MURCIA. Distintos medios, y entre ellos Murcia Plaza, dieron a conocer la pasada semana que la asociación Huermur había denunciado el derribo de la histórica Casa del Labrador, sita en el entorno del Santuario de la Fuensanta, y más en concreto, junto al convento de las Carmelitas Descalzas, erigido pocos metros antes del acceso al recinto y de las cuestas del Vía Crucis.
Lo cierto es que el inmueble, datado en el siglo XVIII, no era ya sino unas lamentables ruinas, como confirman las fotos difundidas por la propia asociación denunciante, por lo que la eliminación de las cuatro paredes que se mantenían en pie no ha sido sino la culminación de un largo proceso de deterioro y abandono, cuyo penúltimo hito fue la parcial demolición llevada a efecto en 2004.
"era el domicilio de la familia encargada de las tierras vinculadas al Santuario de la Fuensanta"
La misma Huermur inició en 2016 un expediente para ampliar la protección de bienes muebles e inmuebles en el Santuario y su área de influencia, incluida la Casa del Labrador, pero a la vista de cuál era la situación de partida, la eficacia del gesto resultaba cuestionable en el caso del edificio ahora desaparecido. Si cayó el Contraste de la Seda, de la plaza de Santa Catalina, nueve años después de ser declarado Monumento Nacional, no cabía esperar mucha mejor suerte en el caso que nos ocupa.
La Casa del Labrador, como su nombre indica, era el domicilio de la familia encargada de las tierras vinculadas al Santuario de la Fuensanta, dependiente, a su vez, del Cabildo Catedral, que durante cinco generaciones fueron los Almansa, originarios de la población manchega del mismo nombre.
Era una construcción tradicional de dos plantas. En la baja, a ambos lados de la puerta de acceso, se situaban dos ventanas cerradas con rejas, y en la superior un balcón central con barandilla de forja y otras ventanas enrejadas. En el exterior había una pequeña explanada, circundada por un muro bajo. La construcción estaba realizada en tapial y mampostería, con cubierta a dos aguas.
La Casa del Labrador tenía, aparte de la función señalada, una simbólica, dada por su emplazamiento a la entrada del recinto del Santuario, pues llegados a aquel punto se entendía que se penetraba en el territorio de la Virgen, lo que implicaba algunas determinaciones rituales.
Puede comprobarse, por ejemplo, en un lejano relato publicado por La Palma allá por el año 1849 con ocasión de la celebración de una romería al monte, acompañando a la Patrona tras obtener por su intercesión la siempre ansiada lluvia, necesaria para paliar la enésima situación de sequía.
"En 1975 murió Josefa Paredes, la última labradora de la Fuensanta, una institución entre los devotos de la Virgen"
Hace notar el autor que el carruaje en el que viajaba se detuvo antes de llegar a su destino, e interpelado el cochero por el motivo, contestó: "Porque esta es la Casa del Labrador, y aquí se para y desciende, y se acomodan los carruajes y caballerías, y se comienza a ver la gente y la feria". En consecuencia, "obedeciendo a la imperiosa ley de la costumbre y del ejemplo, saltamos en tierra y nos confundimos entre la multitud, que con vestidos de fiesta y alegres semblantes, de un lado a otro, con algazara y júbilo, discurría". La ley de la costumbre, nada menos.
Tan cierto es que la Casa del Labrador representaba el linde entre lo profano y lo espiritual, que fue en aquel preciso lugar donde en el mes de octubre de 1862 se alzó un arco "de granadas" de efímera arquitectura para recibir a la familia real, con Isabel II a la cabeza, en su visita al Santuario patronal.
Y en una crónica política del año 1885, publicada por El Diario de Murcia se podía leer: "En un sitio como aquel, clásico de las expansiones, aunque sean políticos los que se reúnan, se quedan las suspicacias y los recelos en la Casa del Labrador, y no suben la cuesta más que la sinceridad y la buena fe". Pulla que provocó el enfado de los apuntados, pero esa es otra historia.
Claro está que la fecha en que la Casa del Labrador tomaba mayor protagonismo era en los días de Romería. En ocasiones, un protagonismo ciertamente singular e insospechado. Valga como muestra un relato tomado de tal jornada en el año 1900. Contaba Las Provincias de Levante: "La Guardia Civil también tomó una acertada medida en la Romería. Cuantos borrachos escandalizaban y se sospechaba, por su estado y antecedentes, que pudieran producir algún suceso desagradable, iban siendo encerrados en la Casa del Labrador por la Benemérita, la que los ha ido soltando esta noche pasada, cuando ya estaban en su juicio".
Desde la Casa del Labrador partieron, durante largos años, los grupos de peregrinos que llegaban en autobuses desde pueblos, colegios y parroquias, para hacer a pie la subida. Y hasta allí, según precisaba el actual cabo de andas, Joaquín Vidal Coy, al hacerse cargo del puesto sucediendo a su padre, era hasta donde podían llegar, arrimando el hombro, los devotos (y devotas) que quisieran cargar con el dulce peso de la Fuensantica, porque desde allí hasta arriba era misión encomendada a los titulares.
En octubre de 1975 falleció Josefa Paredes, la última labradora de la Fuensanta, una institución entre los devotos de la Virgen, a quienes siempre atendió con solicitud y cariño. Desde cinco generaciones, la familia llamada de los Labradores vivió apegada al Santuario, y en los inicios de la Guerra escondieron la imagen de la Patrona, recogida después por quienes la custodiaron en la ciudad durante el período bélico. También salvaron la pequeña imagen llamada postulatoria, con la que se recogían limosnas para el culto. Y rezaba la pequeña crónica del diario Línea: "Su gran ilusión era ver restaurada la Casa del Labrador".
Quede, en fin, como homenaje póstumo a la desaparecida Casa del Labrador, el rescate de unos versos en los que la nombraba, al hilo de una inspirada descripción de la jornada romera por excelencia, Mariano Perní, allá por el año 1901: "Desde la falda a la cumbre, el monte es un hormiguero de compacta muchedumbre que el sol requema altanero con su roja y viva lumbre. El cuadro es esplendoroso y así se admira al llegar: primero el huerto oloroso, con el fruto apetitoso; el retorcido olivar; la Casa del Labrador; la cuesta que entre el verdor serpentea y se levanta; y allí arriba la Fuensanta, nido de divino amor".