Opinión

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El eurocristiano tibio

OTAN, no; bases, fuera; y ¿nada más?

"En 1981, apoyé la idea de rescindir la presencia militar estadunidense en España y no ingresar en la OTAN, un tema que ya se discutía. En cambio, pedí crear un ejército europeo que asegurase nuestra seguridad militar"

Publicado: 23/03/2025 ·06:00
Actualizado: 23/03/2025 · 06:00
  • El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, y el presidente español, Pedro Sánchez.
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Promovida por el general Franco, dictador vitalicio, en el mes de julio de 1947 los españoles aprobaron en referéndum la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado. Otorgándole la capacidad de elegir quién habría de lucir la corona cuando él falleciese, en su primer artículo la ley declaraba que “España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino”. Se declaraba la unidad de España, luego atacada por los partidos separatistas y discutida por toda la izquierda con la excepción de Izquierda Española. Además, quedaba oficializado el régimen político que acabaría por ser llamado “nacionalcatolicismo”. En diciembre de ese año nací en un pequeño pueblo cordobés.

Unos seis años después nos repartieron a la salida de la escuela un vaso de leche en polvo y un par de taquitos de una sustancia dorada que nunca supe si era una mantequilla muy densa o un queso muy blando. Se trataba de una ayuda regalada en el marco de un convenio de colaboración que había firmado el Gobierno español con el estadounidense. Nos daban dinero y comida a cambio de que se instalasen unas bases militares en nuestro territorio, entre ellas las de los pueblos andaluces de Rota y Morón. Inmersos en la Guerra Fría contra Rusia, las democracias occidentales respaldaban al franquismo. Mi padre comentó que la revolución se alejaba. Acertaba por completo. Al poco, el PCE adoptaba la política de reconciliación nacional, luego denostada por los sanchistas. En 1968 las tropas de la Unión Soviética invadieron Checoslovaquia, acabando con el proyecto de un “comunismo de rostro humano”. Santiago Carrillo, secretario general de PCE, condenó la invasión y declaró “¿dictadura? Ni la del proletariado.” En esa línea, en 1972 impulsó la creación de la Junta Democrática. Y un buen día me encontré en un acto en Córdoba con Joaquín Ruiz Giménez, que había sido ministro de Educación, tratando de ampliar el acuerdo por la democracia. Tres años después falleció Franco sin que los que ahora lo conmemoran hubiesen hecho nada por derrocarlo. Entro a reinar Juan Carlos I y en 1978, con mi modestísimo apoyo, los españoles aprobamos la Constitución.

 

Muchos de los que antes se oponían al dichoso ejército europeo ahora andan pidiéndolo"

 

Ese año el PCE había abandonado oficialmente el leninismo, acentuando su deriva hacia la socialdemocracia. Tres años después, en 1981, se celebró el décimo congreso. Me tocó defender una ponencia sobre la política de Defensa del PCE. Apoyé la idea de rescindir la presencia militar estadunidense en España y no ingresar en la OTAN, un tema que ya se discutía. En cambio, pedí crear un ejército europeo que asegurase nuestra seguridad militar. Sí; han leído bien: en 1981 ya estábamos hablando de organizar una defensa europea conjunta, eso que ahora quieren el presidente alemán Merz, el presidente francés Macron y la presidenta de la UE Von der Leyen. En aquel momento la dirección del PCE encomendó al poeta Marcos Ana, que había pasado mucho tiempo en las cárceles franquistas, que me convenciese de que retirase la propuesta del ejército europeo. No la retiré, perdí la votación y causé baja en el PCE. Quedaba libre como un socialdemócrata a mi propio riesgo y ventura.

Al año siguiente, 1982, por decisión del Gobierno conservador de Calvo Sotelo, se produjo el ingreso de España en la OTAN. El PSOE anunció que se oponía y que convocaría un referéndum bajo el lema “OTAN; de entrada, no”. Dos años después, 1984, Julio Anguita inició la creación de Convocatoria por Andalucía. Tras negociarlo con Javier Aristu, ya fallecido, otro buen día me vi en un recinto sevillano aprobando “el documento de las amapolas”, una alusión al campo cubierto de rojas amapolas de la portada del díptico.  Nos habíamos incorporado a la famosa Convocatoria.

Y así llegamos al año 1986, verdaderamente movido. En enero el presidente socialista del Gobierno español, Felipe González, convocó el prometido referéndum sobre la OTAN. Solo que había cambiado de opinión y ahora defendía la permanencia. Eso sí, con tres condiciones: no incorporarnos a la estructura militar integrada, reducir la presencia estadounidense y prohibir la instalación de armas nucleares en nuestro territorio. Bajo el amparo de Antonio Gala, que dirigía en Andalucía la oposición a la OTAN, un buen día me vi jugando ese papel en Sevilla. Como comentó Felipe Alcaraz, solo me aplaudieron cuando acabé mi discurso. Y es que había vuelto a hablar del ejército europeo. En marzo se produjo la votación y la ganó Felipe González. Y eso que Alianza Popular, que había promovido el ingreso ahora promovía la abstención. Un gran triunfo del socialista, excepto en Vasconia, Navarra, Cataluña y Canarias, donde ganaron los que se oponían. Curioso que solo los separatistas le ganasen el pulso a González (¿a alguien le extraña ahora la sumisión de Sánchez a Puigdemont?). Con el tiempo ninguna de las tres condiciones se cumplió plenamente: Aznar nos metió en la estructura integrada, se renegoció lo de las armas nucleares en términos bastante ambiguos, y desaparecieron las bases de Zaragoza y de Torrejón de Ardoz, pero siguen las de Rota y Morón.

Por cierto, en abril de 1986 se había fundado Izquierda Unida. Y un buen día me vi en Madrid de la mano de Ramón Tamames negociando nuestra incorporación con Gerardo Iglesias y Cristina Almeida. Se produjo el acuerdo y Tamames acabó de diputado en el Congreso y yo en el Parlamento de Andalucía. Pero eso es otra historia. Lo que cuenta es que Cristina Almeida ha dicho ahora que las condiciones han cambiado y que ya no está nada claro que debamos salir de la OTAN. Y, cosa curiosa, muchos de los que antes se oponían al dichoso ejército europeo ahora andan pidiéndolo. Aunque Sumar, Podemos, Bildu, Bloque Nacionalista Gallego e incluso el PNV se oponen al proyecto y piden salir de la OTAN, los sanchistas parecen inclinados a apoyarlo. Solo dicen, en su habitual línea camaleónica, que no hablemos de rearme europeo y quizás tampoco de defensa, sino de seguridad. Bueno, pues muy bien, pues vale, pero lo que quieren los alemanes y los europeos es el rearme. Eso sí, uno modestamente pidió hace un año cambiar paz por territorios en Ucrania, pero Putin parece que no hace caso por ahora. ¿Cómo acabará todo esto?

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