CARTAGENA. El Mercado Municipal Gisbert de Cartagena atraviesa en los últimos tres años uno de sus momentos más delicados. Decadente y olvidado, ha pasado a ser uno de los focos de venta de productos frescos -pescados, carnes, hortalizas y verduras-, más relevantes del centro de Cartagena a ocupar un espacio vacío y lúgubre a escasos 200 metros del mar.
Solo un puesto, el que regenta Joaquín Espejo, aguanta con estoicismo la embestida de la dejadez municipal, que durante años ha prometido convertir este espacio en un lugar con nuevos usos destinado al turismo y al disfrute de los habitantes de Cartagena.
El pasado año la alcaldesa encargó un proyecto para ver las posibilidades que el mercado de Gisbert podía ofrecer los próximos años y el proyecto elegido fue el dirigido por el arquitecto Valentín Martín Fanjul, que propone convertir esta plaza de abastos a la que nadie va porque carece de puestos en un espacio dedicado a la gastronomía, más concretamente a los gastrobares.
"La transformación de los usos que se propone en el proyecto pretende favorecer las actividades lúdicas y formativas en una arteria urbana que une el casco urbano con el área marítima de la ciudad", dice el arquitecto en la descripción general de su propuesta, quien ha estado acompañado en este trabajo por el arquitecto técnico Julio Pérez Martínez.
Explica que el hecho de que la única fachada está con humedades, además de ser muy opaca "no invita al transeúnte a acceder a su interior. Por este motivo, el proyecto se abre, generando una terraza, de algo más de cien metros cuadrados, que se ofrece a la calle y además es un espacio vinculado a los gastrobares. Para enfatizar aún más este concepto, las tiras de piedra con las que está pavimentada la calle se prolongan hacia este ámbito interior".
Apuesta, de esta manera, por nueve sitios destinados a gastrobares, están asociados a una zona de tránsito con mesas y sillas, además de espacios de aseos y una terraza abierta vinculada a los mismos.
En el lado derecho del mercado se situaría la parte formativa, el aula gastronómica es la pieza principal, la cual tiene relación con una zona de reunión, que también sirve para la degustación. Entre otros espacios hay también un aula de teoría, una administración, aseos y espacios para el almacenamiento.
El arquitecto apuesta en el interior por pavimentar con hormigón de diferentes tonos y a tener la estructura metálica existente para ofrecer una imagen industrial. "Este alzado verbaliza claramente la intervención realizada, con el dibujo de dos cajas enmarcadas y con una piel metálica consistente en una chapa plegada y perforada que es iluminada en su interior, esto unido a los tubos de instalaciones que suben por la fachada, supeditados a los requerimientos de evacuación de humos y a las preexistencias del inmueble", añade en su propuesta.
Estructura, por tanto, el espacio para el ocio y la pedagogía, buscando la vinculación interior y exterior.
El proyecto está sobre la mesa del concejal de Consumo, Manuel Padín, y la alcaldesa también le ha dado el visto bueno, aunque todo está relegado a la búsqueda de financiación para poder llevarlo a cabo. El mismo tendría un coste aproximado de 700.000 euros, y queda supeditado a la inversión que se efectuará primero en el Mercado de Santa Florentina. Además, primero tratarán de resolver la situación de desamparo en la que se encuentra la pescadería Espejo y a su propietario le ofrecerán la posibilidad de ocupar un puesto en Santa Florentina.