Sin la gloria ni el glamour de los científicos líderes, el asistente o técnico de investigación representa a la ciencia mundana, la menos cuqui en la esfera socialmediática, cual taller anónimo de los grandes nombres del arte barroco. El técnico de investigación es considerado, aunque no publicitado, como el caballo de batalla del laboratorio, sea en interior o al aire libre: configura, opera y mantiene el equipo técnico; prueba, monitorea y sigue en detalle los resultados de los experimentos. Con identidades perdidas entre los apellidos y las iniciales de la masa firmante de los artículos científicos, los más curtidos pueden llegar a conjugar el mantenimiento de los equipos informáticos complejos con la interpretación de datos, el desarrollo de conclusiones y la proyección de soluciones a problemas bajo la batuta del investigador a cargo.
Este talento, otrora clandestino, pertenece a una comunidad que se escapa de las definiciones cerradas por su amplia variedad de tipos y roles: desde aprendices y técnicos junior hasta especialistas y gerentes estratégicos senior. Los técnicos biológicos ayudan, por ejemplo, a los científicos en la investigación médica a encontrar curas para las enfermedades. Los técnicos ambientales realizan pruebas de campo para monitorear el aire y el agua. Los técnicos agrícolas trabajan con los agricultores para desarrollar mejores cultivos y procedimientos de cría de animales. Los técnicos de innovación intentan profesionalizar el canal que conecta lo que sale de los laboratorios y las necesidades de las empresas.
El día a día del personal técnico se expone a riesgos (productos químicos peligrosos, materiales tóxicos, enfermedades infecciosas) y sin ellos, el científico jefe es como un director sin orquesta, porque los técnicos no son solo fundamentales para la investigación, el intercambio de conocimiento, la transferencia y el mantenimiento de infraestructuras, sino también para la salud y la seguridad dentro de la ciencia, la medicina, la ingeniería y las disciplinas técnicas.