SILLÓN OREJERO

El origen del género superhéroes del cómic estadounidense está en el Ku Klux Klan

Un estudio del académico Chris Gavaler, investigador de la historia del cómic, encontró que la figura del superhéroe estadounidense, alguien que bajo el anonimato de un disfraz y un antifaz imparte justicia, hay que buscarlo en el personaje Gran Dragón, de la novela The Clansman, de Thomas Dixon Jr, que también inspiró la película racista El nacimiento de una nación. Es la fórmula, explica, que emplearon Siegel y Shuster para Superman y que se quedó para siempre en la cultura popular

7/02/2022 - 

MURCIA. Dado que era un escritor profundamente racista, sus obras están olvidadas, pero su huella, de alguna manera, permanece. Thomas Dixon Jr fue un supremacista blanco que ejerció de ministro bautista, desempeñó cargos políticos, fue abogado y también escritor, dramaturgo y cineasta. Dos de sus novelas, The Leopard`s Spots: A Romance of the White Man's Burden y The Clansman: A Historical Romance of the Ku Klux Klan, fueron éxitos de ventas masivos.

Se trataba de obras basadas en la clásica estructura de las ideologías nacionalistas: victimización, anhelo de restauración de un pasado edénico y elevar a una categoría romántica y sentimental una derrota en la que se perdió el supuesto paraíso, en este caso, el que defendía la Confederación de los estados secesionistas, donde los blancos estaban legalmente por encima de otras etnias. Como ocurre normalmente en estos marcos, se presentaba como víctima quien quería imponer algo. Dixon defendía que solo los blancos podían gobernarse a sí mismos. La igualdad que trajo la abolición de la esclavitud, al menos en teoría, para este autor significaba la desigualdad, la subordinación.

Sus padres eran de origen inglés, escocés y alemán. Tenían una plantación con esclavos. Sus hermanos eran  predicadores cristianos fundamentalistas. Su trauma fue la victoria de la Unión, se confiscaron tierras, la región arrastró una crisis económica y la antigua clase dominante se organizó para defender como fuera sus privilegios. Tanto su padre como su tío se unieron al Klan, lo que le impactó vivamente de niño. Sus primeros recuerdos eran sobre los desfiles del KKK por las calles de su pueblo y sucesos como que una mujer, viuda confederada, pidiera ayuda a su familia porque supuestamente un negro había violado a su hija, para que el Klan lo ahorcara en mitad de la plaza del pueblo.

En su educación, si alguien le influyó fue Herbert Baxter Adams y la corriente a la que pertenecía de historiadores anglosajones que veían una continuidad en las instituciones políticas estadounidenses con la "democracia" primitiva de las antiguas tribus germánicas. También, parece que le marcó un hecho. El joven Dixon intentó ser actor en Nueva York, pero fue rechazado por su extrema delgadez.

Cuando llegó a la política, ocupó un escaño en la Asamblea General de Carolina del Norte por el Partido Demócrata y, desde allí, defendió la causa de los veteranos confederados. Fue el primero en hacerlo. Duró poco, porque le sorprendió la enorme corrupción que había en aquella época en las instituciones y denominó a los políticos "prostitutas de las masas". Tuvo un enemigo entre ceja y ceja, el republicano radical Thaddeus Stevens, que era partidario de confiscar tierras a los blancos y redistribuirlas entre los negros.

Pasó a escribir por la impresión negativa que le causó La cabaña del Tío Tom. Creía que falsificaba la historia del sur y dio con la tecla con la temática de sus obras. Se dedicó a glosar lo maravilloso que era todo antes de la guerra que habían perdido, todo desde un punto de vista, lógicamente, supremacista blanco. La posguerra la consideraba la época de los "violadores negros" y sus "víctimas rubias".

The Clansman, la obra en cuestión en la que aparece un tipo de personaje que encaja con la repetida estructura de los cómics de superhéroes, según Chris Gavaler en su estudio The Ku Klux Klan and the birth of the superhero, se publicó en 1905. Ben Cameron, el Gran Dragón, era un justiciero que se disfrazaba para ocultar su identidad y librar una batalla por el "bien". La idea se adelantaba al género popular que inundó el mercado de las viñetas en el siglo XX, no fue hasta 1938 que apareció el denominado Minute Zero de los superhéroes con Superman. Otras concepciones similares del héroe, como El Zorro, fue creado por Johnston McCulley en 1919.

Aunque el Klan fuese una organización agresiva y dedicada a la represión, en su contexto tenía amplia aceptación social en el siglo XIX. Por eso, la figura del Gran Dragón entraba dentro un ideal de justicia. Sobre todo, y este es un detalle muy habitual en las historias de superhéroes, porque la justicia ordinaria no llegaba hasta donde hacía falta. De ahí el valor del héroe, que "reemplazaba los poderes policiales de un gobierno impotente". En aquellos años, las familias terratenientes que habían perdido la guerra  tenían la sensación de que había llegado la anarquía y era el fin de la civilización. Hacía falta violencia redentora. Un concepto que los estadounidenses han sido maestros en llevar también al cine hasta la saciedad.

En este caso, el personaje de Cameron tenía un pasado bélico con hazañas como defender el solo una trinchera "como un millón de hombres", pertenecía a la aristocracia local, pero lo había perdido todo con la derrota confederada. Su padre, el doctor Richard, había sido acusado falsamente de complicidad en el asesinato de Abraham Lincoln. Otra injusticia más. Su santuario era una cueva, un lugar de reunión secreto, donde se encontraba con sus aliados, el KKK. Eran 1250 hombres que seguían sus órdenes y, cuando actuaban, lo mismo que el logotipo de Batman brilla en el cielo nocturno, ellos aparecen tras una cruz en llamas, y se dedicaban a rescatar a ancianos, niños y mujeres.

Sin embargo, escenas que se producían realmente en las que esta organización linchaba y ahorcaba no aparecían en la novela. El héroe era un personaje recto, que ni fumaba ni bebía ni era mujeriego, Cameron solamente era un nacionalista que resuelve crímenes. Actuaba como detective, lo que pasaba era que los crímenes que investigaba eran cometidos por negros. En algunos casos, tenía incluso facultades cercanas a los superpoderes, como un "poderoso microscopio de fabricación francesa", o en otros casos recurría a la hipnosis, como cuando la empleaba para que un afroamericano, Gus, confesase sus violaciones.

El disfraz lo llevaba doblado en una manta en la silla de montar. La cabina telefónica en la que se metía Clark Kent, aquí sería el bosque. Lo mismo que hubo niños que intentaron volar como Superman después de ver la película y murieron, tras el estreno de El nacimiento de una nación en 1915, basada en esta obra, se creó una segunda oleada del Ku Klux Klan. Se desató una fiebre. En los años 20, cinco millones de personas llegaron a formar parte del KKK.

En fin, tampoco podemos decir que la figura de justicieros mágicos que resuelven los más grandes problemas, historias con las que canalizar la frustración y encontrar algún tipo de alivio ante las adversidades de este mundo, sean prototípicas de la cultura estadounidense. Es algo más viejo que la tos, prueba de ello son las novelas de caballerías de las que, no por casualidad, se descojonaba Miguel de Cervantes, pero bastante antes: en el siglo XVII.

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