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De fantasmas, vampiros y un monje libertino: leyendas y misterios de Cartagena

2/09/2020 - 

MURCIA. La ciudad de Cartagena esconde en sus rincones historias enigmáticas y misterios que han dejado leyendas que continúan transmitiéndose de generación en generación. En el caso de la ciudad portuaria, su mar, su montañas o la mezcolanza entre la ciudad militar y la industrial la convierten en un enclave muy especial para dar rienda suelta a infinidad de misteriosas historias.

El grupo Rutas Misteriosas se encarga de desvelar algunas de las leyendas y de historias de Cartagena a través de dos rutas que no dejan indiferente, Cartagena Oculta y Cartagena Misteriosa.

La mujer empedrada del Castillo de la Concepción

Si recordamos, Murcia ya contaba con una leyenda sobre un emparedamiento: la joven de la torre del Colegio Mayor Azarbe. Pues Cartagena también tiene su historia de mujer emparedada.

La historia es la de la cartagenera Sol, que se enamoró de un hombre de linaje inferior al suyo. Este amor, según la mentalidad de la época, no era posible. Entonces, el joven decidió irse a la guerra para conseguir ganar el dinero suficiente para casarse con ella, pero acabó la guerra y él no regresó.

Los padres de la chica la casaron con un noble italiano, Rodrigo Rocatti. Ella descubrió que su amor de juventud había sobrevivido a la guerra y que estaba preso, entonces su marido se cargó de celos al saber que esta quería liberarlo. Fue en este momento cuando mandaron emparedarla viva en el Castillo de la Concepción.

El amante consiguió salir de la prisión y llegó al castillo, pero el noble italiano descubrió su identidad y ordenó que lo apresaran. Escribió en un papel: “Por sacrílego y desleal” y se lo clavó en el pecho, pero como todavía vivía, encargó que lo ahorcaran. Todo el trágico final fue contándoselo a su mujer mientras colocaban las últimas piedras para emparedarla, así que la joven lo maldijo para que a los veinte días muriera. Y, se cumplió la maldición.

Desde entonces, muchos murmuran sobre las apariciones o ruidos nocturnos alrededor del Castillo de la Concepción.

El barco en llamas

Era de esperar que alguna historia ocurriera en el contexto del mar y los navíos. La leyenda comienza con un noble que cae enamorado de la cartagenera Leonor de Ojeda, hija del alcaide del Castillo de la Concepción y prometida de Carlos Laredo, morisco que se hacía pasar por cristiano viejo.

El enamorado descubrió el secreto del prometido y lo denunció a la Inquisición, que lo castigó en la hoguera. Dos años después, volvió a Cartagena y fue citado por la hermana de Carlos, quien le dio una pócima para adormecerlo y lo llevó a una galera para darle venganza.

Dicen que el nombre consiguió escapar y con una antorcha se abrió paso por la bodega, pero el barco viró bruscamente, la antorcha cayó y prendió el barco hasta que quedó en cenizas.

Conforme con la leyenda, cada 15 de agosto un estruendo anuncia la aparición de la galera.

Drácula por la ciudad

La famosa obra del vampiro transilvano de Bram Stocker bien es sabida por todos, pero la historia del vampiro de Cartagena un poco menos.

A mediados del siglo XIX desembarcó en Cartagena un ataúd que nadie reclamó, hasta que llegó una carta de La Coruña con la que fue reclamado. Entonces, se puso en marcha el traslado y el féretro viajó hasta la ciudad gallega pasando por Almería, Toledo, Borox, Santillana del Mar y Comillas. En todas aquellas localidades se registraron casos de vampirismo entre los días que el ataúd estuvo allí.

Una vez en La Coruña, el ataúd ya no tuvo dueño y lo devolvieron a Cartagena, reclamado después por un aristócrata serbio residente en Alhama de Murcia y al que, dicen, sólo se le podía ver tras la puesta del sol, el mismo que poco después abandonaría España para no volver jamás.

El monje de San Diego

Cuenta la leyenda que el monje de San Diego consiguió salvar él solo la ciudad del ataque de unos piratas berberiscos. Según ella, este monje tenía un espíritu un tanto libertino y pasaba más tiempo en las tabernas que en el convento de San Diego.

Una noche de embriaguez se enteró de que una nave pirata se acercaba a la costa con la intención de saquear la ciudad, un hecho muy común en aquel entonces en el Levante español.

El monje, sin compartirlo con nadie, se acercó a la torre vigía que entonces funcionaba como faro y apagó la luz para que los piratas no encontraran la entrada al puerto. Además, encendió otra que dirigió a los asaltantes a un arrecife, donde encallaron. Entonces, el fraile hizo sonar las campanas de Cartagena para que salieran todos los ciudadanos y militares y encontraran allí a los atracadores.

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