MURCIA. Diez años después de la primera e impactante temporada de True Detective ha llegado la cuarta, con subtítulo incluido: True Detective: Noche Polar (True Detective: Night Country). Por el camino hubo otras dos: una, la segunda, que no gustó a nadie, y otra, la tercera, que remontó algo respecto a la anterior, pero no llegó a la relevancia de la protagonizada por Matthew McConaughey y Woody Harrelson, convertida en referente de las ficciones seriales.
La actual mantiene muchas de las características de la marca: un crimen terrible y muy difícil de explicar, cuyas ramificaciones se extienden en el tiempo; el peso del pasado, aunque aquí no hay mucha ida y vuelta temporal, como sí había en las anteriores; una pareja de investigadores con sus buenas dosis de traumas que gestionan como pueden; un paisaje imponente que marca profundamente el carácter y la forma de vivir de una comunidad y cierta presencia de lo sobrenatural o místico.
En realidad, son pocas las diferencias, aunque dos de ellas, que entran en la misma categoría, han marcado la recepción de la serie: el hecho de estar protagonizada, por primera vez, por mujeres, un cambio de género que también se da en el nombre tras la serie, que ya no está escrita por Nic Pizzolatto, sino por la guionista y directora mexicana Issa López. Este cambio de género ha levantado ampollas entre los de siempre, qué cansinos sois y qué frágiles, de verdad, hacéoslo mirar, a los que, al parecer, no les molestaba nada lo muy masculinas que fueron las otras temporadas y el papel nada lucido y muy tópico que tenían los personajes femeninos en ellas, siempre entre los roles de cuidadoras y objeto de deseo. Así que, ya saben, que si lo woke, que si la dictadura feminista y blablablá. Esto tiene sus consecuencias, por ejemplo, en la consideración crítica y en la valoración en los malditos rankings de opinión, porque entran en tromba a ponerle ceros y bajas puntuaciones para rebajar su calificación. Pero, a pesar de ello, no vamos a dedicarle más palabras a esta idiotez, que lo único que quieren estos señores tan indignados es un poquito de atención y ya tienen demasiada.
Así pues, tenemos a dos mujeres policías que han de investigar un crimen muy extraño, la muerte de varios científicos, vinculado a otro menos extraño y más convencional del pasado, el asesinato de una activista. Todo ello en Alaska, en el imaginario pueblo de Ennis, en diciembre, en el momento en que comienzan los días en los que solo hay noche y no se ve nunca la luz del sol. Solo las luces del pueblo, las linternas y el fuego ofrecen algo de luz. Mucho frío, mucha oscuridad, la pantalla partida en dos con el negro de la noche arriba y el blanco de la nieve abajo. Un lugar ciertamente inhóspito e incómodo ante el que no dejas de preguntarte todo el rato: ¿pero por qué vive gente ahí, en ese sitio que parece un castigo? Toda esa ambientación está muy conseguida y transmite a la perfección lo difícil que es la vida en esas circunstancias geográficas y meteorológicas. Por supuesto, la oscuridad y el frío marcan la imagen de la serie y la fotografía, excelente.
En ese mundo oscuro y hosco, las protagonistas intentan resolver los crímenes y, en mayor o menor medida, restañar heridas de su pasado. No son simpáticas y no pretenden caer bien, ni a los habitantes de Ennis ni a los espectadores. Y tienen los rostros y cuerpos de la gran Jodie Foster (Liz Danvers en la serie), tan magnética como era de esperar, uno de los grandes motivos para ver la serie, y Kali Reis (Evangeline Navarro), boxeadora y actriz con una presencia imponente. Una blanca, rubia, menuda, nerviosa y de apariencia frágil, y la otra morena, de ascendencia nativa americana, fuerte y poderosa, con piercings y tatuajes. El contraste físico entre ambos no se lleva al terreno del carácter, como sucedía en la primera temporada, aunque el personaje de Reis tiene un componente espiritual vinculado a sus orígenes que el de Foster no, y que es importante en la trama. Aunque hay cierto enfrentamiento entre ellas por un caso antiguo, ambas tienen personalidades fuertes, no dudan en enfrentarse a quien sea, están marcadas por dramas del pasado y, respecto a los hombres, ejercen una libertad en sus relaciones sentimentales y sexuales no siempre comprendida por el resto. Eso sí, nadie aguanta los primeros planos como Jodie Foster, qué espectáculo observarla.
Esos elementos espirituales y sobrenaturales de los que hablaba antes contribuyen al misterio y al ambiente enrarecido, y también a algo que es propio de la serie, la idea del narrador poco fiable. Evangeline tiene visiones, pero nunca somos capaces de discernir si tienen que ver con cierto estado mental del personaje o es algo que sobrevuela ese espacio helado tan particular. No es la única que ve o siente cosas. Y, por eso, a veces no estamos del todo seguras de qué estamos viendo ni de qué es verdad o no.
Sin embargo, el trabajo de dirección está por debajo de lo que el relato requiere. A pesar de las ventiscas, la nieve y la oscuridad, le falta atmósfera, quizá por una realización correcta, pero convencional y rutinaria, que no saca partido del paisaje, como si se conformara con lo básico. Pienso en lo que Cary Joji Fukunaga, que dirigió la primera temporada, hubiera conseguido: algo mucho más denso y con planos que no olvidaríamos, y no me refiero al famoso plano secuencia. Muchos encuadres piden algo más de reposo, dejarlos más tiempo en pantalla para que expresen todo su poder y sentido. Y en algunos la música estorba, como en ciertas muertes del capítulo final en las que no hace ninguna falta porque las imágenes son muy elocuentes y potentes.
Eso, con algún que otro problema de guion, aunque llevadero, desmerecen una temporada que podría ser más grande. Aun así, la cuarta temporada de True Detective es un buen espectáculo: tenemos grandes actrices (también está ahí la magnífica Fiona Shaw) con buenos personajes que nos atrapan, un paisaje muy particular y llamativo y un buen misterio con muchas implicaciones y ramas, que pasan por la defensa de la naturaleza, la corrupción en torno a las medidas medioambientales, la violencia contra las mujeres, la redención y la soledad. Es más que suficiente.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame