Considerado por la Gestapo como el "enemigo público número dos", el escritor checo Karel Capel en 1920 escribió RUR, una obra de teatro que introdujo por primera vez y popularizó el término robot, que venía del término servidumbre en lenguas eslavas. La historia contaba la vida en una fábrica de robots diseñados como un proletariado avanzado, más barato y más dócil. La distopía era la habitual, en un momento dado, terminaban rebelándose. Ahora, una novela gráfica checa ha rescatado esta obra en su centenario
MURCIA. Es realmente obsesiva la manía de los seres humanos de tener miedo a la tecnología en tanto en cuanto cada vez más se parece a la mente humana. No es de extrañar dado que sabemos bien la porquería que tenemos en el coco y eso de que nos repliquen y salgan seres como nosotros, ciertamente, es normal percibirlo como una amenaza. Sin embargo, los expertos en Inteligencia Artificial han reiterado por activa y por pasiva que lo que diferencia el cerebro humano del ordenador, por muy avanzado que sea este, son los sentimientos, que son los que modulan nuestra inteligencia para que tenga sentido. Reproducir eso en un ordenador autónomo es muy complicado, básicamente, porque se desconoce todavía cómo funciona el cerebro. Así que tampoco hay que asustarse, no habrá nada tan chungo como nosotros por ahí danzando hasta dentro de bastante.
Tenemos pánico a la aparición de robots indistinguibles de los humanos y, por mimetismo en los mitos siempre, se insiste en que podrían rebelarse contra nosotros. En el cine no es que haya cientos de obras, es que están entre las más taquilleras y de culto de la historia. Véase Matrix o Blade Runner, por citar solo dos en esas categorías.
En cómic, la producción en masa estadounidense le ha dado a la manivela que da gusto con este tema, ahora mismo el género está en franca competencia con los desastres ecológicos. Hace poco un documental de HBO, La verdad sobre los robots asesinos, tocaba el tema por lo laboral y por lo sentimental, porque hay ya gente enamorada de parejas articuladas no humanas. Y también recientemente, en mitad de la pandemia, recordábamos la obra de Jean Marie Straub, Francia contra los robots, que tenía el mismo espíritu, en su caso propiciado por la I Guerra Mundial, que se consideró como una guerra industrial, y la II, en la que las armas nucleares marcaron a la humanidad. Se entendía que los avances técnico-científicos no servían más que para aniquilar millones de personas.
En esta línea clásica, La Cúpula acaba de publicar RUR, una novela gráfica de Katerina Cupova que es una la adaptación de la obra R.U.R (Robots Universales Rossum) que escribió en 1920 el checo Karel Capek. Para ser de los años veinte del siglo pasado, justo después de la I Guerra Mundial, la verdad es que la obra tiene mérito. Trata de una fábrica, la que da título a la historia, donde se fabrican robots como fuerza de trabajo. Hay algunos especializados y, precisamente ellos, dan las mejores viñetas del álbum. Por ejemplo, uno que se hace con un supercerebro para que lleve una biblioteca con todo el saber universal, de tan inteligente que es pide que por favor le envíen a la trituradora, que no puede con este mundo.
Parte del valor simbólico de esta historia reside también en que el término robot fue introducido e universalizado por primera vez en esta obra. Fue el hermano del autor, Josef Capek, un pintor y escritor, quien la inventara. Inicialmente, pensaba llamar a las criaturas artificiales labori, trabajadores en latín, pero su hermano le recomendó la que ha llegado hasta nuestros días por su sonoridad. Viene de robota, en checo, servidumbre. Concretamente, robota era el periodo de trabajo que un siervo tenía que darle a su señor, el cual oscilaba entre los seis meses anuales. De aquí fueron a parar a Tres leyes de la Robótica de Isaac Asimov y hasta hoy.
Ahora, en viñetas, constituye una fábula extraordinaria. De una lectura rápida, invita a reflexionar sobre el trabajo. Aunque el relato esté envuelto en una fantasía tecnológica, hilando más fino se puede ver una metáfora sobre la revolución industrial. Cuando el desarrollo también atrapó al hombre y convirtió a amplias capas de la población en herramientas de trabajo alienadas, sin perspectivas, nada más que sobrevivir con el sustento, siempre el mínimo posible, que les pagasen. En RUR se insiste, cuando hablan los empresarios de la fábrica de robots, que han creado a un trabajador que ante todo es barato.
Con los colores tan vivos y una narración tan trepidante, nada parece indicar que esta historia tenga cien años. Podría haber salido hoy mismo en el productivo género de la anticipación. De hecho, si se miran en la red las opiniones de los lectores checos suelen coincidir en que ha conseguido que el clásico sea más accesible, pero sin perder profundidad. Hay que tener en cuenta que originalmente era una obra de teatro, no una novela. Por eso el diálogo es tan importante y se convierte en el elemento conductor de toda la trama.
Otro dato a tener en cuenta es que este legado le pudo costar la vida a su autor. La Gestapo le había catalogado como "enemigo público número dos" y, cuando entró en Checoslovaquia, fue de los primeros a los que fue a buscar a casa. Sin embargo, se encontró con que acababa de morir por las complicaciones que le causó un resfriado a su precaria salud. A su hermano, al que se le ocurrió el término robot, sí que le cogieron y murió en Bergen-Belsen en abril de 1945. Fueron aniquiados por una maquinaria de la que ellos mismos habían advertido.