CARTAGENA. Dicen algunos lectores que no merece la pena escribir sobre Ciudadanos (Cs) porque ese partido carece de futuro. Aunque si así fuese, merecería un velatorio con todos los honores. Después de todo, es la única formación españolista que, por ahora, ha logrado ganar las elecciones autonómicas catalanas. Ese mérito nunca prescribirá, pues Cs demostró que el españolismo no era en Cataluña nada parecido a un indeseable residuo franquista.
No procede en este Pasico comentar los hitos que han conducido a Cs desde su éxito en Cataluña, y luego en otras varias regiones, a la irrelevancia electoral que le pronostican las encuestas, sino solo analizar el curioso fenómeno de que, habiéndose definido últimamente como un partido liberal y municipalista, en la práctica no se comporte de ninguno de esos dos modos.
Hace un par de meses la dirigente de Cs en nuestra región, María José Ros, proclamó que su partido se concentraría en las elecciones municipales, que podrían servirle de refugio durante la previsible etapa de hibernación en los parlamentos autonómicos y en el Congreso. La noticia se vio sazonada con el anuncio de que se buscarían candidatos jóvenes para renovar las listas municipales. Llegaron incluso a celebrar un cónclave en Murcia y otro cerca de Madrid para definir mejor su programa municipalista. Pues bien, a fecha de hoy Cs sigue sin designar públicamente candidatos a las municipales. Ni siquiera en las tres ciudades principales, Lorca, Cartagena y Murcia, en cuyos gobiernos participan, conoce el público quiénes serán los candidatos de Cs.
Y eso no es todo. Su diputada Ana María M. Vidal ha presentado un paquete de medidas claramente municipalista y pretendía pactarlas con el Gobierno regional a cambio de votar a favor de los Presupuestos regionales del próximo año. Había logrado acordar con el consejero de Hacienda plasmar en un documento, que firmaría el propio presidente Miras, la gratuidad de la televisión para los enfermos en los hospitales públicos y una serie de mejoras destinadas a los ayuntamientos de menos de 20.000 habitantes, como arreglar pistas deportivas docentes, potenciar los recursos turísticos o promover viviendas cooperativas para ancianos (ellos los llaman mayores). Pues bien, a pesar del contenido netamente municipalista de esas medidas y de que los votos de Cs no eran imprescindibles para aprobar los Presupuestos regionales, la dirigente Ros y sus colegas han prohibido taxativamente a Vidal culminar su exitosa negociación. Asombroso. Para una vez que Vidal acierta, la corrigen.
¿Y qué hay de su sedicente liberalismo? Si nos restringimos al campo de las conductas personales, en especial las relacionadas con el sexo, indudablemente Cs no es un partido conservador. El problema es que, en la actualidad, ese tipo de liberalismo puramente moral está bastante extendido entre los partidos españoles, salvo en algunos sectores muy conservadores de la derecha y los neopuritanos de izquierda. En consecuencia, no es un rasgo demasiado definitorio. ¿Quién se opone hoy públicamente a las relaciones sexuales entre adultos libremente consentidas, al margen del sexo biológico de los participantes? ¿Y al divorcio? ¿Y a la libertad de expresión? Casi nadie, salvo fundamentalistas diestros o siniestros.
"Un liberal quiere que los pobres dejen de serlo; no que sigan siendo pobres, pero subvencionados"
Por tanto, la piedra de toque del liberalismo se sitúa en la actualidad en el plano económico. Un liberal es alguien que no cree que los deseos sean derechos. Que distingue entre los verdaderos derechos, cuya violación sería delito, como la vida, de los buenos deseos, como ir al cine o veranear. Un liberal apuesta por la iniciativa privada como fuente de autorrealización y de riqueza y, en contrapartida, elude regar con subvenciones todo tipo de grupitos o grupazos, pues sabe que provienen indefectiblemente de los contribuyentes y no ignora que la libertad se agostaría si se generalizasen. No cabe libertad en un Estado cuyo Gobierno exprima a los ciudadanos productivos para dirigir la extraído a los fines que considere oportunos (o electoralmente más rentables). Un liberal quiere que los pobres dejen de serlo; no que sigan siendo pobres, pero subvencionados. Y no; un liberal no es un ser despiadado que pretenda abandonar en la miseria y la enfermedad a los pobres. Por el contrario, es partidario de dedicar suficientes recursos a atender sus necesidades básicas, pero sin exagerar hasta tal punto la protección social que desestimule trabajar o incremente la deuda pública desmesuradamente. En suma, a un liberal le preocupa más la pobreza que la desigualdad.
Pues bien, si se analizan las principales iniciativas económicas de los dirigentes regionales de Cs resulta que apenas ninguna es de tipo liberal. Eso no quiere decir que sean indeseables, sino que son más bien socialdemócratas o incluso izquierdistas. Han hecho énfasis en la ley que concede personalidad jurídica al Mar Menor, claramente opuesta a los ideales liberales. Y el mismo aroma desprenden las enmiendas que han presentado a los Presupuestos regionales. Incrementar las subvenciones a las universidades públicas es un objetivo que el Aparecido comparte, pero un liberal preferiría facilitarles que se autofinanciasen vendiendo servicios y patentes. Reducir aún más las ratios docentes solo conduciría a incrementar las plantillas de empleados públicos sin mejorar ostensiblemente la calidad de la docencia, que depende ahora más de los métodos docentes, los estímulos al estudio y la atención a los alumnos con más dificultades. Sería prolijo seguir detallando las medidas propuestas, en las que no aparece nada del estilo de favorecer la libertad de creación de empresas y de contratación, el estimulo a los conciertos docentes, la reducción de las burocracias, la optimización del gasto público, etc.
Sería positivo que surgiera un partido españolista, municipalista y auténticamente liberal, pero, por motivos difíciles de comprender, no están actuando así los dirigentes de Cs, engolfados en discutir si es preferible pactar con el PP (españolista, pero menos liberal de lo deseable), la opción de Arrimadas, o con el PSOE (ni españolista, ni liberal), la opción de Bal. Y la confusión aumenta cuando resulta que Ros, que ha vetado los acuerdos municipalistas con el PP, apoya a Arrimadas, partidaria de ese tipo de negociaciones, y que Vidal, que ha promovido los acuerdos, apoya a Bal, que pretende diferenciarse a toda costa del PP. Ahí el más coherente es Sánchez, que se opuso a pactar el Gobierno con el PP, apoyó la ILP del Mar Menor y ahora apuesta por el socialdemócrata Bal. Lo demás es confusión. Salvo Padín en Cartagena y Morales en Lorca. Esos sí que son municipalistas.
JR Medina Precioso