MURCIA. En estos días ha sido noticia la histórica ermita del Pilar por la cesión del uso del inmueble por parte del Ayuntamiento de Murcia al Cabildo Superior de Cofradías, el órgano que aglutina desde 1947 a las que sacan a las calles las procesiones de la Semana Santa.
Lo primero que se han preguntado muchos, al ser conocedores del hecho, es qué pintan nuestros munícipes cediendo iglesias. Sin embargo, la razón es tan obvia como ignorada por el común de la ciudadanía: la ermita del Pilar es propiedad del Ayuntamiento desde que le fue cedida el 4 de diciembre de 1684 por su fundador, el corregidor Francisco Miguel de Pueyo, que la alzó como agradecimiento a la Virgen por haberle salvado la vida al incrustarse en la venera o escapulario que llevaba sobre el pecho la bala que le dispararon en aquel mismo lugar una noche en la que marchaba de ronda.
"El reto para los cofrades consiste ahora en adaptar aquellas dependencias y darles el uso adecuado"
Ahora, el Cabildo de Cofradías, que disponía de un local en un entresuelo de la calle de Isidoro de la Cierva, podrá establecerse en una sede capaz de conjugar la condición de sede social y religiosa en el corazón de uno de los barrios más semanasanteros de la ciudad, como es sin duda el de San Antolín, y a 500 metros, o menos, de siete iglesias donde residen hermandades penitenciales: San Nicolás, Santa Catalina, San Pedro, la propia San Antolín, Jesús Nazareno, San Miguel y San Bartolomé.
El reto para los cofrades consiste ahora en adaptar aquellas dependencias y darles el uso adecuado, tanto en la vertiente social y cultural como en la litúrgica, dando cumplimiento a un antiguo anhelo y haciendo posible que la representación de una de las celebraciones pasionarias más antigua, arraigada, valiosa y singular de toda España cuente con unas instalaciones y una programación de actos acorde con su prestigio.
Y todo ha de girar, como resulta patente, en torno a un edificio, legado histórico, artístico y devocional de la Murcia de finales del XVII, del que se pueden contar algunas cosas más que la curiosa historia de su origen. Empezando por el hecho de que la fachada de Levante del templo se apoyara sobre la muralla árabe de la ciudad, como tantas otras edificaciones entre las que se puede citar, como uno de los ejemplos más patentes y hasta espectaculares, el lienzo y torres del recinto defensivo descubiertos, y conservados, cuando se derribó el convento de las monjas Verónicas.
Este hallazgo se produjo en una de las restauraciones más concienzudas llevadas a cabo, y el lienzo de muralla quedó al descubierto, pero con la última actuación llevada a cabo el pasado año se llegó más lejos y, como podrá comprobar el paseante rebuscador, se ha permitido la visión de los restos de la escalinata de acceso al adarve del muro, esto es, al camino de ronda situado en lo alto del mismo.
Historia curiosa es también la de dos de las imágenes que se veneraron en este templo, debido al patronato que el Ayuntamiento ejerce sobre él desde hace cerca de tres siglos y medio.
Una puede contemplarse hoy en la vecina parroquia de San Antolín. Es la Purísima de los Carniceros, la que presidió desde una hornacina la derruida Carnicería que dio nombre a la que hoy llamamos plaza de las Flores, como ya se relató en uno de estos ayeres. Cuando a finales del siglo XIX la piqueta acabó con el lugar de venta de carnes, edificio municipal, la imagen fue llevada a la ermita del Pilar, de donde pasó medio siglo después al templo parroquial del barrio. Es considerada como una de las últimas realizaciones de Salzillo, que falleció sólo un año después de entregarla.
La otra pieza significativa es San Patricio, patrón de Murcia, razón más que evidente para su veneración en la iglesia de propiedad municipal. La talla era trasladada a la Catedral para recibir culto, en especial en el día de su celebración, el 17 de marzo, cuando aún es llevada por el interior de la sede episcopal a hombros de la Policía Local, pero también para participar en la procesión del Corpus. Finalmente, quedó de forma permanente en el primer templo diocesano.
"hablar de la ermita del Pilar es hacerlo también de numerosas intervenciones para reparar esa parte tan desconocida del patrimonio municipal"
En el terreno de lo anecdótico, puede traerse a colación la sesión del Pleno del Consistorio de julio de 1870 en la que durante más de una hora fueron objeto de debate cuestiones tan inusuales en dicho foro como quién debía ocupar la casa aneja a la ermita, si quien lo venía haciendo o el sacristán; o quién habría de ejercer como capellán, habida cuenta de que quien ostentaba el cargo se encontraba ausente de Murcia; por no hablar del acuerdo de que se dijera en el templo misa todos los domingos y se rezara el rosario todos los días.
Sobre el asunto de los cultos a los que se obligaba el capellán se volvió en 1891, poniéndose de manifiesto que no se cumplía con lo establecido, por lo que se instó al reverendo en cuestión a que se ajustara a dar cumplimiento a lo acordado. La consecuencia fue la renuncia del capellán.
Y hablar de la ermita del Pilar es hacerlo también de numerosas intervenciones para reparar esa parte tan desconocida del patrimonio municipal. Como la que se acordó, por ejemplo, en octubre de 1884 para retejar por importe de 125 pesetas. Una necesidad de la que no era ajena la casa del sacristán, que había de ser abandonada por sus moradores cada vez que llovía.
En mi recuerdo está la que se afrontó con el arranque de los años 80 del pasado siglo, para evitar la completa ruina de un inmueble que, ante su preocupante situación, llegó a ver sus venerables fachadas apuntaladas. El asunto coleaba desde 1976, y se había agravado al extremo de evidenciar signos bastantes de que aquello podía venirse abajo en cualquier momento. Se llegó a tiempo, y se reabrió al culto.
Para concluir, quede constancia de los tiempos en los que el Ayuntamiento asistía corporativamente a la función solemne que tenía lugar cada 12 de octubre en la ermita del Pilar. Otros tiempos, sin duda. Como los nuevos tiempos que ahora se anuncian.