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como ayer / OPINIÓN

Por el portillo de San Antonio a la Torre de la Marquesa

4/05/2023 - 

MURCIA. Me sorprendió leer que las autoridades locales colocarían una placa esta semana en la plaza Circular con motivo del centenario del campo de fútbol de la Torre de la Marquesa, que tomó su nombre de la que presidía el caserón de los propietarios de aquel terreno, que debemos emplazar en la zona de la Cárcel vieja (estrenada en 1929 y clausurada en 1981) y de la estación de Zaraíche (1933-1971).

Y me sorprendió porque situaba ese centenario algunos años atrás, lo que certificó mi consulta en fuentes fiables, que datan el estreno del campo que usó el Real Murcia en los inicios de su más secular historia en el mes de enero de 1918, cuando el equipo local, el Murcia Football Club, predecesor del equipo actual, disputó un encuentro frente al Hispania de Orihuela.

Pero más allá de este campo en el que los granas dieron sus primeros pasos, y que en diciembre de 1924 fue sustituido por La Condomina, interesa hacer un poco de historia menuda del aquel ámbito, entonces huerta y hoy apertura de la ciudad hacia su expansión norte, propiciada por la desaparición de la línea férrea Murcia-Caravaca (llamada 'de la Cruz', a partir de 1962) y la construcción a lo largo de su trazado de la avenida de Juan Carlos I.

Hasta la Torre de la Marquesa se llegaba por el Portillo de San Antonio, del que hoy pervive una mínima parte de su trazado, muy alterada por la completa renovación de esa parte de la ciudad. Arranca esta calle, que también se llamó camino, pues transitaba por un territorio con más huertos que viviendas, a espaldas del Banco de España en el cruce con la dedicada al exitoso intérprete de 'La ParrandaMarcos Redondo, pero con anterioridad lo hacía en Acisclo Díaz, y era una hornacina sita en aquel lugar, dedicada a San Antonio, y su condición de punto de salida de la ciudad, atravesado las murallas, luego derruidas en 1868, de donde tomó el nombre de ‘portillo’.

Discurría en dirección norte por el lateral del antiguo Manicomio, inaugurado en 1892, cuya portada, único vestigio de su existencia, se alza aún junto a la iglesia de San Esteban, y prácticamente en línea recta, cruzaba también junto a otro edificio de gran porte y alcance social, como fue el Asilo de Ancianos de las Hermanitas de los Pobres, de 1880, hoy emplazado en la que fue carretera de Puente Tocinos, alcanzando el apartado paraje que era la Torre de la Marquesa tras un recorrido de apenas 500 metros.

El caserón llamado Torre de la Marquesa, por la que se alzaba sobre el resto del inmueble, a la manera de tantas casas-torre de la huerta murciana, era una muestra patente de aquellas antiguas alquerías en las que la atalaya tenía una justificación defensiva en su origen, como lugar de vigilancia del entorno, así como de control de la propiedad.

Como se señala en arquitecturadebarrio.com al referirse a estas edificaciones, el Códice de Repartimiento de Murcia, tras la Reconquista cristiana verificada en el siglo XIII, ya mencionaba las Torres de Tetrayra, del Molino, de los Pellejeros o de las Lavanderas, ésta última situada, según algunos autores, en las proximidades de la posterior Torre de la Marquesa.

Fue principalmente a partir del siglo XVIII cuando proliferó en las huertas levantinas este tipo de vivienda, frecuentemente señorial, vinculada a una amplia propiedad y destinada fundamentalmente a la labor agrícola y ganadera. Abundan, dentro de la variada tipología, las que presentan en lugar visible escudo nobiliario de la familia propietaria, que en el caso que nos ocupa eran originalmente los marqueses de Salinas del Río Pisuerga, a cuyo palacete del final de la calle de Riquelme ya nos referimos en estos ayeres, como también a su condición de poseedores, en aquel céntrico recinto, del célebre Belén de Salzillo, llamado también, por esa razón, ‘colección Riquelme’.

Tanta importancia tenían las casas-torre que, con ocasión de la Exposición Iberoamericana de Sevilla del año 1929, se pidió que los proyectos de pabellón de la antigua Región de Murcia, formada por las provincias de Murcia y Albacete, fuera representativo  de una de estos clásicos inmuebles huertanos.

La actividad en estas casas-torre fue tanto agrícola como sedera, y de esta industria puede dar cuenta el suelto de prensa del año 1880 en el que se daba cuenta de la cosecha de seda de aquel ejercicio, a la vez que noticia de que las hilanderías de Beniaján y de la Torre de la Marquesa, y otras dos de Orihuela, no habían funcionado aquel año.

Por eso, uno de los espacios de mayor relieve de aquellas edificaciones era la denominada andana o cámara, que se emplazaba en las plantas superiores, y donde se llevaba a efecto la crianza del gusano de la seda y se guardaba la cosecha.

Sin embargo, el carácter de las casas-torre como finca generadora de unos ingresos económicos para el propietario decayó con la pérdida de la industria de la seda, y pasaron entonces a convertirse en lugares de recreo y esparcimiento para las familias acomodadas.

Antes de arrendar el terreno de la Torre de la Marquesa, junto a la vivienda, a los dirigentes del Murcia Football Club, para su adaptación y uso para la práctica balompédica, los últimos propietarios de la finca ya habían entrado en tratos con el Estado para usar el inmueble como cárcel en tanto se construía una nueva, lo que acabó sucediendo algunos años después en el mismo lugar.

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