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COMO AYER / OPINIÓN

El misterio de la Navidad según Salzillo

23/12/2021 - 

MURCIA. Llega mañana una Nochebuena que dista bastante de la que habíamos soñado, porque en nuestros cálculos no contaba, ni de lejos, una sexta ola con el alcance que, por desgracia, está teniendo, y que ha puesto en vilo a numerosas familias que ven desmoronarse sus planes por mor de los contagios y los obligados confinamientos, cuando no por los ingresos hospitalarios.

Y, sin embargo, y pese al chasco generalizado, nos encontramos más cerca de algo parecido a la normalidad que hace un año, cuando estábamos sometidos a muchas más restricciones y ni siquiera pudimos admirar algunos de los belenes más requeridos, que en esta ocasión sí recibirán (ya lo hacen) la visita de mayores y pequeños.

No cabe duda de que en este ámbito debe ser citado el belén de Salzillo, por más que la obra de nuestro ilustre paisano sea visitable en cualquier tiempo del año en el museo que lleva el nombre de su ilustre autor. Claro que, esto, no ha sido siempre así.

Porque debe advertirse al lector de que el belén fue de propiedad privada durante mucho tiempo, ya que un particular, Jesualdo Riquelme, fue quien encargó al escultor las primeras piezas de un conjunto que se engrandeció con los años, entre 1776 y 1800, hasta alcanzar las 556, y no sólo de la autoría de Francisco Salzillo, sino también de su principal discípulo, Roque López, a quien se deben, por ejemplo, las espectaculares y desgarradoras escenas de la degollación de los Santos Inocentes.

El vínculo de Salzillo con la familia Riquelme venía de atrás, pues fue el padre de Jesualdo, Joaquín Riquelme, quien le encargó el paso de la Caída en 1752, reintroduciendo, en cierto modo, al escultor como artífice de la renovación de los célebres pasos de la Cofradía de Jesús Nazareno, en la que se había iniciado en la década de los años 30 de aquél siglo con un Prendimiento anterior al actual, como realizó también un San Juan que antecedió al que es tenido hoy por una de las joyas de la entidad pasionaria.

El belén realizado por el escultor se guardaba en la casa señorial de los Riquelme, al final de la calle a la que dieron nombre, que fue derruida a finales de los años 60 del pasado siglo XX. Y si bien fue expuesto en 1883, con ocasión del centenario del fallecimiento de su autor, lo cierto es que, por lo general, no era accesible a cualquiera que deseara conocer la que se llamó Colección Riquelme.

Lo evidencia una carta dirigida por un ciudadano a la prensa en 1909: “Encontrándome yo entre la gran mayoría de murcianos que no han visto el Belén de Salzillo, reservado siempre a los forasteros y a personas distinguidas y de viso de esta población, desearía que su actual propietario permitiese la entrada pública en su casa y habitaciones donde está instalado; porque así satisfaríamos muchos la curiosidad exaltada por las discusiones de estos días, y podríamos formarnos una idea, cada cual según sus alcances, del mérito de dicha colección”.

Las discusiones aludidas giraban en torno a la venta de la valiosa y murcianísima obra de arte que representaba el conjunto belenístico por parte de quien era entonces su propietario, Alfonso Bustos, marqués de Corvera,  que tenía la intención de sacarlo en subasta en Madrid con un precio inicial de 165.000 pesetas, para lo que lo había depositado en el Museo Arqueológico Nacional, bajo la custodia de Manuel Pérez Villamil.

Maniobró Murcia para impedir que el Belén se perdiera para siempre como patrimonio de la ciudad, hasta que se consiguió rebajar el precio de la colección y se logró su adquisición por sólo 27.000 pesetas, que abonó la Junta del Patronato del Instituto en 1915, procediéndose a su traslado al Museo de Bellas Artes de Murcia. No se expuso hasta 1920, bajo la dirección de Joaquín Báguena, director del Museo, y con fondos pintados por Pedro Sánchez Picazo.

La primera vez que algunas piezas del Belén fueron expuestas fuera de Murcia fue en 1929, con motivo de la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla; y cuando volvió a salir de su lugar habitual en el Museo de Bellas Artes fue ya tras la Guerra Civil, en una exposición temporal que tuvo lugar en la Navidad de 1941 (se cumplen, por tanto, 80 años de aquella ocasión) en la capilla del Palacio Episcopal, cuya organización corrió a cargo del escultor Juan González Moreno y con paisajes pintados como fondo por Luis Garay.

Fue en noviembre de 1957 cuando el por entonces director del Museo de Bellas Artes, Andrés Sobejano, hizo entrega a Juan Torres Fontes, que lo era del Museo Salzillo, las figuras y elementos arquitectónicos del Belén, con el fin de que quedara instalado en el Museo Salzillo, creado en 1941 e inaugurado oficialmente el 15 de febrero de 1960, si bien la apertura del mismo se había verificado el primero de abril del año anterior.

Declaraba Torres Fontes en vísperas del acto que las obras habían durado ocho años, debido a diversas complicaciones, entre ellas las de cimentación y el coste de las mismas, que alcanzaba los cuatro millones de pesetas. En menos de un año, el nuevo museo había superado los 15.000 visitantes, lo que daba buena idea del interés que había despertado, y lo más novedoso era, junto a la sala de los bocetos, la del Belén, por el que el director no ocultaba su predilección.

“De todas las instalaciones, el Belén adquirió el mayor alarde museográfico.  Su definitivo asentamiento en este lugar ha sido, sin duda, un gran acierto, especialmente si se considera que se busca una exhibición de tipo turístico y no un almacenamiento, como ocurría antes en el Museo Provincial, de ]a copiosa colección belenística”, rezaba la crónica del recientemente fallecido Ismael Galiana en el diario ‘Línea’.

Allí se muestra hoy, transcurridos más de 60 años, de acuerdo con una nueva y mucho más moderna concepción museística, pero manteniendo la esencia del discurso narrativo que facilita su comprensión y traduce al sencillo lenguaje del barroquismo salzillesco el misterio de la Navidad.

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