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como ayer / OPINIÓN

Humilde eternidad por calle corta

29/09/2022 - 

MURCIA. Me llegaron los ecos de que algunos antiguos compañeros de la vieja sucursal de los Maristas leyeron estos ayeres la pasada semana y anduvieron identificando a los profesores y alumnos que aparecían en la foto ilustrativa del escrito. Celebro que les entretuviera, como celebro también que esa andanza por el recordado colegio me dé pie a la aledaña calle de la Aurora, rincón entrañable de la Murcia de ayer, aunque de la original apenas quede nada.

Porque como muy bien explicaba Murcia Plaza, al informar sobre las obras de restauración y consolidación que se llevan a cabo en el característico arco, incluso éste no es sino un remedo del antiguo, pues fue edificado en 1984 una vez que toda la zona había sido demolida para reconstruirla tal y como la vemos hoy.

Escribía el recordado Antonio Segado del Olmo el 8 de octubre de aquel año, dos días después de la reinauguración del arco: "Sábado en la noche, un grupo de murcianos -nostalgia entrañable- han revivido el Arco de la Aurora. El viejo arco donde la ciudad concluía y la huerta se abría por un portillo. Ese arco que cantó don Jorge Guillén en su tiempo murciano. Estamos ya, por fin, comprendiendo los murcianos que la única manera de ser progresistas en urbanismo es ser conservadores".

Allá por el mes de marzo había celebrado otro escritor murciano inolvidable, Carlos Valcárcel Mavor, la noticia de que el arco sería restaurado, aunque lo cierto es que tras permanecer apuntalado, como vestigio de la calle desaparecida, fue rehecho por completo.

"al acabar LA GUERRA, LOS VECINOS RECUPERARON LA IMAGEN ANTIGUA Y RECAUDARON FONDOS PARA ARREGLAR EL ARCO"

En todo caso, las fotos que se conservan son claro exponente de lo que fue el arco: salida directa de la ciudad a la huerta en la parte norte de una población aún por expandirse en aquella dirección, graciosamente encajado entre las dos últimas casas de la calle, de una sola planta, con un fondo de huertos que parecía querer colarse por aquella angostura urbana hasta la mismísima plaza de Romea.

Todo eso había cambiado ya para cuando se emprendió la profunda reforma de la calle. Incluso llegó a darse el caso de que al otro lado del arco, donde hubo huertos aparecieron un enorme edificio de viviendas y una escalinata que salvaba el desnivel entre lo nuevo y lo antiguo, entre la Murcia que venía y la que iba de salida.

Lo curioso es que el arco estaba recién restaurado, en 1980, a cargo del Ministerio de Cultura, salvándolo de la ruina en que se encontraba para echarlo abajo pocos años después. Con la reforma todo el espacio, aparecieron las nuevas casas, que conformaron la nueva calle, y también el nuevo arco que, precisamente por ser nuevo, pudo situarse al nivel de la calle situada a su espalda (Carlos III) y permitió la eliminación de la escalinata.

Se había retirado ya la imagen de la Virgen de la Aurora, que se alternaba en la hornacina central con un lienzo representativo de la misma advocación mariana, y se depositó en el convento de Santa Clara. Se dijo entonces que regresaría al Arco cuando acabara la urbanización de la zona, pero lo cierto es que nunca lo hizo. O mejor, lo hizo unos diez años después por obra y gracia de los rosarios de la aurora de la Cofradía del Cristo Yacente, que sólo por un año (los sábados de mayo) trasladó desde la iglesia conventual al arco la bonita talla en breve procesión.

Una reseña del año en que concluyó la Guerra Civil permite precisar que el día 14 de noviembre de 1939 volvió a ocupar su puesto en el Arco de la llamada durante mucho tiempo calle Nueva la imagen de Nuestra Señora de la Aurora, que desde el 24 de octubre de 1767 se veneraba en el lugar. Esta imagen fue entregada en depósito a las monjas de Santa Clara y la sustituyó otra de cartón-piedra, que se encontraba en el nicho en 1936, cuando fue destruida junto con los cuadros y adornos que el nicho contenía.

Al acabar la Guerra, los vecinos recuperaron la imagen antigua y recaudaron fondos para arreglar el arco. Joaquín Paya costeó los gastos de albañilería y facilitó desinteresadamente el fluido eléctrico. Federico Rodríguez hizo la instalación eléctrica, y también regaló el material necesario. Anselma Calonge y Jesús Reyes regalaron valiosos rosarios. Aurelia Albentosa, Josefa Ramírez y Enrique Rainel y un par de floreros cada uno; Juan Sánchez, dos faroles; y así hasta cubrir los gastos precisos.

Unos años antes, María Adela Díaz Párraga se refirió a la calle en estos términos: "La calleja es humilde, mal pavimentada y estrecha. La calleja es tranquila y hermosa a su manera. La calle de la Aurora es una vía quieta; un oasis plácido a dos pasos de la locura automovilística y la contaminación. La calle de la Aurora parece tener un sortilegio especial que le permite aislarse del mundo y mantener esa serenidad de tiempo antiguo".

Lo cierto es que la calle y el Arco de la Aurora sobrevivieron a la completa transformación de toda la zona en la que están emplazados, operada en las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado, básicamente, manteniendo su trazado, aunque no su fisonomía, y preservando en buena medida esa condición de oasis urbano en mitad de la vorágine ciudadana.

Y por eso, pese a todo, aún encaja en aquél lugar la placa que reproduce los versos, tantas veces reiterados, que Jorge Guillén le dedicó cuando ejercía su magisterio en la Universidad de Murcia:  

Así se llama: calle de la Aurora,

puro el arco en el medio,

cal de color azul aurora

permanente que se asoma,

-sobre corro o motín-

al barrio aquel del sur,

humilde eternidad por calle corta.

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