada la moción de censura, el presidente saca pecho por la unión de un Ejecutivo que sufrió la "traición" de un golpe interno -"la automoción de censura", que critican- pero que ahora fía toda su fortaleza a los traidores de los traidores. Valga la redundancia.
Miras se enfrenta a un difícil encaje de bolillos para dar luz verde a sus proyectos en la Asamblea. Para sumar con los 16 diputados del PP, deberá convencer a los tres disidentes de Ciudadanos, a los tres ex de Vox y al único diputado reconocido por Abascal. Si aún no se convocan elecciones se explica, principalmente, porque López Miras no puede presentarse de nuevo como candidato, limitado por la Ley del Estatuto del Presidente que acota a dos periodos los mandatos del jefe del Gobierno. José Ángel Antelo se lo pide constantemente, consciente de que las encuestas favorecen tanto al PP como a Vox. Si Miras reúne los apoyos para reformar la norma, a nadie se le escapa que el botón nuclear de las elecciones anticipadas es una posibilidad, aunque él públicamente diga que no es partidario de ir a las urnas en plena pandemia. También decía lo mismo Isabel Díaz Ayuso.
Con todo, el momento de la Comunidad no es precisamente el más estable. La Región continúa sin Presupuestos, que ni siquiera se han aprobado en Consejo de Gobierno y tendrían que superar todo un trámite parlamentario en la Cámara. Las cuentas, en un año tan crucial para la economía, se pueden demorar durante meses. Y la pandemia sigue siendo un peligro real por más que la incidencia amaine: los expertos advierten de que la cuarta ola está al caer.
Guiños del destino, el tablero murciano ha servido al ciezano Teodoro García Egea como una oportunidad para redimirse y tomar impulso. El secretario general del PP no vivía su mejor momento, cuestionado por los malos resultados en Cataluña e inmerso en la diana de las críticas por la estrategia del partido. Pero ha aprovechado un envite crítico para el PP, como era la pérdida de todo un Gobierno en la Región, para erigirse como el 'salvador' a ojos de los suyos. Lo cierto es que su implicación ha sido clave para desactivar la moción. Desde la misma noche en que recibió la alerta de Miras hasta que se cristalizó el acuerdo con Liarte, el número dos de Génova ha estado encima de todas las negociaciones.
Isabel Franco es una superviviente. Lo ha vuelto a demostrar. En más de una ocasión muchos de sus adversarios se atrevieron a darla por amortizada políticamente y al final ella ha ganado la partida: ocupa la vicepresidenta del Gobierno y tiene la gratitud de un partido, el PP, que sabe que gracias a ella no perdió el poder regional. Justo en el momento en que más fuera se vio del Ejecutivo, la consejera encontró la fórmula para seguir más viva que nunca en política.
Fue un grave error subestimarla. Franco había perdido peso en Ciudadanos al mismo tiempo que Martínez Vidal ganaba en influencia. No en vano, pasó de ser la candidata del partido en los comicios de 2019 a quedar apartada de la ejecutiva regional en septiembre de 2020. La consejera de Política Social siempre estaba en las quinielas para salir en la remodelación del Gobierno. Y, sin embargo, nada de eso ha ocurrido: ella se mantiene en su puesto. Además, asegura que no está sola: en su comparecencia con López Miras anunció que contaba con el respaldo de concejales de Ciudadanos, compañeros del partido y afiliados. Esta semana publicaba en redes sociales algunos de los mensajes recibidos en su defensa. Con el tiempo probablemente se conozca el alcance de sus apoyos internos.
Ciudadanos queda tocado y al borde del hundimiento tras el fracaso de la moción de censura. La remontada que el partido se marcó como objetivo tras la debacle las elecciones generales de 2019 se pone ahora cuesta arriba. La formación naranja se valió del último cartucho que le quedaba -ocupar la Presidencia y desalojar al PP del Gobierno- para ganar enteros de cara a los comicios de 2023. Como presidente -presidenta en este caso- es más fácil ganar elecciones -que se lo digan a Pedro Sánchez, por ejemplo-. El momento elegido para la moción de censura es opinable y sus motivos son objeto de debate, pero es legítimo. Verbigracia: el PP no dudó en utilizar esta herramienta en Alguazas para desbancar al PSOE de la Alcaldía, también en plena pandemia.
Sin embargo, la gestión de la operación ha sido un sonoro fiasco. Y mal haría Ciudadanos si reduce todo su análisis al transfuguismo. Denuncias de compra de voluntades y corruptelas aparte, la moción ha puesto de manifiesto las debilidades que existían en el partido. ¿Cómo se puede ejecutar un movimiento de semejante calado con la oposición de cuatro de los seis diputados? En este fracaso hay algo más que mero transfuguismo. ¿Por qué no calcularon bien las consecuencias de la moción? ¿Por qué no cuidaron los puntos débiles? ¿Por qué no valoraron los riesgos? ¿Por qué tardó Inés Arrimadas en llamar a Isabel Franco? Estas fisuras internas son impensables en el PP o en el PSOE. La fragilidad de Ciudadanos ha quedado al descubierto en el momento más inoportuno.
Martínez Vidal ha pasado de copar la imagen de un Gobierno y una de las consejerías más potentes -la de Empresa e Industria, con el Info en sus manos- a formar parte de la bancada de la oposición. Y ha pasado de liderar la tercera fuerza de la Asamblea a cohabitar en un grupo parlamentario de convivencia imposible. Su partido ya no gobierna en la Región, y en Madrid las encuestas son desfavorables. De cuatro a dos gobiernos autonómicos. Triste panorama. La papeleta se antoja muy complicada para la coordinadora autonómica. Vidal asegura que cuenta con el respaldo de gran parte del partido y de la propia Arrimadas. No piensa tirar la toalla, pero reconstruir Ciudadanos en estas circunstancias será un milagro.
La vida depara giros sorprendentes. Hace un año, en mayo de 2020, Juan José Liarte, Mábel Campuzano y Francisco José Carrera se enfrentaron a una pugna con el partido que desembocó en su salida fulminante e irrevocable. La dirección nacional los expulsó "por decidir unilateralmente el despido de cuatro trabajadores de su grupo parlamentario y quitar como titulares de las cuentas de este grupo a dirigentes nacionales". Ellos alegaron que actuaron "escrupulosamente" y reclamaron un ‘cara a cara’ con el propio Abascal, pero sus súplicas quedaron en saco roto.
Perdieron todo el altavoz mediático y el apoyo de Vox, que es la tercera fuerza del Congreso y que tiene en la Región su territorio fetiche. No sólo quedaron expulsados, fueron repudiados por una formación que ya nunca más quiso saber nada de ellos. Su salida los relegó a una posición inferior en la política regional, pues el Ejecutivo (de 22 diputados) se bastaba con el voto de Pascual Salvador para sumar mayoría absoluta. Miras dejaba de depender de Liarte.
Al menos, los tres mantuvieron las siglas de Vox en la Asamblea como grupo parlamentario y desde entonces se liberaron de la disciplina del partido. Se sintieron "libres". En ese aspecto salieron ganando. El grupo se permitió secundar iniciativas que nunca lo harían bajo la directriz de un aparato. Así ocurrió con la petición de una comisión de investigación del 'contrato de las ambulancias'. Aun así, el futuro pintaba negro para Liarte, Campuzano y Carrera. ¿Qué sería de ellos en los comicios de 2023? Era una de las preguntas que cabía preguntarse.
Pero, de repente, todo cambiaba con la moción de censura. Liarte encontró su gran oportunidad para hacerse valer. Recordó a Miras que tenía una serie de compromisos firmados sin cumplir y puso sus políticas encima de la mesa. También se las puso a PSOE y Ciudadanos, pero ellos jamás las cumplirían (por más vueltas que se le quiera dar, el PSOE nunca aceptaría un 'pin parental', por ejemplo). Liarte lo sabía. El grupo Vox, entonces irrelevante, se convirtió en imprescindible para el PP. Y supo aprovecharlo. La jugada le puede salir cum laude, pues Campuzano puede ocupar, ni más ni menos, que la Consejería de Educación. El acuerdo, no obstante, aún no se ha suscrito.
El PSOE quería derrocar al presidente y el tiro no ha salido mal, no: ha sido nefasto (para ellos). El PP conserva su feudo y Miras continúa como presidente; las políticas de educación pueden parar a manos de una diputada que cree a pies juntillas en las ideas de Vox y la Región de Murcia se escora aún más a la derecha. Esta legislatura va camino de convertirse en la más frustrante para la izquierda murciana. Porque jamás tuvo tantas oportunidades como ahora y el resultado sigue siendo el mismo: la oposición. Duras ironías del destino.
Si hubo un contexto propicio para que los socialistas pudieran desquitarse y gobernar la Comunidad era precisamente esta legislatura. En otros años no había más que resignación al rodillo de mayorías aplastantes del PP. Pero esta vez no. Esta vez había posibilidades reales. En 2019, el PSOE ganó los comicios y ahora se planteó una moción de censura con la suma de 23 diputados. Son ocasiones únicas, como nunca antes tuvieron en dos décadas y media a la sombra de las mayorías del PP. Y son dos ocasiones dilapidadas, desaprovechadas, truncadas. Hasta el marco nacional estaba a su favor, con el Gobierno central en manos de PSOE y Podemos, lo que les concedería hilo directo con Moncloa.
¿Qué ha hecho mal el PSOE? A priori, saben que la moción hizo aguas por el fiasco de su socio de aventura, Ciudadanos. Los socialistas, por el momento, evitan pasar la factura públicamente a los naranjas -aunque sí lo lamentan internamente-. El argumentario se centra en la corrupción, el transfuguismo y la compra de voluntades. "Los maletines", que clamaba Conesa, desgañitado, en la Asamblea. Evidentemente, el PP contrarrestó el golpe y puso todo cuanto estaba en su mano por desactivar la moción de censura. El transfuguismo es una actitud reprochable en política. Pero ese argumentario de los tránsfugas, ojo, no existía cuando registraron la moción de censura.
Lo cierto es que el PSOE vuelve a la casilla de salida. El Reglamento de la Cámara impide a los firmantes de una moción de censura volver a presentar otra en un año. Y los apoyos progresistas quedan bajo mínimos (PSOE y Podemos suman 19 votos). En Ferraz no ha gustado nada el fracaso de la moción. Conesa sigue contando con el respaldo del partido, pero las derrotas en política al final tienen su coste.
La puesta en escena tampoco ha sido fina. El debate de la moción, cuya votación ya se daba por perdida, estuvo marcado por un tono muy bronco. Demasiada crispación, demasiada agresividad. Las formas son importantes en política. Conesa era un político que se hizo con el liderazgo del PSOE regional con la fama de ser un dirigente moderado y dialogante. Así se expresaba en la Delegación del Gobierno. Así se presentó en campaña. Y tal vez así lo sea; tal vez la coyuntura obligue a Conesa a sacar un perfil duro que no es el suyo. Porque en muchos plenos de 2020 ha mostrado su talante más agrio. Y especialmente lo exhibió en la moción de censura. Por momento pareció encolerizado, casi fuera de sí. Sus razones tendría -no se critica el fondo, sino la forma-, pero su interpretación se aleja mucho de lo que Conesa transmitía tiempo antes.
El espectáculo de las (pésimas) formas no fue obra exclusiva del PSOE. Durante dos días se escuchó de todo en la Asamblea, en boca de casi todos los ponentes. "Chorizos", "corruptos", "robos", "partido de indeseables", "maletines", "sinvergüenzas", "cloacas" "infames", "mafiosos", "tránsfugas", "Corleone", "hooligans" y "escupir a la cara" fueron algunos de los epítetos que se lanzaron en la Cámara. En cambio, en el primer día de debate, María Marín (Podemos) y Liarte -qué cosas: dos buenos oradores con ideas políticas separadas por océanos- demostraron que hay otra manera de argumentar sin mancillar los modales.