MURCIA. Tal día como hoy del año 1973, o lo que es igual, hace medio siglo exactamente, la prensa local anunciaba el inicio del Festival de Folklore en el Mediterráneo, sobre cuyo improcedente desplazamiento al tórrido mes de julio murciano ya hubo ocasión de comentar en estos ayeres.
Comenzaba con una ceremonia firmemente arraigada en el ritual del veterano certamen, tenido en la actualidad por el más antiguo de cuantos se celebran en España, como era y es el encendido de la antorcha de la amistad, como símbolo de fraternidad entre las distintas localidades y naciones participantes, unidas por esa expresión del sentir y las esencias populares de cada pueblo que es el folklore.
Aquel año de hace 50 redondos el acto tuvo lugar en la Glorieta, con las asistencia de los grupos participantes y la presidencia de la primera autoridad provincial: el gobernador civil, que lo era por entonces, y desde hacía poco más de un mes, Alberto Ibáñez Trujillo, y que unía a su cargo político la condición de presidente nato del Patronato que regía el Festival.
En 1973, los grupos folklóricos procedían de Austria, Dinamarca, Francia, Inglaterra, Portugal, Ucrania (entonces perteneciente a la Unión Soviética), Yugoslavia (que aún no se había disgregado) y España, con representantes de Badajoz, Bilbao, Carlet (Valencia), Cieza, Logroño, Madrid y Murcia, que precisamente en ese orden desfilaron tras el encendido de la antorcha, por las calles más céntricas de la ciudad a modo de presentación.
Esa misma noche, en el transcurso de una verbena celebrada en el Murcia Parque, organizada por la Junta Central del Bando de la Huerta, organizadora de este festejo antes de la existencia de las peñas huertanas y de la Federación que las agrupa, fue elegida la Reina de la Huerta, cuyo reinado se anticipaba por entonces en bastantes meses a la celebración de las Fiestas de Primavera.
Y como no podía faltar, tratándose de los días de feria, hubo toros en La Condomina por la tarde, y también un acto conmemorativo de la fundación del Club Taurino. En el coso, los diestros José María Manzanares, Niño de la Capea y el murciano Alfonso Romero, que tomaba la alternativa, depararon un buen espectáculo.
La feria taurina contó aquel año con tres corridas, más una de rejones, una novillada y dos espectáculos cómico-taurinos, esos torreros-bomberos y similares de toda la vida que ahora se prohíben, como ha sucedido en Murcia este año… lo que causa un serio perjuicio económico, precisamente, a quienes se trata aparentemente de proteger y tienen en esa actividad una fuente de ingresos y un modo de ganarse la vida.
Por su parte, el recinto ferial, con las atracciones destinadas a los más pequeños, pero también a muchos mayores, se situaba en el amplio espacio que dejaba, junto al Malecón, el derribo de lo poco que quedaba del conjunto conventual de los franciscanos, una parte del cual se convirtió en la popular Posada del Malecón y otra en el palacete Stárico-Codorniu, donde residió quien fue llamado 'apóstol del árbo'’ por su dedicación a repoblaciones tan ambiciosas, necesarias y exitosas como la de Sierra Espuña.
Precisamente, en el lugar que ocupó el noble inmueble se alza este año una réplica parcial en cartón piedra de una parte de la fachada, con vocación de perdurabilidad y ampliación, según nos han contado las autoridades.
No podían faltar en aquellos programas de feria los acontecimientos deportivos, y de ellos daba fe la disputa en tres etapas de lo que se llamó el cinturón ciclista de Murcia, con un extenso recorrido por las pedanías del municipio. Como no podían quedar al margen las marionetas, que presentaban sus espectáculos en la Glorieta y entre las que destacaban las del veterano Talio, con su célebre personaje Chacolí. Con el tiempo he sabido que Talio (Natalio Rodríguez en realidad) fue el padre del ventrílocuo y productor de programas televisivos José Luis Moreno (Rodríguez Moreno, a decir verdad).
Y también estaba presente el teatro, a cargo de la compañía universitaria murciana que dirigía César Oliva y que había sido durante dos años Premio Nacional de Teatro Universitario, que mostró su buen hacer en lugar tan a propósito como la plaza de Romea.
Sin salir de la parcela cultural, fue presentado en aquellos días septembrinos de 1973 el ‘Callejero Murciano’ de Nicolás Ortega Pagán y Nicolás y José Ortega Lorca, con el que cuento de cuando en cuando a la hora de documentar estos ayeres,
El Auditorio al aire libre del que es hoy llamado ‘Parque de Fofó’, por la estatua que recuerda al popular payaso fue el escenario del Festival de Folklore, y cuando este concluyó, de los llamados ‘Festivales de España’, nacidos mediados los años 50 y dirigidos a la difusión cultural y artística por todo el país, con el impulso del Ministerio de Información y Turismo, y a servir de reclamo para atraer visitantes interesados por expresiones como el teatro, la ópera, la zarzuela, el ballet o la música.
A titulo de ejemplo, en aquel año visitaron Murcia el Samsova Prokoswki New London Ballet (dos días), la Compañía Lírica Nacional, que representó en una jornada El Huésped del Sevillano y en otra Carnaval en Venecia y la compañía titular del Teatro Español con dos funciones también: La muerte de Dantón y María la Piadosa.
Y que nadie piense que a aquella feria setentera le faltó la música, porque las noches del Murcia Parque fueron amenizadas por cantantes y grupos de tanta actualidad como Tony Landa, Cristina, Emilio José, que acababa de ganar el Festival de Benidorm con su célebre Soledad y Los Puntos, el conjunto de Cuevas de Almanzora que se había colocado en los más alto de las listas de éxitos con un tema tan recordado como Cuando salga la luna.
Otros tiempos, otros ritmos, mucha actividad cultural en el programa y un festival folklórico que ni soñaba con que un día sería desterrado del programa de la feria.
La muerte de Raffaella Carrà, la diva italiana, nos obliga a recordar los años setenta. Década de nuestra infancia y por tanto década feliz. Raffaella se nos fue y José Luis Moreno, icono de aquel tiempo, ha estado a punto de entrar en la cárcel. Mal acaba lo que empezó bien. ¿Quién se acuerda ya de aquellos años?