MURCIA. Esta semana nos ha dicho el Gobierno Sánchez que lo de la nueva normalidad consiste, básicamente, en seguir llevando mascarilla sine die; mantener los aforos reducidos en casi todo; y poner por medio lo que llaman distancia social, cuando en realidad es asocial. Seguiremos, por tanto, sumidos en la incertidumbre y limitados en el ejercicio pleno de nuestra libertad. Y sin más orientación sobre la fecha en que podamos pasar a la antigua (y añorada) normalidad que un control de la situación que, por ahora, parece bastante lejano.
De momento, entraremos en la nueva normalidad, salvo las comunidades que se aventuren a recortar fechas, el lunes 22 de junio. Y unos cuantos días antes de que esto ocurra, mañana mismo, toca conmemorar una de las fiestas grandes del catolicismo: el Corpus Christi, que antes era uno de aquellos tres jueves que relucían más que el sol (con el Jueves Santo y la Ascensión) y desde 1990 fue desplazada al domingo siguiente.
Obviamente, en esta ocasión lucirá bien poco, porque aunque la fiesta litúrgica no desaparece, la que es llamada 'procesión de procesiones', tan característica de esta jornada, se limitará al interior de la Catedral murciana, donde los asistentes deberán observar las restricciones de aforo, distancia, limpieza de manos y demás. Servirá de ensayo a lo que tendrá que ser, de momento, la 'nueva procesionalidad.
Y se sumará de este modo la Custodia, que por esta vez no podrá ser la monumental obra de Pérez de Montalto, al recorrido claustral que realizan habitualmente otras procesiones de esta índole que tienen lugar en la sede episcopal. Así sucede el 16 de enero, cuando se conmemora al santo patrono de la Diócesis, San Fulgencio, y la urna de las reliquias es portada a hombros por el perímetro interior catedralicio. O el 17de marzo, cuando es el turno del patrón de la ciudad, San Patricio, llevado por la Policía Local. Y, desde luego, la Virgen de la Fuensanta, el domingo siguiente al 8 de septiembre, para celebrar su festividad.
Se echarán en falta, como consecuencia de la supresión de la procesión exterior, los altares en las calles, colocados por diversas cofradías y entidades a lo largo del itinerario, y el grato ambiente que se genera en torno a los mismos durante la víspera. Es la de los altares antigua tradición y vestigio del esplendor pasado de la fiesta. Cuentan que servían de lugar donde depositar la Custodia para dar descanso a su portador cuando eran llevadas a mano, y en origen estaban a cargo de particulares, que tenían a gala acoger por unos instantes, a las puertas de sus domicilios, a Jesús Sacramentado.
La costumbre se perdió en los años posconciliares, para resucitar a finales de la década de los 80 del siglo pasado de la mano de la Asociación de Nuestra Señora de Contra-Pasmo, a la que siguieron otras hasta alcanzar la docena de altares, si bien en los últimos años ha decaído en buena parte el impulso de la primera década de esta centuria, menguando ese singular y piadoso ornato callejero. El caso es que también los altares tendrán que aguardar a mejor ocasión para regresar, como tantas cosas que se nos han caído por el camino de la pandemia y se nos caerán en un futuro.
Lo que nunca volvió en Murcia fue un elemento tan pintoresco como didáctico: los Misterios. Escribía Luis Rubio García en su interesante estudio sobre el Corpus en Murcia en el siglo XV que era uno de los elementos integrados en la procesión que mayor entusiasmo ciudadano provocaba. Eran llamados juegos, entremeses o misterios, que en carros o carromatos adecuados participaban en el desfile procesional, y en lugares principales, previamente señalados, procedían a representar pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, así como vidas de Santos, puestos todos ellos en relación con el Misterio del Corpus.
Los títulos de los Misterios que Rubio García localizó en las fiestas del Corpus del siglo XV serían El Paraíso, La Destrucción del Mundo, El Infierno y los Santos Padres, San Jerónimo, Belén, El Juicio, El Calvario, El Desenclavamiento, La Salutación, Abraham, San José, San Antón, San Francisco, San Jorge, San Martín, San Miguel, El Águila y El Dragón. Los carros, empujados por varios mozos, junto con los actores, marchaban con la procesión, y en unos puntos previamente determinados se estacionaban, se paraba la procesión, y se procedía a representar los Misterios. Acabados éstos, la procesión reanudaba su camino.
En una disposición municipal de mayo de 1480 se determinaba que nadie podría cabalgar o ir a la carrera por la Trapería hasta que se hubieran terminado los Misterios y devueltos al casón donde se guardaban en el Mercado, que debe identificarse en aquella época con la plaza de Santo Domingo, y hubiera pasado la procesión. En eso de no cabalgar por la Trapería debería reactivarse la Ordenanza, a la vista de los numerosos cabalgadores de bicicletas, patinetes, patines y demás que ponen en peligro, con demasiada frecuencia, la integridad física de los viandantes.