MURCIA. Mientras el barrio del Carmen se abre hacia el sur, con la desaparición paulatina de la vía férrea en superficie, del paso a nivel de Santiago el Mayor y del subterráneo del Rollo, se cierra hacia el norte, hacia el centro de la ciudad, con la supresión del tráfico que han dado en llamar privado, el de los vehículos particulares, en el Puente Viejo, Canalejas (la bajada), la plaza de Camachos y la alameda de Colón.
Es una medida que preocupa al vecindario, porque si cruzar el puente siempre le ha costado a los murcianos, y se ha dicho desde antiguo que el río representaba una barrera psicológica, el anuncio de que dentro de un año habrán dejado de circular los coches por las citadas vías no ayudará en nada a la comunicación entre ambas márgenes, una vez que los puentes para circular de un lado a otro, en el tramo urbano, pasen de cuatro a solo tres: Pasarela Miguel Caballero, Hospital y Fica.
Mientras comprobamos, con el paso de los meses, en qué para la cosa y, si llega a término, qué consecuencias produce la reordenación viaria en la popular barriada, como estamos en tiempo de feria y, por ende, de toros, centraré estos ayeres en uno de los espacios urbanos afectados, que no es otro que la plaza de Camachos, el primer lugar de la ciudad pensado y edificado para servir de coso taurino.
"La condición de coso oficial de la ciudad llegó hasta el año 1849"
La idea era disponer un acceso de cierta entidad a la aglomeración urbana que iba creciendo en la margen izquierda del río una vez construido el nuevo puente de piedra, que llamamos Viejo o de los Peligros. Pero a la vez, el municipio, que carecía de un espacio apropiado para la celebración de espectáculos taurinos, por lo que se recurría las más veces a la plaza de Santo Domingo, que compartía esta función con la de mercado público, decidió que la ocasión era buena para adaptar la nueva edificación a las funciones de coso.
Y el encargado de la traza fue artífice de prestigio como el castellonense Jaime Bort, que participó en nuestra ciudad en la edificación de la fachada de la Catedral, sobre planos de Sebastián Feringán, y en la del citado puente, a partir de los de Toribio Martínez de la Vega, aportando en ambos casos algunos cambios e ideas propias.
En el caso de la nueva plaza de Toros ocurrió justamente lo contrario, pues lo proyectado por Bort fue luego objeto de modificación, en este caso profunda, por parte de Martín Solera, que fue quien llevó a término el proyecto.
El rey Felipe V expidió en Madrid, a 16 de febrero de 1742, una Real Cédula aprobando el plan urbanístico propuesto por el corregidor Heredia Bazán, que consistía en "trece casas, siete a Levante y seis a Poniente, formando cuadro y dándoles el fondo correspondiente". Curiosamente, cuando Bort presentó el proyecto definitivo tras llegar la regia autorización, transformó en óvalo lo que era cuadrado, si bien, como todos podemos comprobar, la solución final, dada por quienes le sucedieron en los trabajos, volvió sobre la idea original.
Sucedió que la atención a otras necesidades más perentorias aplazó el inicio de los trabajos durante casi una década, lo que dio lugar a que, ausente Bort de Murcia, por haber trasladado su residencia a Madrid, los regidores municipales encargaron un nuevo proyecto a Pedro Pagán y Martín Solera en 1751, y fueron ellos quienes llevaron adelante las obras, que no concluyeron hasta 1769.
Fue en la feria septembrina de ese año cuando se dio la primera fiesta de toros en la plaza de toros del Carmen, a la que servía de puerta de toriles el Arco que comunica con la plazoleta de los Molinos, desfigurado, como toda la plaza, a base de reformas y reconstrucciones.
La condición de coso oficial de la ciudad llegó hasta el año 1849, cuando, también durante la feria, se inauguró la plaza de San Agustín, en el solar del derruido convento del mismo nombre y aprovechando materiales del mismo, lo que no fue obstáculo para que con ocasión de las fiestas del Carmen aún se celebrara algún espectáculo taurino en el que ha sido, desde su construcción, el "recibidor" del Carmen.
"José María Muñoz tuvo acomodo digno en la plaza de Camachos"
Pocos años después se le dio al recinto el nombre oficial de plaza del Marqués de Camachos, en homenaje a Pedro Rosique Hernández, que también llevó el título de Marqués de Casa-Tilly y fue gobernador de Murcia. Precisamente en la plaza que luego se renombró en su honor, protagonizó en 1843 una refriega en defensa de la causa del general de Espartero frente a los moderados que querían hacerse con la ciudad. En 1939 se cambió la denominación por la de Calvo Sotelo, el político de derechas asesinado en vísperas de la Guerra Civil. Finalmente, volvió a ser de Camachos con la llegada de la democracia.
Una de las más llamativas reformas, de las muchas de que ha sido objeto, fue el ajardinado central que engalanó el monumento erigido en honor de José María Muñoz en el año 1888. El mismo Muñoz que hoy otea el horizonte desde el final del paseo del Malecón tuvo acomodo más digno en la plaza de Camachos. Y el mismo, que ese es el motivo de que el hombre fuera homenajeado, que con ocasión de la trágica riada de Santa Teresa, ocurrida el 14 de octubre de 1879, donó 100.000 duros, o lo que es igual, medio millón de pesetas, lo que por entonces era una enormidad, para socorrer a los numerosos afectados por la inundación.
Homenaje multiplicado por cuatro, pues tantas como esas fueron las localidades que contaron con idénticas efigies del filántropo cacereño, afincado en Alicante: la propia capital de la provincia vecina, Orihuela, la almeriense Cuevas del Almanzora (llamada por entonces Cuevas de Vera) y Murcia.
Tanto la localización como la estatua en sí fueron objeto de controversia, aunque no tanto como la de Alicante, que en 1909 fue derribada y arrastrada y que acabó en manos de un chatarrero. Lo cierto es que abandonó su emplazamiento original en el Carmen, pasó por los almacenes municipales y en 1933 fue instalada donde todos la hemos conocido.
Mientras tanto, desapareció el jardincillo de la plaza de Camachos, y se colocó un fuente, y luego una farola, y otra vez se ajardinó la parte más próxima al Arco, y se convirtió la plaza que acogió morlacos, y que vio discurrir a los tranvías de Alcantarilla y El Palmar, en parada de numerosos autobuses de los que permitían la conexión con los pueblos de los alrededores.
Y en vísperas de una nueva transformación, quedamos todos, empezando por los carmelitanos, expectantes ante lo que se avecina.