Se prepara una nueva entrega de la saga de Alien y una serie sobre el xenomorfo, un mito que sigue generando materiales. No por casualidad, su autoría es diversa, es tan perfecto porque es una creación coral. La idea surgió de Dan O’ Bannon, inspirado en las plagas que había en su pueblo y los cómics de EC; los diseños eran de Giger; Ridley Scott aportó ideas clave, pero las naves de Ron Cobb y Syd Mead daban toda la atmósfera. Un trabajo colectivo que analizarán los historiadores del arte, al contrario que con lo expuesto en ARCO
MURCIA. Hay mucha emoción en esta casa con las nuevas entregas previstas de la franquicia, yo prefiero llamarlo mito, de Alien. Por un lado, FX prepara una serie y, por otro, llega Alien: Romulus otra entrega cinematográfica que transcurrirá entre El octavo pasajero y El Regreso, es decir, cubre los años en los que Ripley está vagando por el espacio antes de llegar a la Tierra y tener que volver a la colonia en el planeta donde encontraron al bicho.
Nunca he logrado que me hagan mucha gracia las entregas posteriores de la saga, pero siempre las he visto con interés. También es verdad que ninguna de ellas puede competir con el efecto videoclub de cuando veía estas películas de niño. Además, los trabajos que realizaron en ambas Giger, Ron Cobb y Syd Mead son, y lo digo sin que me tiemblen los dedos, obras de arte del siglo XX a la altura de cualquier cosa que pueda encontrarse en el Museo Reina Sofía. Esos diseños de naves y alienígenas se instalaron en nuestra imaginación y es muy difícil que vayan a salir de ahí.
Graciosamente, es lo mismo que le pasó a Dan O’Bannon, creador de la historia original de Alien, con los cómics de EC. Hablábamos de ellos hace escasas semanas. Si bien yo, como miembro de la Generación X, tengo en el coco un universo paralelo construido en los cómics de CIMOC, Zona 84 y demás… todos los que crearon esos escenarios venían en buena parte de los cómics de EC. O’Bannon es lo que leía en su infancia, sin parar, hasta llegar a obsesionarse.
En el documental Memory: The Origins of Alien, de Alexandre O. Philippe –interesante autor de documentales sobre cine- así se nos presenta al personaje. Como un chaval que nació en un lugar muy despoblado, en Missouri, en el Medio Oeste, sin biblioteca en el pueblo y obsesionado por todo libro de ciencia ficción que caía en sus manos. Hasta el punto de que su madre entró en conflicto con él porque ella quería que leyese literatura “útil”, ya se entiende, la que sirve para ser “más culto”, según los estándares represivos de “la cultura”.
Sin embargo, lo que más marcó al joven no fueron los libros, sino un acontecimiento inesperado: las plagas de insectos que se sufrían en el campo. Se fascinó con ellos, observándolos. Entretanto, cayó en sus manos una historia en viñetas: Semillas de Júpiter, con guión de Bill Gaines y dibujo de Al Feldstein en 1951. En ese caso, una esfera había caído sobre un portaaviones estadounidense en mitad de la noche. Tres marineros se acercaban a ver qué era y encontraban que se trataba de una especie de pepitas.
En un argumento no muy sofisticado, uno de los marineros siempre chupaba los pipos del melocotón y, por eso, se metía una de estas semillas en la boca, por su parecido, pero accidentalmente se la tragaba. Ocurría lo mismo que en Alien, el marinero se desvanecía y lo tenían que ingresar. Mientras lo intervenían los doctores, de su interior salía una especie de pulpo alienígena. En realidad, la semilla era la versión deshidrata del animal, su intención era entrar en contacto con el agua del mar para crecer pero, en este caso, lo hacía tomando el agua del organismo vivo de una persona. El monstruo que surge no se anda con chiquitas, atrapa toda Manhattan con sus tentáculos.
La idea del organismo que se aprovecha de otro para crecer le obsesionó al creador de Alien. Estudió las larvas de mosca que crecen dentro de otros seres y a veces pueden incluso liberar sustancias que les sirven para manipular los cuerpos en los que se alojan. De hecho, su primer guión fue “Ellos muerden” sobre una cigarra asesina, un animal al que había visto llegar en sucesivas plagas donde vivía.
Su trayectoria como guionista le llevó a participar en Dark Star, de John Carpenter, y en el póstumo proyecto de Dune con Jodorowski. En la primera, el alienígena que se colaba en la nave era una especie de balón de playa. Con Alien, ante todo, O’Bannon lo que quiso fue convertir sus ideas en una historia de terror, no había quedado satisfecho con a comedia. El balón de playa poco tenia que ver con el xenomorfo, pero el corre que te pillo que se montan por los pasillos de la nave sí que guarda un muy ligero parecido con el tipo de escenas en las que Scott basó su película.
Sin embargo, hubo algo más. El guión que le llegó a Fox, Star Beast, dejaba mucho que desear. Walter Hill y David Giler fueron los encargados de rehacerlo y lidiar luego con una disputa por los créditos en la que O’ Bannon quedó como autor de la historia y ellos del guión. Pese a todo, lo más importante de esta película fue la escena en la que Alien nace, cuando sale del pecho del tripulante. Hubo polémica con el estudio, cuenta este documental, porque Fox no la quería, se tuvo que empeñar Scott. Sobre todo, a los productores les preocupaba que en 45 minutos de película “no pasaba nada” hasta esa escena.
La elaboración con casquería vacuna es muy interesante, así como las múltiples dificultades que planteó, pues no había forma de que el pequeño Alien atravesara el tejido de la camiseta. Y también hubo ahí un problema de diseño del bicho. Aunque Giger creó toda la imaginería alienígena, concretamente, ese pequeño xenomorfo no le salió bien. Parecía “un pollo frito”, el mismo dibujante suizo lo reconocía, y lo que se vio en pantalla al final fue una inspiración en las criaturas antropomórficas de la pintura de Francis Bacon, Three studies for figures at the base of a crucifixion. Eso ya fue idea de Ridley Scott. También se resalta en el documental en que parte de su éxito está en que parece un pene con dientes, algo que entraban en el subconsciente del espectador, puesto que se sugiere que Alien, al fin y al cabo, es una violación masculina con embarazo.
Pero todavía quedaba algo más. Posiblemente, lo más atractivo visualmente de Alien: el Nosotromo. La nave fue diseñada por Ron Cobb, autor también del DeLorean de Regreso al futuro. La tecnología de esa nave y su aspecto tenían algo mágico: era fácil imaginarse en ella. Realmente parecía lo que era, un carguero, un mercante, donde un grupo de trabajadores vive, pringa sin parar y se aburre mucho. En la siguiente nave, la de El Regreso, el Sulaco, el diseño recayó sobre Syd Mead, un especialista con conocimientos técnicos de ingeniería muy precisos. El realismo es imposible en una película de anticipación, pues refleja lo que no existe, pero estos autores lograron que diéramos la máxima verosimilitud a estos escenarios. Por eso eran tan escalofriantes. Un trabajo colectivo, una obra coral, que será lo que estudien en el futuro los historiadores del arte, no nada, ni por casualidad, de lo expuesto en ARCO. Alien
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame