Lo ha dicho en entrevistas. Su objetivo como dibujante es "mostrar cosas que la gente tal vez no quiera ver". El suizo Thomas Ott es ya un clásico de las viñetas solo aptas para mentes enfermas, como las obras de sus vecinos en Zurich, HR Ginger y el grupo Celtic Frost. Muchas de sus historias son mudas, sin palabras, evocan el sentido del humor cafre de los tebeos de terror de los años 50 cuya evolución nos perdimos, puesto que fueron censurados en una oleada moral, pero que tuvieron su continuación en los ochenta con los Clowes, Burns u Ott
MURCIA. Se decía en su momento que nadie quería mirar dentro del cerebro de Daniel Clowes o Charles Burns y, por supuesto, en el de la firma que nos ocupa hoy, Thomas Ott. Natural de Berna, nacido en los años 60, siempre ha asegurado que sus ideas negras le han estado rondando por la cabeza desde que era niño; siempre tuvo pensamientos oscuros y el mero acto de dibujar ha sido para él como una terapia, una forma de expulsar sus obsesiones y librarse de ellas. Incluso llegó a afirmar que los dibujos que hacía de niño poco diferían de los de su etapa profesional. Siempre fueron situaciones monstruosas. En España llegó a nosotros, cómo no, en las páginas de El Víbora. Quién si no iba a abrir sus puertas a semejante personaje.
Ahora La Cúpula ha reeditado una de sus obras más crueles y curiosas. El número 7334-23-4153-6396-8 Una historia sin palabras, pero cargada de significados paradójicos, sobre todo para aquellas personas supersticiosas obsesionadas con los números. En este caso, un verdugo de una prisión se encuentra con que un condenado a muerte ha abandonado junto a su silla un número. A partir de ese momento, el hombre que ha conectado la silla eléctrica que ha acabado con su vida y que es el que se encuentra el papelito, vivirá esclavizado por esa combinación de números.
Por la ambientación, Estados Unidos es la referencia cultural de esta historia. Concretamente, el terror de los cómics de los años cincuenta. Obras que trataban de aberrar, de mostrar siempre escenarios con situaciones deleznables, pero en los que también se impartía justicia, se castigaba al injusto y siempre había presente cierto sentido del humor. Aquello podría haber evolucionado en los 60, pero nos quedamos sin ver cómo avanzaba esta expresión artística popular porque la censura, en una oleada moral, acabó con ella y tuvieron que ser los jóvenes ochenteros del underground los que le dieran una vuelta y la actualizasen.
En esta línea en sentido estricto estaba su gran clásico, la recopilación Bienvenido a Hellville. Ahí estaban todas las pesadillas estadounidenses reunidas, los sicarios de la mafia, el Ku Klux Klan, la religión fanática y la guerra nuclear. No obstante, mi debilidad absoluta es Dark Country. En este trabajo contaba la historia de un borracho que se lía con una stripper y, cuando se marchan juntos por esas carreteras perdidas de la mano de dios del medio oeste, atropellan a una persona y se inicia un viaje hacia una espiral de delirios surrealistas terroríficos. Era el argumento de una película de Thomas Jane que fue llevada al cine en 2009.
Ese es uno de los aspectos polifacéticos de este autor. Por un lado la música, fue cantante del grupo The Playboys, con los que sacó dos discos a principios de los 90, cuando todavía coleaba el revival garajero; por otro lado, el cine, rodó un cortometraje que llegó a ser estrenado en el Festival Internacional de Cine de Locarno.
También fue muy destacable Panopticum, que sigue en el catálogo de La Cúpula, en el que esta vez la protagonista era una niña, pero seguía con esa atmósfera tan estadounidense de introducirse en una feria con atracciones. Allí encontraba una extraña carpa en la que, por una moneda, podía ver en una pantalla una historia. Era una fórmula narrativa al más puro estilo Tales from de Crypt, especialmente a su versión televisiva que aquí se llamó Cuentos de la cripta. Los relatos iban sobre intoxicaciones, medicaciones que deformaban a los que la tomaban o sobre el fin del mundo. Eran historias infames hasta que la cría llega a la última y ve que se titula The girl y va sobre ella.
A veces el humor de estas historias era burdo, como podían ser los cromos de La Pandilla Basura, otras veces recurrían a la fórmula del cazador cazado y, muy habitualmente, a la paradoja. Por momentos, los recursos parecen limitados, de hecho, Ott ha explicado alguna vez que le agobiaba pasarse la vida dibujando siempre lo mismo, máxime cuando alcanzó la máxima depuración y perfección de su propuesta estética, el estilo scratchboard o carte à gratter, trabajos con cuchilla, aguja o cutter sobre negro. Sin embargo, basta volver a El número 73304-23-4153-6-96-8 para comprobar que lejos de repetirse la misma fórmula y el mismo dibujo pueden reinventarse de forma genial. Hasta el punto de que podemos decir que no es un cómic al uso, sino una obra de arte. Por su trama muda y circular, porque parece un cuadro con páginas, pero sobre todo por su espíritu caprichosamente enfermizo y degenerado.