MURCIA. La ministra Irene Montero está cogiendo un aire de cabreo permanente, por uno u otro motivo, llegando a unos niveles en los que, hasta cuando celebra, parece hacerlo con rabia. Como una Grinch de la Navidad, su irritación salta ante la divergencia de opinión frontal, quizá sucumbiendo a un pasado que siente como un lastre y le condiciona su visión del presente. Quisiera imponer su criterio de la misma manera que la otra desearía acabar con la Navidad para alcanzar el sosiego. Es una paradoja que se parezca cada vez más a una mujer resentida, que es un estereotipo del patriarcado de libro, y haga suyas a veces las formas de la ultraderecha que tanto la altera. Hay una especie de mimetismo en las respuestas extremas y un boomerang lesivo contra quien entra en el siempre estéril terreno de la bulla.
"La gente que tiene conflictos consigo misma no debería ostentar un poder público"
En otro orden de irritación colectiva, reciente es la que sentimos los españoles ante la debacle del Mundial en el país del vil metal. Pero en este caso se han superado de tal manera los límites, que nos hemos asentando rápido en el pasotismo por mera estrategia de autodefensa con un claro afán de alejarnos de la gilipollez ajena y la falta absoluta de autocrítica de los jugadores, del ex seleccionador y del inamovible Rubiales. En este contexto paseaba hace pocos días por Vigo, y me detuve ante el escaparate de la tienda oficial del Celta. En él se exhibe la equipación de Iago Aspas y sus botas, y fue entonces cuando me asaltó el criterio selectivo del visionario supremo que andaba desde su casa por fin, pidiendo apoyo para la selección. Y lo dice quien la ha despojado de garra, capitanía en el campo y autoestima, revertiendo en un juego soporífero e irresoluto sin asomo del carácter español con el que identificarnos. Grinch total. Desde luego que en Vigo no tienen cabida las medias tintas ante el espectáculo de luces navideñas, apuesta de su alcalde y de la propia ciudad, ya tengan enfrente a los de su partido o el contrario. El éxito de esta iniciativa es incontestable porque no solo tienen buen gusto en el diseño, sino que suma al comercio, el turismo, la cultura, la hostelería, los servicios en general. Vigo se hace visitable a pie, se redescubre, además de contar con esta iluminación ciertamente única.
Lo que suele suceder cuando se reniega de algunas cosas no porque no sean buenas, sino porque se asentaron bajo otros tiempos o bajo otro poder, es que se corre el riesgo de errar al negarles el valor que tienen por sí solas. Nos ilusionamos con cosas sin considerar la visión completa de las mismas, y luego nos llega el batacazo. Así se llevan la Agencia Espacial ni más ni menos que donde la infraestructura de comunicación y el dinero invertido es superior. Desde luego, el criterio de lucha contra la despoblación y demás medidas de perfil social, han quedado en decorativa evidencia. Este hecho también podría irritarnos, como nos vamos a irritar con el asunto del trasvase. O como me irrita, en un plano más personal, que haya pasado otro tres de diciembre con la Constitución Española llamándonos disminuidos.
Sin embargo ¿adónde nos lleva esta irritación? ¿A hacer el o la Grinch? Mejor sería aprender de los errores, entiéndanse cosas como: enmendar las chapuzas de la Ley del Solo Sí es Sí, de la Ley Trans y del delito de malversación, no reiterar la pésima selección hecha para La Roja y ni a su mediático ex entrenador, solucionar la carencia de conexiones directas de trenes y aviones en la Región de Murcia con las principales capitales europeas, ejercer una gobernanza de los recursos hídricos más allá de los intereses políticos y económicos, o la urgencia de erradicar la palabra disminuido en textos y formularios cuando se trata de personas con discapacidad.
El Grinch es un personaje que sufre y hace sufrir. Nadie quiere eso para sí. La gente que tiene conflictos consigo misma no debería ostentar un poder público. A ver si los sufridores se curan en su casa y dejan de propagar sus frustraciones a los que aún creemos que es posible hacerlo bien y con alegría.