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como ayer / OPINIÓN

Desenterrando y enterrando la historia

9/02/2023 - 

MURCIA. Nos decían hace unos días los arqueólogos que regresan al céntrico solar arqueológico de San Esteban que no saben qué encontrarán bajo los textiles y la gravilla tras el parón en la excavación y los 13 años transcurridos desde que se iniciaron los trabajos y los dimes y diretes sobre las fórmulas más adecuadas para musealizar los restos de la Murcia árabe.

Siempre fui escéptico sobre este asunto, no por la importancia del hallazgo, que permitirá conocer mejor la historia de la Arrixaca vieja, el arrabal norte de la ciudad, sino porque albergo serías dudas sobre la proporción entre la inversión, que se cifra hoy en unos 20 millones de euros, y el interés del futuro museo en lo que se refiere al atractivo de los restos, sin perjuicio de las recreaciones virtuales, paneles expositivos y demás argumentos que se esgriman para tratar de enganchar a los futuros visitantes.

"hay demasiadas historias rocambolescas sobre conservación de restos arqueológicos"

La verdad es que hay demasiadas historias rocambolescas sobre conservación de restos arqueológicos en la ciudad como para mirar al futuro de San Esteban con optimismo, algunas de las cuales, como la de la muralla de Verónicas o la de Santa Eulalia, ya desfilaron por estos ayeres.

Precisamente, la prolongación de la muralla aparecida con el derribo del convento de las monjas de Santa Verónica nos lleva, bajo tierra, hasta la calle del Pilar, donde en octubre del año 1976, al iniciarse las obras del gran edificio de viviendas que la Diputación construyó, destinadas a funcionarios y trabajadores de la misma, se produjo, en el amplio solar que ocupaba la actual plaza (inexistente entonces) y los edificios de la misma situados a Levante y Mediodía, el hallazgo de restos de la antemuralla, la muralla y la esquina de una torre.

Aquel hecho supuso la paralización de las obras, la excavación arqueológica del área descubierta y la conservación de los restos en el garaje del nuevo edificio. Una solución bastante habitual, pero poco satisfactoria, porque la conservación de las venerables ruinas deja bastante que desear y porque su accesibilidad por parte de la ciudadanía es nula (quitando a los propios usuarios del aparcamiento).

La profesora Muñoz Amilibia, de la Universidad de Murcia, dirigió aquellos trabajos que determinaron la existencia de un tramo de antemuralla de 32 metros con ocho saeteras, más otro derivado del anterior con una puerta, posteriormente cegada y otras dos saeteras, un tercer muro con dos huecos más, y un cuarto tramo de 19,50 metros y cinco saeteras.

La muralla, que ya se encontraba muy deteriorada a resultas de la intervención de las máquinas excavadoras, tenía una anchura de 2,50 metros y una longitud de 32, mientras que de la torre solo pudo estudiarse un ángulo, y estaba embutida en un edificio ruinoso del hoy desaparecido callejón de la Faz, en la misma forma que las descubiertas posteriormente en el interior del convento de Verónicas, la que sirve de hueco a la escalera principal del Almudí o la destruida, por aquellos años, en la llamada casa del obispo Trejo, frente a la iglesia de San Juan de Dios.

Cerca del final de aquel año 1976 visitó Murcia Manuel Jorge Aragoneses, el prestigioso museólogo y arqueólogo que había dejado profunda huella en la ciudad durante sus fructíferas dos décadas de estancia (1954-74), en las que compaginó importantes tareas museísticas con la enseñanza universitaria y excavaciones arqueológicas, como la llevada a cabo en la muralla y puerta de Santa Eulalia.

Aragoneses, que era para entonces subdirector del Museo del Prado, despachó las gestiones que le trajeron a Murcia, pero no perdió la ocasión de pasar por la calle del Pilar para conocer de primera mano el importante hallazgo de la mano de la profesora Muñoz Amilibia. Llamaron especialmente su atención las saeteras de la antemuralla y la singular disposición de la puerta hallada en aquél solar de la calle del Pilar.

Dijo en aquella ocasión que había que conservar los restos de murallas de la ciudad, y especialmente el que contemplaba, porque constituía un conjunto ejemplar y podía ser objeto de sucesivos trabajos. Fue informado de que existía la mejor disposición de los propietarios del solar para la conservación de los restos en el sótano, que se dedicaría a aparcamientos.

Y así fue. Allí quedaron tan relevantes vestigios de nuestra historia, faltos de mantenimiento, restringidos a las ocasionales visitas de los usuarios del aparcamiento y convenientemente ahumados por la combustión de los vehículos. Mejor solución que derribarlos, sin duda, pero insatisfactoria desde el punto de su conservación y divulgación. De hecho, no encontrará el lector referencia a este importante punto del cercado defensivo de la ciudad en las rutas guiadas, y difícilmente en las reseñas sobre el trazado y características del mismo.

Otro garaje amurallado, y otra muralla ahumada, encontramos en La Glorieta, con la diferencia de que en este caso se puede acceder sin mayor dificultad que descender a pie o rodando.

En este caso, el hallazgo se produjo en 1990, con la construcción del aparcamiento público situado bajo el paseo a las puertas mismas del Ayuntamiento. Apareció un tramo de la antemuralla o barbacana islámica y se constató la existencia de un bastión, que acreditó un interés por proteger este flanco de la ciudad donde existían varias puertas y edificios oficiales. También se descubrieron los restos de una vivienda mudéjar, adosada al muro, pero en el exterior. Y la huella de que en los siglos XIV y XV, olvidadas las necesidades defensivas, el interior del bastión fue habilitado como establo y el exterior transformado en un vertedero.

Curioso resultó el caso de los vistosos restos encontrados en la ampliación del hotel Rincón de Pepe, que hoy conviven con la música de moda y las copas, y que en los días en los que hubo que discriminar entre fumadores y no fumadores servían de supuesto separador entre los unos y los otros.

Y tenemos también la historia, sobre la que no me extiendo hoy, de aquellos espectaculares vestigios de nuestro pasado que cruzaban la plaza de Romea, aparecidos en 1993, cuya extensión y buen estado de conservación llevó a estudiar la posibilidad de integrarlos en las obras de remodelación de la plaza o, como poco, hacerlos visibles mediante algún tipo de acristalamiento. El lector sabe, por lo transitada de la plaza en cuestión, que aquel tramo de la antemuralla acabó bajo tierra tras su estudio y documentación. Y a veces es lo más práctico.  

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