Tras el éxito en los cines, le llegó el turno a la televisión y en 1974 se estrenó la serie con una previsión de 24 episodios. La baja audiencia la condenó al fracaso y acabó siendo cancelada con solo 14 capítulos, luego reciclados para largometrajes
MURCIA.- Mayo de 1973. Un guión malo, un director mediocre (J. Lee Thompson) y un presupuesto de ir por casa dieron lugar a una película en la que el actor más conocido iba disfrazado (Roddy McDowall). En contra de lo esperado, fue un éxito de taquilla. Increíble, pero Batalla por el planeta de los simios —la quinta entrega de la saga que comenzó en 1968 con la adaptación del libro del francés Pierre Boulle por Franklin J. Schaffner— parecía indicar que el público tenía mono de monos. Solo había un problema: el arco argumental había quedado cerrado. Ya se sabía qué había pasado desde que el equipo de coronel Taylor (un genial Charlton Heston) aterrizara en ese mundo al revés en el que los simios dominaban el planeta.
De hecho, como estrategia de marketing, la película se había lanzado como el «episodio final». Por aquel entonces no existían ni los remakes, ni los in-between ni todos esos trucos que se saca Hollywood de la manga para alargar las series de éxito. Y como por no haber, no había ni vídeo, la gente no podía pegarse algo tan moderno como un binge-watching empalmando película tras película.
En eso que llegó el productor Stan Hough y tuvo una genial idea: hacer los mismo pero en televisión. La iniciativa, la verdad sea dicha, no era nueva. Arthur P. Jacobs (productor de toda la saga cinematográfica) llevaba acariciando la idea desde el estreno de Huida del planeta de los simios (1971), dirigida por Don Taylor, que había sido concebida como el final de la saga: los simios viajaban a la tierra y dejaban un retoño que, el espectador adivinaba, sería el encargado de liarla parda. Pero Jacbos murió antes de culminar su proyecto, así que los derechos acabaron en manos de la 20th Century Fox que, con la llegada de Hough, decidió que había llegado la hora de empezar a ordenar a los monos, pero en pequeño formato.
Con la idea ya cerrada, los productores dieron lo mejor de sí mismos. Por ejemplo, de la serie solo se recuperaría a un protagonista, Roddy McDowall, que tras haber interpretado al mono Cornelius y luego el mono Caesar, ahora sería el mono Callen. Por lo que respecta el guión, tenían sobre la mesa el desarrollo de la serie firmado, nada menos, que por el gran Rod Sterling (de la serie La Dimensión desconocida, más recordada como The Twilight Zone). Por lo visto, no le hicieron mucho caso pues tenía una idea que era una carta ganadora: si en la serie para la gran pantalla solo sobrevivía un astronauta, en la televisión ¡los supervivientes serían dos! Por cierto, dos actores, Ron Harper y James Naughton, semidesconocidos (antes y después de la serie, dicho sea de paso).
Para la serie, la productora lanzó toda la artillería pesada. La campaña de marketing fue brutal y, en una estrategia que luego copiarían George Lucas y la juguetera Hasbro, se lanzó a la venta todo tipo de productos, desde muñecos a las maletitas esas de llevar el almuerzo tan queridas por los americanos.
Y llegó el 13 de septiembre de 1974. En la CBS, los ejecutivos tenían listas las calculadoras para ver en cuánto se traducía en ingresos por publicidad los 250.000 euros de cada uno de los 14 episodios de la primera temporada. Y llegaron las 20 horas del viernes (el prime time de los prime times para una serie familiar como esta). Y cuando comenzaron a escucharse los primeros acordes de una sintonía encargada nada menos que al argentino Lalo Schifrin (Misión Imposible, Operación Dragón, El exorcista) parecía que estaba tocando la orquesta del Titanic. La serie fue un fracaso y se canceló en diciembre. El último capítulo ni se emitió.
El argumento era prácticamente el mismo que en la película. Unos astronautas se estrellan en el planeta de los Simios (unos mil años antes de que llegara Charlton Heston) y van de pueblo en pueblo, perseguidos por las autoridades locales con el celo de la actual inquisición tuitera, buscando trozos de la nave para recomponerla. Una especie de videojuego de Atari avant la lettre.
Todo el mundo reconoce que tampoco era tan mala, pero no pudo hacerse un hueco frente a otras series con las que competía en la NBC y que estaban muy consolidadas como eran Sanford and Son y Chico and the Man (desconocidas en España), más aptas para ese horario familiar. De hecho, en Inglaterra fue un gran éxito y en España (se emitía los miércoles por la tarde) tampoco fue mal.
Aunque es evidente que primaba la aventura, no se puede negar que tenía un cierto transfondo filosófico educativo. No todos lo monos del planeta eran unos talibanes antiseres humanos (por cierto, en la serie hablaban, a diferencia de las películas de cine). De hecho, muchos de ellos eran tan víctimas del brutal régimen político en el que vivían como los propios astronautas que iban de aldea en aldea como cagalló per sèquia.
En el tercer episodio (llamado La trampa), uno de los astronautas (el mayor Burke) queda atrapado en una antigua estación de metro con su mayor enemigo, el temible militar Urko (Mark Lenard, el padre del doctor Spook en Star Trek). Obligados a colaborar, están a punto de hacerse amigos. Después de todo, el aspecto es lo de menos y ser es ser diferentes. Pero justo antes de salir se topan con un viejo cartel que anuncia el zoo municipal y que está ilustrado con una familia ante la jaula de un gorila. La reflexión estaba servida: ¿eran tan inocentes los humanos y tan malos los simios, o estos últimos tenían claro de qué dependía su supervivencia?
Con el tiempo, los capítulos sufrieron un nuevo montaje y la serie acabó transformada en unas cuantas tv movies que fueron emitidas por algunos canales locales en EEUU. Pero ni al cancelarla, los productores tiraron la toalla y decidieron continuarla en dibujos animados. Como aquí el presupuesto no influía se pudo ver —como en la novela original— a los simios viviendo en una sociedad tecnológicamente avanzada. Además, prueba de que los tiempos estaban cambiando, en Regreso al planeta de los simios (así se llamó), uno de los astronautas es mujer y otro afroamericano. Duró poco. Curiosamente, también en 1974 se estrenó una versión en japón, Saru No Gundan. Se trata de una serie de televisión de 26 episodios y que en 1987 se distribuyó por Estados Unidos con el título Time of the Apes. Aunque era casposa a más no poder, tuvo más éxito que la americana. Igual es que era una monada.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame