CARTAGENA. Se escucha a menudo aquello de salir de tu zona de confort como un mantra para tener una experiencia vital más completa. Como algo necesario para ser mejor. En el caso de Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978) el pisar terreno inexplorado viene de su "lucha constante contra el aburrimiento", como explicó en el encuentro con los lectores que tuvo lugar en el Nuevo Teatro Circo de Cartagena, dentro del ciclo Leer, pensar, imaginar organizado por el Ayuntamiento de Cartagena que fue moderado por el escritor murciano Miguel Ángel Hernández. De esa "necesidad" de renovarse constantemente nace la novela Malaherba (Alfaguara), la primera de ficción que escribe el periodista gallego. Con motivo de la presentación en Cartagena de su novela, el periodista de El País atiende a Murcia Plaza para charlar de la vida, los prejuicios y las emociones. Una forma de pensar en otros mundos, ahora que la vida se ha vuelto del revés y amenaza con un duro invierno.
-¿Qué le anima a un periodista de éxito a escribir una novela?
-(Mira con cara de no estar muy seguro de ser un periodista de éxito antes de responder) La posibilidad de estrellarte. El hecho de hacer algo en lo que no eres versado, que no controlas. Y el tener una vía de escape de la actualidad. También fue algo generacional. Cumplí cuarenta años y hay gente que se compra un coche, se pone pelo, se divorcia… Me apetecía hacer algo diferente. Entre los 20 y los 30 hice periodismo local. A partir de los 30 hice periodismo nacional, cambié de ámbito completamente, haciendo lo mismo, pero en otro sitio con más repercusión. Y siempre tenía la idea de escribir ficción. Me atraía.
Cuando haces algo a lo que no estás acostumbrado existe el riesgo. Y cuando existe el riesgo, existe el entusiasmo. Mal que bien sé hacer crónicas, columnas. Sé cuándo lo hago bien y cuándo lo hago mal. Novelas no. El hecho de escribir era algo que me entusiasmaba por la posibilidad de hacer algo a lo que no estás habituado. Existe la posibilidad de que no valgas para eso. Ese riesgo da vértigo, pero también es bonito a la hora de escribir. Supone un aliciente el hecho de pisar un terreno que no has pisado nunca.
-"Es más peligrosa la pena que el odio. El odio puede destruir todo lo que odias, pero la pena lo destruye todo", dice el protagonista en un momento de la historia. Parece que hables de esta nueva realidad.
-Tiene más que ver conmigo. Sé lo que es la pena, el dolor y, sin embargo, no sé lo que es el odio. Sé que hay gente que cuando odia, focaliza el odio en algo y lo puede destruir. En mi caso, la pena no la he sufrido. Una depresión lo arrasa todo a tu alrededor. A veces, no hablo de la depresión sino de la pena, también haciendo daño a los demás. Ese discurso que me comentabas lo pongo en boca del protagonista porque lo siente. Yo lo pienso, pero no lo he sentido. Nunca he tenido una pena que haya arrasado todo, ni tampoco odio. Me parece una pérdida de tiempo.
-¿Un niño explica mejor el mundo que un adulto?
-Un niño explica muchísimo mejor los prejuicios que un adulto. Porque no los tiene. El niño que no está mediatizado por el mundo, por sus padres, sus amigos, el mundo exterior… Desde luego puede explicar mejor el mundo que muchos adultos. Una parte del mundo, no vamos a ser ingenuos. Una persona tiene que crecer y vivir experiencias. En el ámbito en el que se mueve este niño, que es el del descubrimiento del amor, del sexo… Él, por ejemplo, no le da ninguna importancia al hecho de que le pueda gustar un niño de diez años. Le gusta y ya está. No está condicionado por ningún prejuicio, ningún odio a la diversidad sexual… Lo vive de una forma muy natural. Los prejuicios empiezan después. A esa edad a la que se va haciendo mayor y todavía no está condicionado es una edad muy sana, muy limpia. Porque está libre de prejuicios y porque entiende el mundo como lo entienden sus emociones. Sin estar intoxicadas por nada exterior.
-Nos abre los ojos.
-Nos puede abrir los ojos desde luego. Tengo un hijo de ocho años que me abre los ojos en muchas cosas. Hay situaciones en las que te hace pensar: "Esto debería ser así. Tendría que haber sido así siempre". Y este niño (el protagonista, Tamburino) vive como viví yo en una ciudad muy pequeña (Pontevedra). En esa ciudad no existían los homosexuales. No los veías. Hasta que tuve 20 años. Es duro decirlo pero es así. Imagina los pueblos o aldeas. El protagonista del libro empieza a sentir cosas que no sabe que son porque no conoce el amor. No está atento a esas cosas, a saber que es enamorarse. Son sus compañeros de clase los que le empiezan a decir palabras que no entiende. Como además es un niño ultraviolento, con accesos de ultra violencia, al final todos se tienen que callar. No es una novela sobre el bullying, iba a serlo, pero no lo es. Es una novela de autodefensa. Es un libro de "no me vais a destruir, antes me destruyo yo y os destruyo conmigo".
-La novela tiene un tono muy irónico, de humor en algunos casos, y explica el mundo a través de los ojos de un niño, dejando en evidencia los prejuicios absurdos que tienen los adultos. ¿Es más fácil afrontar los problemas desde el humor?
-Sí. No tengo ninguna duda. El humor es lo mejor que me ha pasado en la vida. El poder disfrutarlo de los demás, el poder hacerlo yo en cualquier circunstancia. Siempre intentando no hacer daño a nadie, porque el humor puede ser muy hiriente. Pero en un niño no es hiriente nunca. Puede alegar desconocimiento. Tengo claro que el humor del protagonista es mi humor. En la forma de ver la vida, de afrontar los problemas y las preocupaciones. Siempre intento que incluso en las situaciones más dramáticas haya un prisma de humor. No te voy a decir esto de "arrancar una sonrisa" a la gente, porque hay momentos en los que no quieres una sonrisa, pero a veces la tengo yo y eso me reconforta. El humor ha sido el mayor tranquilizante que he tenido cuando las cosas vienen mal dadas. El poder reírse de uno mismo. Es algo que me encanta y que he ejercido muchas veces al escribir. Me ayuda mucho a desdramatizar. Cuando estás jodido por algo, intentas verlo desde el humor. Con un límite, no puedes ser tonto.
-Leyendo el libro coges el estilo de tu forma de escribir en prensa, un poco de la misma manera que le sucede a Elvira Lindo. ¿Tuviste una idea preconcebida del estilo a la hora de escribir la novela?
-Hace poco me quité de Whatsapp. Pero cuando tenía escribía muchísimo y con los amigos del colegio escribía como si tuviera once años. Hacía las bromas con ese tono. Me gustaba mucho. Pensaba que tenía que hacer una novela que hablase así y pensase así. Es muy difícil porque tienes que regresar a esa edad, pero incluso cuando repaso la última parte del libro y me encuentro con palabras que repito, con cosas de estilo que no están muy ligadas a mí pienso: "Es que un niño piensa así". La espita es esa. El poder meterme en la voz de un niño es muy agradecido. Es lo más cerca que he estado de volver al pasado.
-Hablabas en tu último artículo de opinión sobre cómo el Gobierno está jugando con la paciencia de todos nosotros. Como madridista que eres, ¿nos dará paciencia el Madrid este año o nos la quitará antes?
-(Risas) Con el Madrid hay que tener paciencia hasta el segundo antes de que nos eliminen de cualquier competición. Estoy convencido. En la Liga igual. Como se demostró ayer (empató el Madrid ante el Monchengladbach en el minuto 93) y yo tuve paciencia en Lisboa hasta el 93. Solo cuando se acaba, la paciencia se acaba. Ese es un rasgo muy definitorio del aficionado madridista. La paciencia solo se acaba cuando se acaba el equipo. Hasta que haya un segundo en el que todo sea posible, la paciencia existe.