Desde que un fallo eléctrico dejó sin suministro a toda la península ibérica el pasado 28 de abril y provocó cortes breves en países como Andorra, Francia, Dinamarca, Reino Unido, Países Bajos, Italia y Bélgica, los medios no han dejado de publicar teorías sobre lo ocurrido y sus posibles causas. Red Eléctrica de España (REE) informó de que en apenas cinco segundos se produjo una desconexión masiva de 15 gigawatios de generación, el 60 % de la producción en ese momento, lo que provocó alteraciones críticas en el sistema eléctrico, como bajadas en la frecuencia y la tensión.
Aunque todavía no hay un informe oficial ni datos concluyentes, REE y distintos expertos han lanzado hipótesis que buscan explicar lo sucedido. Sin embargo, no todas las versiones parten de un análisis técnico neutral. En muchos casos, las interpretaciones parecen estar condicionadas por intereses políticos, profesionales o personales. Así, por ejemplo, los defensores de las energías renovables tienden a excluirlas como posibles responsables, mientras que a los gestores de la infraestructura eléctrica nacional les cuesta admitir un posible error propio. Esta falta de consenso dificulta esclarecer lo que realmente ocurrió aquel día, al menos hasta que salgan a la luz pruebas claras e incuestionables.
Crece el debate sobre el desempeño de las renovables en la red eléctrica
Mientras se espera que REE ofrezca una versión institucional sobre las causas del colapso eléctrico, algo para lo que aún no hay fecha, la atención se centra en el papel que pudieron protagonizar las energías fotovoltaica y eólica, que al mediodía del 28 de abril representaban el 72 % de la electricidad generada. En este contexto, se ha abierto un debate nacional en el que expertos y ciudadanos discuten el desempeño real de las energías solar y eólica dentro del sistema eléctrico.
Algunas hipótesis, señalan que la alta participación de renovables en el “mix” energético dejó poco margen de maniobra a las tecnologías convencionales, como la hidráulica, el gas o la nuclear. Estas centrales, a diferencia de las renovables, aportan a la red lo que se conoce como "inercia": la energía acumulada en grandes turbinas de vapor o gas que, al girar, estabilizan la red eléctrica, actuando como amortiguadores, capaces de responder de forma casi inmediata ante cambios bruscos en la oferta o la demanda, ayudando a evitar desequilibrios críticos como sobretensiones.
A diferencia de las centrales convencionales, ni la solar ni la eólica aportan inercia o masa giratoria al sistema, elementos clave para mantener la estabilidad ante cambios bruscos en la red
A diferencia de las centrales convencionales, ni la solar ni la eólica aportan inercia o masa giratoria al sistema, elementos clave para mantener la estabilidad ante cambios bruscos en la red. Según los expertos, la baja inercia total en el sistema en el momento del incidente fue uno de los factores que aumentó su vulnerabilidad. A esto se sumó otro problema: las centrales convencionales que estaban paradas no pudieron activarse con la rapidez necesaria para compensar una caída de potencia tan repentina y de tal magnitud. Además, la gran distancia entre algunas plantas fotovoltaicas y los centros de consumo dificultó aún más el control del sistema. Esa separación provoca más pérdidas eléctricas y una menor capacidad de respuesta, especialmente en una red con alta penetración renovable. Una combinación de factores que, de acuerdo a los primeros análisis, habría contribuido de forma decisiva al alcance del colapso eléctrico.
Paradigmas de las energías fotovoltaica y solar
Aunque numerosos estudios técnicos han analizado cuánta energía solar y eólica puede integrarse en una red eléctrica nacional, lo cierto es que no existe una regulación que fije un tope específico. La experiencia internacional muestra que es posible avanzar mucho más de lo que se pensaba. Dinamarca, por ejemplo, ha registrado picos de generación eólica que superan el 150% de su demanda eléctrica, mientras que Alemania ha logrado cubrir hasta el 85% de sus necesidades con energía solar. En resumen, el paradigma sobre cuál es el límite máximo admisible en una red de energías fotovoltaica y eólica es: no está definido. Con la tecnología y estrategias adecuadas, es viable alcanzar un 100% de cobertura eléctrica con energía renovable. Eso sí, se requiere una inversión considerable en infraestructura, sistemas inteligentes y una planificación detallada para asegurar un suministro confiable y constante.
El paradigma sobre cuál es el límite máximo admisible en una red de energías fotovoltaica y eólica es: no está definido. Con la tecnología y estrategias adecuadas, es viable alcanzar un 100% de cobertura eléctrica con energía renovable
Para que una red eléctrica funcione correctamente, debe cumplirse el paradigma de la estabilidad: mantener un equilibrio constante entre la energía que se produce y la que se consume. Ese equilibrio es lo que garantiza la estabilidad del sistema. No obstante, lograrlo no es tan sencillo cuando se trabaja con fuentes renovables como el sol y el viento, que son impredecibles por naturaleza. Cambios bruscos en su producción pueden alterar la frecuencia y la tensión de la red eléctrica, pudiendo llegar a colapsar si se genera más energía de la que las líneas puedan transportar. Por eso, es clave contar con una planificación adecuada y una supervisión macro en tiempo real. En España, esta tarea recae en el Centro de Control de Energías Renovables (Cecre), una infraestructura clave gestionada por REE. Desde este centro se monitorizan todas las instalaciones renovables del país, supervisando parámetros críticos como la frecuencia y la tensión en los puntos de conexión con la red, así como la potencia instantánea que genera cada planta. Mediante este monitoreo constante, el Cecre puede actuar de inmediato, inyectando o absorbiendo energía para garantizar la estabilidad del sistema eléctrico.
La revolución renovable necesita algo más que sol y viento
La creciente presencia de energías renovables en la red eléctrica plantea nuevos desafíos, pero no son obstáculos insalvables. Gracias al avance tecnológico, ya existen soluciones que permiten integrar más energía renovable sin poner en riesgo la estabilidad del sistema. Entre las herramientas más prometedoras destacan:
- Sistemas de almacenamiento con baterías, que permiten guardar energía cuando sobra y liberarla cuando hace falta.
- Inversores con inercia sintética, capaces de detectar caídas bruscas de frecuencia y reaccionar al instante, ayudando a mantener el equilibrio eléctrico.
- Inversores "grid-forming", una nueva generación de equipos que pueden generar su propia señal de tensión y frecuencia, actuando como referencia para el resto de la red.
- Más interconexiones con Europa, que mejoren la estabilidad del sistema al facilitar el intercambio de energía con otros países. Un ejemplo exitoso es Dinamarca, que con una alta cuota renovable mantiene su red estable gracias a fuertes conexiones con sus vecinos.
Aunque España avanza con fuerza en energías renovables, la implantación de tecnologías clave para estabilizar el sistema eléctrico sigue siendo muy limitada. No hay cifras oficiales sobre cuántos parques eólicos y solares incorporan ya soluciones modernas como baterías o inversores avanzados, pero los datos disponibles apuntan a una adopción aún incipiente. Por ejemplo, según datos de REE, a finales de 2024 la potencia instalada en sistemas de almacenamiento con baterías era de apenas 25 megawatios para una potencia de generación fotovoltaica de 32.300 megawatios. Una diferencia que refleja el desfase entre la producción renovable y la capacidad de gestionarla de forma flexible.
La transición energética no consiste, tan solo, en acumular instalaciones renovables en la red eléctrica utilizando sistemas y métodos de control del siglo pasado. Hacen falta inversiones en las redes eléctricas y la implementación de nuevas tecnologías, para contrarrestar las debilidades de lo que denominamos energía renovable.
Francisco José Conesa Cánovas
Ingeniero Eléctrico