MURCIA. La pasada semana Podemos lograba irrumpir en la actualidad merced a una sorprendente exclusiva de Canal Red, medio de comunicación de Podemos, sobre Podemos. La noticia es la siguiente: Podemos abandona el grupo parlamentario de Sumar y se integrará en el Grupo Mixto del Congreso de los Diputados.
No es que la cosa haya sorprendido demasiado a nadie; en particular, no ha sorprendido a nadie dentro de Podemos ni de Sumar. La coalición en torno a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, surgió, desde un principio, como un intento de separarse todo lo posible de Podemos. Por parte de los morados, Sumar y las iniciativas de Díaz fueron vistas como un intento de dejarles mal a ellos, de despreciarles y marginarles y, sobre todo, de ocupar su espacio. Por esa razón los pactos entre Podemos y Sumar tardaron tanto en producirse, y se produjeron con tanta desgana y como algo inevitable, aunque en absoluto deseado.
Los escasos meses de cohabitación de Podemos y Sumar, desde que formalizaron su coalición en junio hasta que ésta se ha roto en diciembre, han dado de sí, sobre todo, para constatar esta misma tendencia de fondo. Ninguna de las dos formaciones tenía ningún interés en estar vinculada con la otra, entre otros factores porque una parte muy significativa de los cuadros y partidos agrupados dentro de Sumar provenían de sucesivas purgas y escisiones en Podemos.
Era tal el interés de Yolanda Díaz por desvincularse de Podemos todo lo que fuera posible que vetó (con éxito) la presencia de la entonces ministra de Igualdad, Irene Montero, de las listas electorales, al igual que vetó después la concesión de un Ministerio a Podemos (como puede observarse, el espacio de la izquierda transformadora y su afán por transformar la sociedad a menudo empieza y acaba en el afán por transformar la cuota de poder y de salarios de libre disposición con los que uno cuenta).
En estos meses, se ha puesto claramente de manifiesto -y desde el primer día- que Podemos había quedado desubicado en su estrategia electoral de inicio. La apuesta de Podemos era ir en coalición, que Sumar fracasase y la derecha lograse gobernar, para a continuación separarse de Sumar y constituirse como "izquierda verdadera" frente al gobierno de derecha y ultraderecha que previsiblemente habría en España.
En ese contexto, Podemos podría hacer valer su papel, en el anterior Gobierno de coalición y en una oposición dura, frente a la falta de sustancia de Díaz y a un PSOE en el que, previsiblemente, a Pedro Sánchez le habría sucedido algún mandatario más cercano a la visión de las cosas de la vieja guardia (más "centrado", signifique lo que signifique eso cuando implica que te guste más Vox que ERC, y por ende más alejado de los partidos nacionalistas). Un escenario de "cuanto peor, mejor" que falló por poco en la noche electoral, cuando a Núñez Feijóo se le puso cara de estar cuatro años en la oposición (la cara que continúa mostrando en la actualidad).
Como el plan A no funcionó por el pequeño detalle de la reedición del Gobierno de coalición (que Podemos de ninguna de las formas se podía permitir no investir, al igual que ahora no se pueden permitir derribarlo, aunque estén fuera del Gobierno y en el Grupo Mixto), ahora en Podemos han pergeñado un plan B: salir de un Gobierno en el que no iban a rascar nada, ni puestos, ni gestión, ni poder, y en el que iban a dar sus votos y su asentimiento a cambio de nada, para al menos hacer valer su peso fuera.
Ahora ya pueden permitirse salir de Sumar, una vez la pervivencia del Gobierno progresista está garantizada, en una maniobra que tiene dos caras: intentar que Podemos subsista, aunque sea en términos mucho más modestos que los que alcanzó en el pasado, a partir de los cinco diputados actuales; e intentar debilitar a sus archienemigos de Sumar ofreciendo a su electorado potencial un proyecto alternativo de "izquierda crítica", que es el proyecto de siempre, sí, pero que al menos ahora está nítidamente distinguido de la "izquierda colaboracionista" de Sumar.
Volvemos al principio: ¿tiene futuro Podemos? Pues, en mi opinión, no mucho, aunque es verdad que su situación dentro de Sumar era aún peor. Sus líderes están agotados ante la opinión pública, y lo están desde hace años. El potencial disruptivo del proyecto desapareció, precisamente, por morir de éxito. Pablo Iglesias logró lo que ningún líder a la izquierda del PSOE había conseguido nunca: formar un Gobierno de izquierdas y en él ocupar varios ministerios y una vicepresidencia. Pero eso también evidenció las muchas limitaciones de Podemos, y en especial de su entonces líder, en la gestión de los asuntos públicos, que ni le interesaron ni le gustaron.
Hay muchas personas que votaron a Podemos, no una, sino varias veces, y nunca más votarán a ese partido mientras la cúpula que lo llevó donde ahora está siga al frente. Y es improbable que alguna vez, en lo que quede de Podemos, haya alguien al mando que no sean Iglesias y los suyos, porque precisamente ese sectarismo enquistado y esa voluntad de control es la que les ha llevado donde ahora están.