MURCIA. La palabra creatividad viene del vocablo latino creare, es decir, crear algo nuevo, nuevas ideas o conceptos que posteriormente serán o no plasmadas en, por ejemplo, nuevos productos, procesos o servicios (innovación tecnológica) o en nuevas obras pictóricas, arquitectónicas o teatrales (creación artística), entre otras materializaciones.
Por tanto, la creatividad anida en el mundo de las ideas y las ideaciones e, incluso, por qué no, de las ensoñaciones. Mientras que la innovación desciende al campo de las realidades, de los mercados en el caso de las innovaciones tecnológicas o empresariales, o de los problemas y necesidades sociales, en el caso de la innovación social, entre otros.
Y tanto la creatividad como la innovación encuentran en la resistencia al cambio de las personas y sus instituciones su peor enemigo, porque ambos conceptos llevan implícito un cierto componente de movimiento, de progreso, de abandonar posiciones anteriores y avanzar hacia nuevos e ignotos territorios.
Podríamos decir, en Román paladino, que el creativo es el que pare las ideas, el innovador el que las pone en la calle y el pepito grillo el que se resiste a los cambios, cuestionando y enlenteciendo el progreso. Yo pertenezco a los tres grupos.
"nos encontramos ante la preeminencia de los procesos de inteligencia colectiva"
Descartes, en su introducción al Discurso del Método, se cuestionaba sobre qué era mejor, si la creatividad -la obra- de uno, o la de varios, y se decantaba por lo primero. Pero, para mí, el incremento de las masa crítica de personas más formadas y capaces de participar en los procesos creativos, sumado al desarrollo de las nuevas tecnologías que permiten un acceso más democrático al conocimiento, así como compartirlo en red han cambiado el paradigma y nos encontramos ante la preeminencia de los procesos de inteligencia colectiva como uno de los principales motores de la creatividad.
En estos procesos muchas mentes distintas, personas con formaciones y capacidades diferentes, se ponen a trabajar conjuntamente para resolver un mismo problema o necesidad, incrementando así las posibilidades de alcanzar soluciones exitosas. Tanto mayor si adoptamos una actitud inclusiva, procurando incorporar a los trabajos a todo aquel que pueda y quiera aportar algo, lejos del Síndrome de Apolo, de la creencia de que un grupo formado por las personas más brillantes superará siempre a cualquier otro. No hay que despreciar a priori a nadie, ni los menos formados académicamente (¿deformados?), porque a veces las mejores ideas surgen de lo simple, cuando se usa el sentido común. Saber mucho de un tema puede llegar a ser un lastre, porque auto limita y predispone a descartar a priori ideas y soluciones que "se sabe" que no van a funcionar, pero que, por el contrario, podrían haber sido la solución o abierto la puerta a otras alternativas.
Un ejemplo de inclusividad lo constituye el avance que ha supuesto contar en los proyectos de I+D+i sanitarios desde el primer momento en su concepción, además de a los doctores investigadores y los tecnólogos expertos de las empresas, con los pacientes o sus asociaciones, facilitando así la co-creación de soluciones más alineadas con las necesidades reales de las personas enfermas al mismo tiempo que se facilita la aceptación de las mismas por parte de los colectivos diana.
Otro de los motores de la creatividad es la necesidad. Pensemos, por ejemplo, en las necesidades perentorias de agua, alimentos o un techo bajo el que cobijarse de las personas sin recursos, de las que depende incluso su supervivencia. Además, como los problemas nunca vienen solos, para paliar estas necesidades se ha de aplicar un plus de imaginación creativa, porque esas necesidades imperiosas vienen acompañadas de una escasez extrema de recursos, tanto económicos como de materiales. El resultado de esta creatividad de los pobres son las denominadas innovaciones frugales que se dan en los países en desarrollo y de las que ya hablé en otro artículo.
Pero no sólo la necesidad, la urgencia y el trabajar bajo presión también ayudan a quitar el óxido a las neuronas y lubricar la inspiración. De esto nos podrían hablar mucho los investigadores de los proyectos de I+D+i financiados con fondos públicos y, sobre todo, privados, y cuya renovación o prestigio (perdón por la redundancia) depende de que se alcancen los objetivos fijados en los plazos predeterminados. Este es el caso, por ejemplo, de lo que lo sucedido recientemente a un grupo de investigadores de la NASA que viendo cómo se les agota el tiempo (y la paciencia de sus financiadores) ante el escaso avance en el desarrollo de los vehículos robot para la exploración de otros planetas, han tenido que aplicar dosis extra de creatividad e ir más allá del modelo animal en el que inspiraban sus robots articulados, incapaces de superar las dificultades de la superficie y las condiciones gravitacionales de la Lunar o de Marte, y crear nuevos modelos basados en el crecimiento de las plantas trepadoras y el uso que hacen de sus zarcillos o el entrelazado de sus tallos.
"Otra poderosa vitamina para fortalecer la inspiración creativa es un cierto grado de aburrimiento"
Siempre se ha de pensar fuera de la caja -en inglés, out of the box-, sin prejuicios, de manera desacomplejada, cuestionando todo lo obvio, todo lo que damos por sentado. A modo y manera como los niños y sus porqués continuos que a veces llegan a sacar de sus casillas a sus cuidadores, entre otras razones porque no saben responderles. Como aquel padre del chiste del inmortal Eugenio, que al pasar una moza de buen ver por su lado dijo por lo bajini "¡vaya culo!" y su hijo pequeño, que lo oyó, le preguntó qué significaba culo. El padre le respondió que no había dicho culo, sino búho. Entonces le preguntó el niño qué era un búho, a lo que el papá le respondió que eran unas aves nocturnas con picos curvos y afiladas garras que cazaban ratones y que tenían buhitos. A lo que el niño le preguntó qué eran los buhitos y así sucesivamente hasta que el padre, ya harto, le gritó: ¡Nene, he dicho culo, no búho!
Otra poderosa vitamina para fortalecer la inspiración creativa es un cierto grado de aburrimiento, de ensimismamiento. Baste recordar lo que le contó Newton a William Stukeley, su amigo y biógrafo, de que se encontraba sentado bajo la sombra de un manzano en actitud contemplativa (aburrido, clisao, que diríamos en Murcia) cuando la caída de una manzana le hizo preguntarse ¿Por qué esa manzana siempre cae perpendicularmente hasta el suelo? Y entonces le asaltó a la mente la noción de la gravedad. O el caso de Bob Noyce, coinventor del circuito integrado y los semiconductores, fundador de Intel y uno de los primeros habitantes del lugar que luego sería faro tecnológico de la humanidad, Silicon Valley. Pues bien, este prohombre alimentó su creatividad en su pueblo natal, Grinnee, IOWA, un pueblecito del medio Oeste profundo americano fundado por los congregacionalistas venidos del Este, una rama de los protestantes particularmente ultraconservadora. Un sitio en el que estaba prohibido beber alcohol fuera de los hogares, no se celebraba fiestas y en el que la mayor diversión consistía en asistir a los oficios religiosos. Aburrido ¿verdad? Pues allí, en la cochera de sus casas, tal vez para huir del tedio, Bob y sus amiguetes tuvieron sus mejores inspiraciones creativas.
Creo que fue Picasso quien dijo que lo mejor era que cuando nos viniese la inspiración nos pillase trabajando, pero si esto no es así, un consejo para fortalecer el músculo de la creatividad que a mí me funciona es tener siempre a mano una libreta o algún soporte digital en el que escribir los eurekas y las ideas locas cuando nos viene a la cabeza, a veces incluso tras el despertar seguido a un sueño, para así poder recordar mejor los importantes matices que con el paso de las horas o los días pueden quedar borrados de nuestras lábiles memorias. De este modo, además, podremos retroalimentar nuestra creatividad.