MURCIA. En esta sucesión de reencuentros con las fiestas y tradiciones de toda la vida, nos llegan con el inicio del mes de mayo dos celebraciones que, con el tiempo, han acabado en Murcia por fundirse o confundirse. Se trata del canto de los mayos, en la noche del 30 de abril, y de la fiesta de la Invención de la Santa Cruz, el día 3.
Siendo cosas distintas, lo cierto es que los altares e imágenes callejeras ante los que cantan las rondallas y cuadrillas en esa noche que anuncia la treintena mariana y florida están presididos indistintamente por la Virgen o por la Santa Cruz, o incluso por ambas, en ocasiones.
"Murcia se llena de alegres sones, de ir y venir de grupos folklóricos"
Murcia se llena de alegres sones, de ir y venir de grupos folklóricos, de gentes que recorren los altares instalados exprofeso por cofradías o peñas. Una veintena de lugares visitables pueden contabilizarse en el casco urbano, o al menos así era antes del parón pandémico.
Pero no lo fue, ni mucho menos, en 1972, por tomar una referencia redonda, de hace medio siglo, ya que en ese año quedó huérfana la ciudad de los alegres sones y cantos, como había ocurrido también en los anteriores.
Lo ponía de manifiesto la breve noticia recogida por la Hoja de Lunes un año después: "Esta noche, a las 10, y tras varios años de ausencia, volverán a ser cantados los típicos mayos". Y se daba cuenta de la más que escueta programación prevista, circunscrita a la actuación, en la plaza de la Cruz, de la Campana de Auroros del Carmen, del Rincón de Seca, "reforzada con rondalla, coros femeninos y solista".
Explicaba también la nota: "Se trata de una bella y hermosa pieza de nuestro folklore, que tiene sus antecedentes en las viejas formas del folklore catalán-aragonés. Es una manera jubilosa y sentida de recibir al mes florido, de entonar graciosas y poéticas coplas a la Madre de Dios. La intervención de los auroros está patrocinada por la Delegación Provincial del Ministerio de Información y Turismo, cuyo titular, don José de Luna Cañizares, es un enamorado entusiasta de esta manifestación de la cultura popular".
"en la huerta de Murcia Del siglo XIX, esa noche era la dedicada por los mozos solteros"
El origen de los mayos lo sitúan algunos autores en la antigua Roma, como fiesta destinada a celebrar la llegada de la primavera, el florecer de los campos, el germinar de las cosechas… Luego se produciría la mixtura entre el rito originario, pagano, y el cristianismo, que introduce un carácter religioso y dirige los cantos a proclamar las virtudes de la Virgen y pedir su bendición sobre personas, campos y cosechas.
Pero lo cierto es que en la huerta de Murcia, en el siglo XIX, esa noche que da paso al mes de mayo era la dedicada por los mozos solteros, acompañados de una cuadrilla musical, para rondar a las muchachas interpretando un canto dedicado a ensalzar a la chica de su preferencia.
En el año 1921, el erudito, escritor e investigador murciano Alberto Sevilla publicó su Cancionero popular murciano, que daba continuidad a los compilados antes por Martínez Tornel (1892) y Díaz Cassou (1900), pero entre tantos versos, echó de menos otro ilustre literato, Pedro Jara Carrillo, la presencia de los mayos. Preguntaba desde las páginas de El Liberal, tras glosar y aplaudir el trabajo realizado por Sevilla, por qué no habían sido incluidos, y relataba que a él se los enseñó Frutos Baeza, sentados en la huerta, en mitad de un habar, con el porrón de vino en una mano "y el oloroso jamón en la punta de la navaja".
El debate a que dio pie esta cuestión enriqueció sobremanera el conocimiento de este canto, que se encontraba en aquellos momentos prácticamente perdido, como quedó acreditado en un apunte que el periódico citado hacía unos días después de publicarse el escrito de Jara Carrillo: "Tenemos el propósito de investigar escrupulosamente hasta conseguir que la canción de los Mayos se reconstituya lo más íntegramente posible, para que no falte esa nota en la tradición popular”.
Y así, el diario aportaba ya entonces algunos datos de interés, como que en la colección de cantos populares murcianos del músico e investigador murciano José Verdú, figuraba esa melodía; o que Frutos Baeza facilitó las coplas que figuran en la novela Las Caracolas a su autor, Jara Carrillo, de lo que extraían la consecuencia de que ese canto tradicional habría sido entonado hasta hacía poco tiempo. A la vez, invitaba al maestro Emilio Ramírez, compositor ese mismo año de la música del Himno a Murcia, con letra del citado Jara Carrillo, a que terciara en el asunto.
Y lo hizo, poniendo de relieve las profundas diferencias de los mayos murcianos respecto de los gallegos, los andaluces o, en menor medida, los valencianos, y narrando sus recuerdos de este antiguo rito, que daba comienzo, a las cero horas del 1 de mayo, a las puertas de la Catedral, interpretando las coplas "a voces solas" con aquel canto "pausado y perezoso": "Estamos a 30 del abril florido, alegrarse damas, que mayo ha venido". Y a partir de ese punto, se adentraban en la huerta para, acompañados del rumor de las cañas o del murmullo de los ‘partiores’: “Ha venido mayo, bienvenido sea, para las hermosas y para las feas”. El eminente músico indicaba que la tradición se había perdido hacía muchos años, y que él sólo la conocía a través de su padre.
Otro erudito de aquellos días, Antonio Puig, aseguraba que no era fácil que volvieran a oírse "los galantes mayos que recordaron nuestras abuelas", pero reconocía la importancia "del rebusco y divulgación de tan preciada joya" y hacía algunas aportaciones a aquel debate público sobre la tradición medio olvidada. Pero lo cierto es que la memoria de los mayos no pasó mucho más allá de la teorización sobre sus orígenes y sus componentes melódicos.
La verdadera recuperación tuvo que esperar hasta finales de los años 50 del siglo XX, que fue cuando el escultor y amante de las tradiciones murcianas Antonio Garrigós oyó en la provincia de Albacete, y en concreto en Valdeganga, una versión popular de los mayos, que le recordaron a los que cantaba una tía suya de Espinardo, lo que le animó a traer aquella música y a enseñársela a los Auroros del Rincón de Seca y a la Hermandad de las Benditas Ánimas de Patiño, quienes incluyeron aquellas antiguas coplas en su repertorio, sumándose después otras agrupaciones folklóricas y culturales.
Fue en aquellos últimos años de la década cuando se empezó a cantar en las cruces de las plazas de Hernández Amores y de San Nicolás y, con algún altibajo, como se ha comentado al principio, fue como llegó la tradición hasta nosotros. Y que sea por mucho tiempo más.