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MURCIA. Las pasadas fiestas de San Fulgencio y San Antón, los días 16 y 17, no contaron este año con las acostumbradas procesiones de ambos santos por el barrio que lleva el nombre del segundo. Sí se celebraron otros actos, como la bendición y venta de los tradicionales panecillos del santo, la clásica bendición de animales y las celebraciones litúrgicas, amén de la instalación de algunos puestos de venta de productos tradicionales y de atracciones infantiles.
Pero faltaron los santos en las calles de la barriada, momento culminante siempre de las celebraciones, aunque hay que explicar al lector que si bien la romería y fiestas de San Antón tienen un remoto origen, la procesión vino de la mano de su refundada hermandad, que acaba de cumplir 20 años, y la de San Fulgencio empezó a celebrarse en la segunda mitad de los 70 del pasado siglo en San Nicolás, donde se veneró anteriormente la imagen por la Peña de la Panocha, organizadora de los festejos en su honor.
"San Antonio Abad vivió entre los siglos III y IV en Egipto y es tenido por el primer ermitaño"
Como el año pasado ya di cuenta en estos ayeres de lo referido a San Fulgencio, patrón de la Diócesis, y no de la ciudad, como algunos piensan, y de la venida de sus reliquias (y las de Santa Florentina), desde la localidad extremeña de Berzocana, en el año 1594, me ocuparé esta vez de San Antonio Abad (popularmente, San Antón), que vivió entre los siglos III y IV en Egipto y es tenido por el primer ermitaño.
A San Antón acuden numerosos fieles con sus mascotas, más o menos exóticas, y algún que otro animal de granja, en la fecha de la festividad, para que sean bendecidos, tradición que se mantiene en numerosas localidades y que deriva de dos hechos que se le adjudican a lo largo de su dilatada vida. El uno, el entierro de San Pablo Ermitaño, en el que fue ayudado por diversos animales, entre ellos dos leones. De otro, la curación de unas crías de jabalí ciegos, de donde procede la costumbre de representarle acompañado de un cochinillo.
Los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, o Antonianos, fueron una congregación fundada hacia 1095 con el propósito de cuidar de aquellos que sufrían la enfermedad del ergotismo, muy común por entonces, llamada también fuego de San Antón y derivada de la ingesta de centeno contaminado por unos hongos parásitos.
En Murcia, los antonianos se establecieron mediado el siglo XV, ocupando una ermita y hospital anejo dedicados a San Lázaro, extramuros de la ciudad, que servía de lugar de acogida y cuarentena para quienes queriendo entrar a la urbe presentaran síntomas de enfermedad, sobre todo si se trataba de las muchas y terribles epidemias que asolaban el orbe por aquél entonces.
Resulta muy llamativo que a lo largo de la Edad Media se situaran una serie de ermitas, en los accesos a los pueblos y ciudades, dedicadas a santos protectores contra las grandes plagas, y en el caso de Murcia encontramos las que tuvieron como patronos a San Sebastián, San Roque o San Blas, amén de los citados San Antón o San Lázaro. De todas ellas, sólo la de San Antón ha sobrevivido al paso de los siglos y al crecimiento de la ciudad.
La primitiva ermita fue reedificada entre 1694 y 1746, año en el que Francisco Salzillo entregó la magnífica imagen del titular, y ejerció como parroquia desde la declaración de ruina de la antigua iglesia de San Andrés hasta el traslado efectivo de la sede a la de San Agustín, con una procesión que tuvo lugar en la tarde del 28 de noviembre del año 1900 compuesta por el Santísimo Sacramento, la Virgen del Amor Hermoso y San Andrés.
Sin embargo, en la actualidad se enclava en la demarcación de la moderna parroquia de San Francisco Javier, a la que con buen criterio se añadió la advocación de San Antón que, como caso singular, es quien da nombre al barrio.
Sobre el barrio y su antañona romería de cada 17 enero, escribía Martínez Tornel hace algo más de un siglo: "El barrio de San Antón lo constituye la calle de su nombre, dos o tres callejas más y algunos callejones; forma parte de la ciudad de Murcia no más que desde hace un siglo, sin que haya en él casa que pueda ostentar mayor antigüedad. Solamente la ermita de San Antón demuestra ser anterior al tiempo del gran Salzillo. El ensanche de la población por ese lado es tan lento, que todavía hay tahúllas cultivadas enfrente de la ermita, orilla de la calle-carretera y entre las dos grandes fábricas de la seda".
Añadía el maestro de periodistas: "Aquel extremo de Murcia, a pesar de sus excelentes condiciones para su urbanización, no ha prosperado casi nada. Si no fuera por las fábricas da la seda, estaría aún como hace un siglo. Por esto, no es barrio más que de nombre, no tiene espíritu de tal; no tiene familias solariegas; no tiene ni patrono siquiera, pues si alguna vez fue san Antón algo del barrio, si ahora y hace ya algún tiempo hay fiesta religiosa y se conserva la ermita, es por el celo y piedad de la familia de los Martínez, que han heredado el cariño y la devoción de sus padres".
"en la Guerra Civil, el templo fue saqueado y transformado en cuartel, almacén de chatarra y taller de vehículos"
Y terminaba: "Aun sabiendo que allí no hay ninguna fiesta, cumplimos con la tradición de a pasear a aquel sitio, a entrar a la ermita a admirar la magnífica imagen de San Antonio Abad, obra de Salzillo, y hasta comprar algunos duros panecillos del santo, que eran antiguamente como píldoras milagrosas para la salud de los animales. Pero de todos modos, la tradición y la rutina tienen tanta fuerza, que el día que se destruya la ermita de San Antón, cuando no queden allí ni santo, ni piedra sobre piedra, todavía irán los murcianos a pasearse por el solar y a decir, comiendo cascaruja: Aquí estuvo San Antón, el de la Puerta de Castilla".
Poco faltó para que se cumpliera el vaticinio de Tornel en los días de la Guerra Civil, cuando el templo fue saqueado y transformado, sucesivamente, en cuartel, almacén de chatarra y taller de vehículos, salvándose sólo de la destrucción la imagen del santo, por haber sido trasladada poco antes a la Catedral. Pero la ermita se reconstruyó, el venerable eremita regresó a ella, y poco a poco se fue dotando de nuevas efigies, retablos y ornamentos. De hecho, en enero de 1940 ya se volvió a celebrar la función religiosa.
Sin embargo, de la bendición de animales no se encuentra referencia en la prensa murciana hasta el año 1960, cuando se pone de manifiesto que, como era costumbre en las principales celebraciones, se sucedieron las misas desde primera hora de la mañana, y a las diez tuvo lugar una solemne función religiosa en la que ofició el párroco de San Andrés, predicando el rector del Colegio de Capuchinos, "viéndose el templo atestado de fieles".
Al mediodía se celebró la tradicional bendición de animales, y a la una, en el vecino Asilo de la Purísima, se sirvió una comida a 250 pobres de la barriada y sus contornos, costeada por los vecinos y el producto de la rifa de un cerdo. Y por la tarde concurrió mucho público a la acostumbrada romería, amenizada por la banda de la Casa José Antonio (la Misericordia). "Como final de estos actos, se disparó una monumental traca a las nueve de la noche". Traca que pone también término, por esta vez, a esta memoria de nuestro ayer.
Al este del municipio las rentas se desploman hasta los 5.000 euros