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el pasico del aparecido / OPINIÓN

La red nacional de hospicios infantiles

31/08/2022 - 

CARTAGENA. Sin que sirva de precedente, todas las fuerzas políticas están de acuerdo en que España (o este país, o el Estado) padece una grave crisis demográfica por su ínfima tasa de natalidad actual. No nacen niños (ni niñas, ni niñes) y, en consecuencia, la edad media de la población crece de tal modo que nos encaminamos hacia una sociedad envejecida. Aunque solo sea por el pragmático motivo de que el futuro de las pensiones estará en peligro a medida que cada vez haya menos trabajadores activos por pensionista, los distintos analistas ofrecen ingeniosas soluciones. La más sencilla y obvia es importar numerosos inmigrantes que suplan la disminución de nativos en edad de trabajar. El Aparecido, seguramente un obtuso, ha soñado con otra solución, compatible con la anterior, para paliar la crisis demográfica: ayudar a las mujeres gestantes a que culminen sus embarazos y traigan a este mundo los deseados niños.

"Si queremos un Estado del Bienestar, ¿por qué no ampliarlo a los niños en gestación, a los recién nacidos y a las buenas gentes dispuestas a acoger y adoptar?"

No deja de ser paradójico que, quejándonos de una baja tasa de natalidad, se aprueben leyes que favorezcan los abortos, cuando es obvio que cada aborto acarrea un futuro bebé menos. No va a entrar el Aparecido en el debate sobre si los embriones tienen o no derecho a vivir. Solo puede constatar dos evidencias: cada embrión en el útero de una mujer es un ser humano en una etapa incipiente de desarrollo. Lejos de ser un amasijo de células, como pretenden algunos, es un genuino organismo humano en desarrollo. Como catedrático de Genética puede garantizarlo. La otra evidencia es que ningún embrión se ha metido por sorpresa y a traición en el útero que lo alberga. Hay que descartar la fantástica imagen de unos embriones extracorporales reptantes tratando de introducirse en las vaginas de inadvertidas mujeres. Por el contrario, es seguro que cada mujer preñada hizo algo, generalmente copular con un varón fértil, para que luego se forme en su interior un embrión.

También es consciente el Aparecido de que, no obstante, muchas mujeres embarazadas no desean parir y cuidar los hijos que llevan en sus entrañas. Los motivos pueden ser múltiples: rechazo social, rechazo familiar, falta de recursos económicos para la crianza, pérdida de libertad para proseguir una trayectoria vital apetecible, abandono por parte del padre del embrión, etc. Y eso por no hablar de los casos, más graves, en los que el embarazo puede poner en riesgo la vida de la madre o que el embrión padezca algún daño que se manifestaría en que el bebé exhiba graves alteraciones anatómicas, fisiológicas o psíquicas. No solo es consciente de todo eso, sino que el Aparecido respeta ese punto de vista y entiende la tendencia de esas mujeres a cortar irreversiblemente sus embarazos (nada de interrumpir, por favor, que suena a reversible sin serlo). Ahora bien, sugiere que el Estado (ahora sí con toda propiedad) podría destinar una parte de sus cuantiosos presupuestos a ayudar a esas mujeres a culminar sus gestaciones y, a continuación, acoger a los frutos de sus vientres si no se sienten capaces o inclinadas a criarlos ellas mismas. Igual que disponemos de una excelente red nacional de paradores (el de Lorca es magnífico), dirigida por un paisano nuestro, el socialista Saura, ¿por qué no construir y mantener una red nacional de hospicios? Aunque lo dirigiese Saura...

Es posible que cierta parte de la derecha política, especialmente la más religiosa, vea con simpatía esa idea, pero también podría ser interesante para algunos sectores de la izquierda: piensen en el incremento del gasto público que acarrearía, en la multitud de empleos públicos que generaría e incluso en la ocasión para imponer un nuevo impuesto para sufragar esos gastos. ¿No es todo eso tentador? ¿No les gustaría a los sindicatos exigir más matronas, más celadores, más nutricionistas, más limpiadores, etc., para esa red nacional de hospicios? ¿Y qué decir de la vía, tan cara a los liberales, de concertar con la iniciativa privada algunos de esos hospicios? Si hasta dan ganas de enviar a Unai Sordo y a Ayuso sendas copias de este Pasico extraordinario.

Para redondear la tarea, podría pensarse en establecer en esos hospicios un servicio de adopción, cuya misión sería facilitar que vean cumplidos sus deseos las múltiples familias o personas interesadas en adoptar niños pequeños. No tendrían que irse a países lejanos, como Rusia o Ucrania, ahora en guerra, sino que podrían adoptar sin necesidad de salir de España. A lo mejor con todo esto lograríamos paliar un poco la crisis demográfica. Y si tienen que seguir llegando inmigrantes, que lleguen. Algunos de ellos incluso podrían trabajar en esos hospicios.

Se recela el Aparecido que a muchos les parecerá anticuada y rancia esta propuesta, pues ya Trajano, un emperador de origen ibérico, construía hospicios en Roma. Es posible que sea así, pero igual de anticuado y rancio es abortar, que también se practicaba en Roma. De hecho, solo empezaron a perseguir el aborto a partir del siglo III, y no por motivos religiosos, sino por el temor de las clases dominantes al declive demográfico romano y el incremento de las cohortes de los bárbaros circundantes. ¿Les suena? Bueno, pues aquí ni siquiera estamos hablando, a la romana, de prohibir el aborto, sino de ayudar a las gestantes y hacerse cargo de sus hijos. Si queremos un Estado del Bienestar, ¿por qué no ampliarlo a los niños en gestación, a los recién nacidos y a las buenas gentes dispuestas a acoger y adoptar? Llámenme machista y anticuado, pero por favor piensen en la posibilidad de dotar de una dimensión adicional al Estado protector que tanto les gusta: la dimensión gestadora, criadora y adoptadora.  

JR Medina Precioso

jrmedinaprecioso@gmail.com

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