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como ayer / OPINIÓN

Et in pulverem reverteris (y al polvo volverás)

18/02/2021 - 

MURCIA. Ha comenzado una nueva Cuaresma, el tiempo señalado por la Iglesia para andar un camino que conduce a la Pascua, y que será recorrido con pandemia o sin ella. Hace un año, quedaron quebradas las celebraciones propias de esta cuarentena por la otra cuarentena, la que nos encerró durante buena parte de aquella extraña primavera de enclaustramiento forzado. Pero pese a las iglesias a cal y canto, y a la ausencia de las procesiones, el ciclo litúrgico se cumplió, y el Tríduo Sacro fue oficiado, aunque fuera a puerta cerrada y retransmitido por televisión.

En esta ocasión son otras las perspectivas, pues será posible, si no se tuercen las cosas, la asistencia a los cultos, y aunque volverán a quedarse los pasos en el templo, aunque las túnicas no abandonarán sus fundas y los nazarenos verán frustrados sus afanes, los rituales ricos y llenos de significado que son propios de la Semana Santa podrán serán participados por los fieles en los días más grandes del año.

"Cuando sonaron las campanadas, la plaza de Belluga siguió igual de vacía en lugar de verse inundado por una madrugadora multitud dispuesta para el rezo piadoso de las 14 estaciones"

Las cofradías inician, pese a que la culminación de sus esfuerzos y actos devocionales no será la salida procesional, sus tradicionales cultos, comenzando por los coloraos, que ya rezan desde ayer en el Carmen al Cristo de la Sangre colocado bajo elegante dosel en el altar mayor. Y todas se esforzarán en honrar a sus imágenes titulares con la mayor solemnidad, con los más adecuados acompañamientos musicales, con todo el rigor litúrgico. Y eso, a pesar de que habrá que cuidar ciertos detalles, como el aforo o las distancias, y de que habrán de omitirse, o restringirse, determinadas ceremonias, como los besapiés.

Pero lo que se ha echado ya de menos, cuando ultimo estas líneas, es el viacrucis callejero que a las 6:30 de la mañana del Miércoles de Ceniza y de cada viernes cuaresmal, desde hace décadas, recorre las calles más céntricas para concluir con la celebración de la santa misa en la Catedral. Cuando ayer sonaron las perfectamente identificables campanadas de la media en nuestra esbelta torre, la plaza de Belluga siguió igual de vacía en lugar de verse inundado por una madrugadora multitud dispuesta para el rezo piadoso de las 14 estaciones.

Esta tradición fue instaurada por Acción Católica en los años de la posguerra, pero la práctica de esta devoción, que rememora el camino de Cristo desde el Pretorio de Pilato hasta su sepultura, sobre todo en tiempo de Cuaresma y Semana Santa, viene de muy atrás, y es tradición que fue el franciscano Alonso de Vargas quien la estableció en Murcia, fijando los catorce hitos en el entorno del convento de Santa Catalina del Monte.

Fueron también franciscanos quienes trazaron en zonas aledañas a sus recintos conventuales de San Francisco, a la entrada del Malecón, y San Diego, en el lugar que hoy ocupa el jardín de la Seda, sendos caminos de la cruz, del segundo de los cuales es el último vestigio la capilla situada en la esquina de lo que fue Fábrica de la Pólvora, justo donde arranca la calle llamada, por tal motivo, Pasos de Santiago; como fue también recuerdo postrero del primero de los citados la ermita del Calvario, más allá del cruce de las Cuatro Piedras, donde se veneró al Cristo del Perdón hasta su traslado a San Antolín.

Ambos fueron erigidos en el tramo final del siglo XVII, y el primero fue el de los frailes llamados alcantarinos que en octubre de 1683 hicieron donación de un lugar próximo a su cenobio a la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y Santos Pasos, de la parroquia de San Miguel, para que erigiera la ermita del Calvario, antepenúltima de las estaciones del Vía Crucis, que tenía la primera de ellas en la referida capilla de los Pasos de Santiago. Discurría por la calle de ese nombre, y doblaba luego, más o menos por donde está ahora la que lleva el nombre de Isaac Albéniz, y desembocaba en San Antón. Hace una centuria, aún se podían ver cuatro de las estaciones originales.

El otro Vía Crucis fue autorizado por el municipio en 1687, dando respuesta a la petición realizada por los franciscanos, que lo situaron a lo largo del popular paseo que ha servido a lo largo de siglos de muro defensivo frente a las riadas. Iba desde la entrada, donde estuvo la capilla de la Flagelación, con un Cristo llamado el Señor del Malecón, hasta donde se hallaba la indicada del Calvario.

En cuanto a esa otra expresión fervorosa que es el besapié o besapiés, que de las dos formas es adecuado escribirlo, y que deberán ser sustituidos por respetuosa inclinación de cabeza, los más concurridos, desde hace muchos años, son los del Rescate, en la iglesia del San Juan Bautista, el primer viernes de marzo, y el del Perdón, en la mañana del Lunes Santo, cuando el Cristo es bajado del retablo de San Antolín para ser colocado en su trono procesional a las 12 del mediodía.

Pero hay y hubo otros, más o menos recordados y frecuentados. Como los que aún hoy tienen lugar, en ese señalado primer viernes de marzo, en el convento de las Agustinas y en el Carmen a sendas imágenes de Jesús de Medinaceli. O el de la mañana del Jueves Santo al Cristo de la Misericordia, en San Miguel, antes de llevarlo a San Esteban para situarlo en el paso.

Tuvo su besapié en tiempos el Cristo de la Sangre, que allá por los años finales de los 40 se celebraba el día de su festividad, primer domingo de julio. Y aún lo tiene el Nazareno de la Penitencia, en la Iglesia de San Pedro, acto cuyo origen se encuentra en el desagravio celebrado tras ser la imagen incendiada por un pirómano en junio de 1986.

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