MURCIA. Son muchas las voces que empiezan a alzarse contra el uso excesivo que hacemos de las pantallas, sobre todo los más jóvenes y, particularmente, los niños. Estos últimos, desgraciadamente, muchas veces alentados por sus propios progenitores de manera inconsciente o, lo que es peor, para que "los dejen en paz un rato", tal vez para meterse ellos también en las redes sociales, el guasap, el telegram, o los correos electrónicos.
Especialmente destacable en nuestro país resulta la labor de la neuróloga Marian Rojas, que viene alertando desde hace años, entre otros impactos negativos de las pantallas, el que provoca la híper estimulación sobre la creatividad y la imaginación de los más jóvenes. En su opinión, procesar ingentes cantidades de información les lleva a necesitar estímulos cada vez más fuertes e intensos para motivarse, lo que merma su curiosidad, asombro y ganas de querer aprender algo que vaya más allá del mundo digital. Además, el estar enganchado al móvil durante horas les aísla y merma su capacidad de comunicarse cara a cara y, por tanto, de leer las emociones del otro, de empatizar.
"hay una falsa creencia de que cuanto antes se incorporen al mundo digital, mejor"
Desgraciadamente todo esto lo saben muy bien los líderes en creatividad e innovación tecnológica, directivos de las grandes empresas tecnológicas americanas que, según apareció no hace mucho en prensa, evitan el contacto de sus hijos con los teléfonos móviles en sus primeros años de vida, hasta el punto de obligar a las niñeras que contratan a firmar cláusulas en las que recogen su obligación de no hacer uso de sus celulares en presencia de los niños.
¿Y qué podemos hacer nosotros? Muy sencillo, estar presentes en la crianza de nuestros hijos para que no tengan ningún contacto con los móviles durante sus primeros dos años de vida, según aconseja la sociedad americana de siquiatría, y posteriormente educarlos en el uso responsable y en su beneficio de dichos dispositivos. Porque hay una falsa creencia de que cuanto antes se incorporen al mundo digital, mejor. Todo lo contrario, en palabras de Catherine L´Ecuyer, se trata de "educarlos off line como la mejor preparación para el mundo on line".
Porque la imaginación y la creatividad se alimentan del pensamiento divergente, de la capacidad de cuestionarse el por qué y el cómo de cuanto nos rodea. Una forma ésta de pensar que puede ser estimulada en los niños cuando surgen las primeras preguntas ante el mundo que van descubriendo, mediante respuestas abiertas que, lejos de explicaciones simplonas o los "porque siempre se ha hecho así", deja abierta la puerta a la duda, a imaginar otras alternativas por descabelladas que puedan parecer.
Surgen del '¿y ahora qué hacemos?' de los niños de la calle, no los tristemente famosos que vemos deambular entre basuras en los arrabales de algunas grandes ciudades, sino los que hasta hace unos años pasaban sus tardes con sus pandillas correteando por entre calles y jardines o, antes, por los campos y huertos que circundaban las pequeñas ciudades y los pueblos.
De la empatía con los otros, del 'estar' juntos, de la inteligencia colectiva. Unas capacidades que no se entrenan precisamente en los grupos de chavales que vemos en nuestras calles y que, de cuerpo presente y alma ausente, fijan sus ojos y su mente en su pantalla, aislándose de los que tiene al lado.
De la seguridad que nos transmitía un entorno referencial estable desde el que, a modo de campamento base o plataforma de lanzamiento, nos permitía lanzarnos a aventuras y asumir riesgos con la certeza de tener las espaldas cubiertas.
De la imitación de actitudes y conductas creativas. Porque no basta con estar ahí, si se está como un trozo de carne con ojos. Hay que transmitir a los niños el anhelo de hacer algo por ellos mismos.
"Lo poco que usted sepa será agigantado por su imaginación"
De la observación de la naturaleza, no en los documentales de La 2 -que todo llegará- sino al aire libre, descubriéndoles el mundo que les rodea, despertando en ellos el aventurero, el zoólogo o el botánico, que llevan dentro. Cómpreles una pequeña mochila y métale una lupa, unas pinzas, una brújula, un bote de cristal donde guardar alguna semilla o algún bichito, un cuaderno con un lapicito, y salga a caminar por algún sendero del monte y háblele de las plantas, de cómo se alimentan y por dónde respiran, de cómo se reproducen, de las semillas, de los bichos… Lo poco que usted sepa será agigantado por su imaginación. O levántelos de madrugada, cuando todavía es de noche y llévelos a ver amanecer. O aléjese de la contaminación lumínica de su ciudad una noche clara y miren el cielo estrellado, el universo infinito.
Fui a visitar hace poco a un amigo que vive en el campo y, bajo el porche que tiene a la entrada de su casa, había una vieja mesa de madera con cartones, rotuladores gordos, tijeras, cinta adhesiva y pegamento, y otros materiales comunes en todas las casas como el papel de aluminio, y a su alrededor había unas niñas jugando y riendo con las disparatadas caretas que se estaban fabricando. Y un poco más allá, al lado del camino estaba el padre de una de ellas construyendo una casita en un árbol para ellas. Ningún teléfono móvil a la vista. Me quedé estupefacto contemplando esta escena surrealista, como antigua, sin poder salir de mi asombro…
Apostemos por la magia de estar presentes para estimular la creatividad de nuestros hijos.