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DESDE MI ATALAYA / OPINIÓN

Mucho más que turismo de floración

28/01/2024 - 

MURCIA. Bellamente comparaba el poeta murciano Vicente Medina (1866-1937) el florecer de su hija como mujer con la floración de los almendros en los versos:

Tempranerica me has salido

como la flor del almendro

Porque, ciertamente, el almendro se adelanta a cualquier otra floración de nuestros campos, ya avanzado el invierno, allá por febrero.

Y esta circunstancia la quieren aprovechar turísticamente, con buen criterio, los muleños, que han lanzado una campaña bajo el lema: MulaFlor 2024, La Fiesta del Almendro en Flor de Mula, con el afán de poner en valor la primera floración ¡de toda Europa!, ahí es .

Y, claro, lo primero que me viene a la cabeza al ver el cartel anunciador de MulaFlor es a los que fueron pioneros en la Región de Murcia en copiar la tradición mundialmente famosa de los japoneses de observar la belleza de las flores (Hanami), especialmente la de los cerezos. Me estoy refiriendo a los ciezanos, que hace unos años, con gran éxito, comenzaron a promocionar turísticamente La Floración de Cieza, de sus frutales de hueso –melocotoneros, albaricoques o ciruelos-, que abarca desde finales de febrero a finales de marzo, cuando sus campos despiertan del letargo del invierno y se cubren de colores rosáceos, fucsia o blancos para recibir la primavera.

Dos iniciativas espléndidas que, a mi entender, van mucho más allá de las prosaicas cuestiones económico-turísticas, que también son importantes, cómo no. Y entroncan con cuestiones tales como la conservación de medio ambiente, su sostenibilidad, o el bienestar y salud de las personas gracias al contacto con la naturaleza, tal y como avalan cada vez mayor número de estudios científicos.

Sólo se quiere lo que se conoce, y sólo se cuida lo que se conoce. De ahí que una de las razones fundamentales de que no cuidemos nuestro entorno, nuestra huerta o nuestro campo es, a mi entender, el desconocimiento que tenemos los urbanitas de la naturaleza que rodea nuestras cada vez más grandes e inhóspitas ciudades.

"Nos hemos privado de sentir vivencialmente los cambios de las estaciones"

Desconocemos la belleza que encierra la mera contemplación de árboles, flores, insectos, pájaros o paisajes. Nos hemos privado de sentir vivencialmente los cambios de las estaciones: la humedad y el helor de la huerta en invierno; la floración del azahar en abril; los apacibles atardeceres de verano; la caída de las hojas en otoño de las moreras o los árboles del paraíso; el canto de los todavía abundantes pajaricos que alegran los amaneceres; y otros mil y un detalles, momentos, experiencias por vivir, que sólo pueden alcanzarse in situ, que surgen del contacto de nuestros sentidos con la naturaleza. Del ver, oler, tocar, oír o gustar.

Desafortunadamente, es tanto el alejamiento del medio rural de los urbanitas que sólo unos pocos son capaces, por sí solos, de adentrarse en la naturaleza, en campos y huertas. No cuesta mucho imaginar los problemas que tendría una familia que decidiese salir a pasear por la huerta una mañana de cualquier domingo: no sabrían a qué zona ir, por dónde empezar a andar o cuáles son los rincones más interesantes o más bellos.

Porque ahí es donde radica, a mi entender, "la madre del cordero", en poner fácil el acceso a esos espacios. Y, si es necesario, acompañar y enseñar las primeras veces.

Por ello valoro positivamente estas iniciativas de los municipios de Cieza y Mula, por cuanto dan un paso en esta sentido, atrayendo y haciendo posible que personas ajenas a estos espacios naturales, de campo, puedan conocer al menos una pequeña parte de la belleza que atesoran.

Y me pregunto si algo similar no sería posible en la cada vez más reducida Huerta de Murcia. Pienso que ha llegado la hora de poner en valor, de abrir esos espacios del cinturón de Murcia todavía bellos y bien conservados, aunque en inminente peligro de extinción, a los ciudadanos de Murcia y por qué no al turismo, ampliando la oferta de experiencias que complemente la de sus monumentos barrocos, sus fiestas o su gastronomía en terrazas y restaurantes. Ha llegado la hora del MurciaAzahar.

Para ello, siguiendo la metodología lean innovation, lo primero sería empezar con un prototipo, identificando una zona idónea y abarcable para este ensayo de prueba y error del que vamos a obtener las claves para testar el interés y viabilidad real del proyecto. Una zona de las que, por supuesto, y a pesar del avanzado estado de abandono y degradación general, todavía conservan el tradicional encanto de la Huerta de Murcia. Luego habría que diseñar un plan que incluyese: facilitar los accesos, convenientemente y dotándolos de aparcamientos; dar a conocer, acondicionar y señalizar los carriles y, sobre todo, las sendas, que circulan entre huertos de limones, naranjos o mandarinos, entre roales plantados de hortalizas o por los márgenes de acequias y regaderas –balizadas convenientemente, claro-; regular su uso a pie o en bicicleta; habilitar "descansaeros", como decía un gaditano que conocí en el Camino de Santiago, con bancos al sol y a la sombra y aseos; o abrir algún que otro merendero en plena huerta para refrescarse y degustar los productos de temporada según recetas tradicionales o modernas, entre otras actuaciones.

"hay que formar guías turísticos que puedan acompañar y mostrar toda la riqueza del patrimonio cultural, material e inmaterial, que atesora la Huerta de Murcia"

Y para poner en marcha todo esto es necesaria la colaboración público-privada. Porque resulta evidente que para que los huertanos, antiguos o nuevos, faciliten y transijan con las molestias que les puede suponer, por ejemplo, la afluencia de gente, hay que buscar fórmulas imaginativas de compensación. También habrá que contar con otros que, de manera a los guardas forestales, vigilen por el buen funcionamiento de estos espacios. Y formar guías turísticos que puedan acompañar y mostrar toda la riqueza del patrimonio cultural, material e inmaterial, que atesora la Huerta de Murcia. Y todo ello acompañado de propuestas de turismo de experiencias como safaris fotográficos de aves; el riego de unos bancales en verano –extremadamente gratificantes en medio de la canícula y para los chavales-; la búsqueda de plantas silvestres comestibles por sendas y carriles –como tradicionalmente se hacía por San Antón con las "ensaladas buscás"; talleres de botánica, floristería, mindfullness, yoga, shiatsu o haikus en mitad de los huertos; cosechar naranjas y limones de los árboles –esos que ahora se dejan pudrir en los árboles porque no tienen salida comercial y que podrían adquirir los visitantes-; plantar árboles; elaborar dulces típicos navideños; o criar gusanos de seda; entre otras muchas posibilidades. Unas actividades que a nadie se le escaparán, generarían riqueza y puestos de trabajo.

Y habrá que pensar en recompensar a los propietarios de esos huertos que, a costa de su esfuerzo y su dinero, mantienen ese paisaje tradicional, bello y singular, que ahora se pone al servicio de la ciudadanía en general. Así, estimularíamos un mayor número de personas a cuidar su entorno, incluso atraeríamos a otros que se marcharon forzados por la necesidad y pasaron a engrosar las filas de los trabajadores mileuristas de los polígonos industriales y que, muchos de ellos, ahora están en paro.

Y lo que es más importante, de este modo se conseguiría que los murcianos conociesen su huerta y, de este modo, la valorasen, la quisiesen, y la conservasen exigiendo a sus gobernantes políticas en este sentido.

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