MURCIA. Santiago Abascal consumó la decisión más arriesgada de la historia de Vox. ¿Gana o pierde? El tiempo dictará sentencia sobre el coste que pagará tras abandonar la joya de su corona, el capital político más preciado: el poder autonómico. El pretexto oficial son los menores, el reparto de lo que ellos llaman la inmigración ilegal, una barrera intraspasable para Vox. Pero detrás hay motivos y estrategias políticas de fondo. "Nosotros no somos Ciudadanos. Nosotros tenemos palabra", remarcaba esta semana un miembro regional de Vox. Posiblemente ahí está la clave. Vox no quiere ser un partido fagocitado por el socio mayor en una coalición, como le ha sucedido a otras formaciones. Ni Ciudadanos, ni Sumar ni Podemos mejoraron sus resultados electorales tras compartir el Gobierno. A Vox le interesa volver a la agitación, al discurso libre y a marcar perfil propio. Con su salida, se libera de las ataduras de un Ejecutivo y los compromisos con un socio. Pero... ¿vale esa independencia más que la presencia en un Gobierno regional?
Contras. Vox pierde fuerza política, pierde influencia y pierde dinero. Ahora ya no está en su mano el arma más potente para mejorar la vida de las personas, que es un Gobierno. ¿Para qué sirve un partido si no gobierna? ¿No es ese el destino de toda fuerza política? ¿Para qué valen las promesas si no se plasman en la realidad? También reducirá su capacidad de incidencia en las grandes decisiones de un territorio. No es lo mismo ser un socio parlamentario que un miembro del Consejo de Gobierno que susurra al presidente. Otro daño colateral es la imagen que trasciende para Vox. El partido ha demostrado ser un socio menos leal que sus detestados Sumar y Podemos, quienes, con sus roces y sus discrepancias, han sabido sostener siempre al PSOE. Vox, sin embargo, se esfumó a las primeras de cambio ante el primer golpe con el PP y lo abandonó, dejando vacías sus proclamas de estabilidad y unidad. Otro elemento en contra es el mensaje que lanza a sus cuadros y sus dirigentes. Para qué emprender una responsabilidad si no es capaz de soportar el primer contratiempo. Las escenas de los consejeros que desobedecen a Abascal y se aferran al cargo recuerdan al desmoronamiento de Ciudadanos. Y, por último, también está por ver si todos los simpatizantes y afines creen a pies juntillas en la decisión de Vox. Hasta ahora, el discurso de Abascal iba a misa, sin fisuras ni réplicas.
Pros. Vox vuelve a ser libre. Deja de ser rehén de un acuerdo programático y se desliga de la responsabilidad de compartir mensaje con el PP. Ya no le debe nada a los populares. Y nada teme más el PP que un Vox disparando contra ellos y desnudando sus defectos, con el electorado conservador tomando nota. Porque si alguien puede desentrañar las contradicciones de los populares es precisamente un partido de derechas. Además, podrán recitar todo su argumentario sin cortapisas, en un contexto internacional crucial, aliados con los Patriotas Europeos y Viktor Orban, y con nuevas competencias arreciando -dígase Alvise-. También se arrogan el derecho a reivindicar que ellos no son como el resto de siglas, que traicionan sus ideas al pisar la moqueta del poder. Vox, antes que renunciar a sus principios, se va. Ese es una consigna que podrá exhibir -y exhibirá- con orgullo. Y la bandera de la inmigración ilegal no era cualquier cosa para ellos. Vox no es el PP. Asimismo, este nuevo escenario les permite volver a recupera la iniciativa política. Se convierten en decisivos en la Asamblea Regional. Toda medida parlamentaria del PP deberá pasar por sus manos. O condenaría al PP a pactar con la izquierda. Los Presupuestos de 2025 son la primera meta. Hasta ahora lidiaban con la experiencia de un PP más ducho en el parqué de San Esteban, pero, volviendo a la arena de la Asamblea, las fuerzas se igualan.
Contras. El PP vuelve a sufrir a su principal adversario. Hasta ahora lo tenía vigilado, controlado y casi maniatado. Ahora se revuelve en su contra y deberá vigilar el lado derecho, parafraseando la fábula de Robert McNamara, quien decía: "Es mejor tener a ese individuo dentro de mi tienda meando hacia afuera, que fuera de mi tienda meando hacia adentro". Vox no es un competidor cualquiera para el PP. Es el partido que más votos le ha arrebatado. Los populares sienten que la gran mayoría de los votantes eran suyos. Todavía escuece aquella derrota de las generales de 2019, cuando Vox se impuso en su territorio intocable. No será tampoco cómoda la convivencia con un Vox rival en el Parlamento pero compañero en ocho ayuntamientos. José Ángel Antelo volverá a desenfundar uno de los roles que más le gusta: denunciar "la estafa" de los populares, como le gusta decir. Y, por supuesto, el principal inconveniente de perder a Vox es que López Miras no podrá aprobar todo lo que quiera en la Asamblea.
Pros. El PP recupera la etiqueta de centro y moderación que tanto le gusta presumir. Hasta ahora resultaba difícil compatibilizar ese relato compartiendo Gobierno con Vox. Liberado, es su oportunidad de despegar y recuperar la mayoría absoluta que tanto anhela, la misma que tenía en los tiempos previos a Vox. Desaparecido Ciudadanos y tambaleado Vox, es su momento para ganarse al electorado que le dio la espalda y para destaparse como el voto útil frente a quienes rompen pactos y siembran inestabilidad. Además, el PP puede decir -y con razón- que no ha sido quien ha roto el pacto e incluso puede marcar distancias en solidaridad, pues no se ha opuesto a atender 16 menores. También puede presumir de madurez y experiencia. El PP no es Vox. Y 21 escaños son una mayoría sólida, suficiente para mantener el ritmo parlamentario, sabedor de que es difícil que PSOE, Podemos y Vox coincidan en todo. También es la coyuntura propicia para volver a pactar con el PSOE y abrir el abanico. Muchos populares se alivian y sienten que ha llegado el momento de que López Miras emule a José Ballesta.