TRIBUNA LIBRE / OPINIÓN

¿Podría la Región funcionar como una economía circular?

15/06/2020 - 

Probablemente este término te resulte familiar: economía circular. Es, sin duda, una terminología novedosa para un concepto muy arraigado en la Región de Murcia. ¿No era economía circular cuando se usaban las cáscaras de naranja secas para fabricar perfumes? ¿O cuando se empleaba la pelarza de la almendra para alimentar al ganado? E incluso, cuando se fabricaban juguetes con cartones o envases…

Ahí radica la importancia de la economía circular, que no es otra cosa que la circularización de materiales dentro del flujo de producción, pudiendo ser comprendida en múltiples escalas, desde los hogares y el día a día hasta las grandes industrias de la Región, como las alimentarias. Es tan significativa que está contemplada como uno de los objetivos de desarrollo sostenible en la Agenda 2030 del Ministerio para la Transición Ecológica del Gobierno de España, en concreto en el Objetivo 12 de Producción y Consumo Responsables.

Sin duda, merece la pena que se valore su implementación, desde las escuelas hasta las universidades; desde las industrias hasta el sector del turismo y la hostelería. Es, por ello, un reto para la Región afrontar este nuevo escenario (o no tan nuevo).

¿Crees que nos hemos acostumbrado a la vida “fácil” de comprar, usar y tirar? ¿Crees que ya no se recuerdan aquellos tiempos cuando se intentaba aprovechar todo en los hogares? ¿Crees que las empresas intentan conseguir la circularidad en sus producciones y reducir los residuos a cero?

Quizá solamente tengamos que mirar hacia atrás para creer que es posible y confiar en que la Región de Murcia funcione como una economía circular. Probablemente, ya lo fuimos.

Veamos un ejemplo cercano, como la industria de la almendra. La cáscara, la pelarza (mesocarpio), el tegumento (piel) son los tres principales “desechos”, que incluso, suponen un mayor porcentaje en peso que el producto principal, la almendra. Actualmente, estos “desechos” son comprendidos como productos secundarios, subproductos, que, a pesar de tener menos valor, pueden ser revalorizados para su reintroducción en la producción, su circularización.

La puesta en valor de los subproductos es la columna que erige la implementación de la economía circular. Es decir, mediante estrategias de investigación, innovación y desarrollo, estos “desechos” pasan a ser productos valiosos, que tienen mucho que aportar. Desde la fabricación de compost con la pelarza de almendra o con restos de poda hasta la fabricación de envases biodegradables que contienen cáscara de almendra y suero de leche (YPACK), que incluso retan a los envases plásticos.

Pero ¿realmente se obtienen beneficios implementando estrategias de revalorización de los subproductos por parte de las empresas? La respuesta es un rotundo sí.

Concretamente, el sector de la alimentación, uno de los más importantes para la Región, representa alrededor del 30% del consumo total de energía del mundo y un 22% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero. El compromiso con el medio ambiente es actualmente uno de los aspectos más importantes a la hora de valorar positivamente a una empresa, por ello el 93% de las 250 empresas más grandes del mundo presentan informes en materia de sostenibilidad. Además, las compañías españolas con alta calificación en sostenibilidad han ofrecido una excelente oportunidad de inversión en las últimas décadas, generando retornos financieros sensiblemente superiores a la media.

Por todo ello, la circularización de los subproductos no solamente aporta nuevos artículos o nuevas materias primas, sino que formaliza el compromiso con el medio ambiente por parte de las empresas, algo muy apreciado por consumidores e inversores.

Pero ¿cómo podemos aplicarlo en nuestra vida cotidiana?

Además de las empresas, en casa podemos fomentar las “microeconomías circulares”. Esto es, intentar reducir nuestros residuos a cero, además de reciclar. Es reutilizar, es reparar, es aplicar el ingenio, es entender que los recursos son limitados, es intentar comprar la menor cantidad de plástico posible, es fabricar compost con los residuos orgánicos vegetales para nuestro huerto, es exigir contenedores de reciclaje, es llevarte los residuos contigo cuando sales al medio natural, es comprar lo necesario…

Porque es cuestión de todos, desde las empresas hasta nuestros hogares, remar hacia la economía circular, hacia la reducción de los residuos, y con todo ello, favorecer la conservación de nuestro entorno y nuestra propia vida.

Francisca Carrasco es investigadora en el Real Jardín Botánico de Madrid


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