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'Pripyat', un documental sobre Chernobyl post-accidente antes de que estuviese de moda

Ha sido una revolución. La prensa británica ha revelado que las búsquedas en Google de "vuelos a Chernobyl" han sido mayores que "vuelos a Magaluf". Una búsqueda en Instagram con localización Chernobyl no muestra más que turistas haciéndose selfies y posados de dudoso gusto. Antes, en 1999, Nikolaus Geyrhalter retrató lo que fue la zona de exclusión y a las personas que trabajaban en ella cuando "la zona" no estaba abierta al público. Un escenario mucho menos festivo

25/03/2020 - 

MURCIA. Poner morritos, lucir músculos, hacer poses enrolladas... es lo que le gusta hacer a los turistas en Chernobyl, como en cualquier otro destino, pero mucho más cool o morboso. No hay más que echar un ojo en Instagram para comprobarlo. Ya está tardando un festival de música en Pripyat. Las búsquedas de "Flights to Chernobyl" han superado, con la serie de HBO, a las de vuelos a Mallorca. Es el efecto de algo que mueve masas en la actualidad, que no es ni la curiosidad ni la cultura ni nada semejante, es la adrenalina.

Cuando el gran documentalista austriaco Nikolaus Geyrhalter se adentró en "la zona" para grabar un documental sobre el estado de Chernobyl diez años después del accidente, tuvo que justificarse. Se relacionaba su trabajo con la obra de Tarkovsky, pero su objetivo no era tan filosófico. No fue a un lugar tan terrible a hacer meditaciones. Como confirmó cuando rodó la búsqueda de fosas comunes en Bosnia en The years after Dayton, su interés estaba simplemente en mostrar las huellas humanas con toda su crudeza.

Para rodar Pripyat llevaron medidores de radiación. Todas las zonas donde grabaron fueron analizadas para asegurar que su equipo trabajaba en condiciones que no eran perjudiciales para la salud. Recibieron más de la radiación que una persona puede recibir durante un año, pero era menos de la que reciben los trabajadores de una central nuclear, por lo que consideraron que el documental se podría abordar sin riesgos.

Los que salen en él, los protagonistas, lo tenían peor. Ellos no se marchaban a su país cuando sale el cartel de "Fin", eran los moradores de la zona de exclusión después del accidente y el derrumbamiento de la Unión Soviética. En las entrevistas, una mujer que trabaja haciendo mediciones da uno de los testimonios más destacados. Vivía en la zona desde 1980, ella no se marchó. Su residencia estaba en la calle Lenin, de vez en cuando se acercaba a verla, pero sabía que nunca podría volver. Desde entonces, su domicilio estaba en manos de los saqueadores, que cada vez destruían más para encontrar menos.

"He sufrido más psicológica que financieramente", confesaba. Lo único que le molestaba era tener que llevar una ropa dentro de la zona y otra fuera. Las molestias no iban más allá con la radioactividad. Sentada en las gradas del campo de fútbol, en el que crecen frondosos árboles, la mujer hace en el documental una confesión aun a riesgo de que la metan el cárcel, según sus propias palabras. "Llegó mucha gente de toda la URSS para ayudar, creo que sin razón".

"Eran voluntarios. Es conocido el voluntarismo ruso, cuando hubo una llamada para ayudar, vinieron, evidentemente". Pero no podían hacer nada, lo que se necesitaba era expertos. "Estoy segura de que muchos han muerto por esto, muchos eran jóvenes y no sabían lo que tenían que hacer, se sentaban en el suelo y bebían agua, corrían medio desnudos. Se expusieron mucho más que los expertos, transportaban el grafito con sus propias manos, pobres niños, eran nuestros hijos, ¿Quién los envió? No lo sé, esa es la verdadera desgracia".

Durante años, han circulado fotos de Pripyat abandonada por Internet, pero sobre todo de los vehículos que se tuvieron que quedar ahí. Explanadas llenas de helicópteros. El documental se detiene en el soldado que cuida del depósito de vehículos, la rassokha. Su labor consiste en hacer mediciones y vigilar el perímetro. El documentalista se pregunta por qué y obtiene una respuesta: "hay granjas colectivas cerca de la zona y cuando lo necesitan, suelen colarse en las largas hileras de vehículos abandonados a robar repuestos". Ellos no saben lo que es la radioactividad ni que lo que se llevan está contaminado, pero tienen que arrestarlos e incluso condenarlos a prisión.

La entrevista más sorprendente es un matrimonio que fue evacuado pero decidió volver. "Viviremos aquí hasta que Dios nos lo permita y, probablemente, la ciencia también". Les dijeron que morirían a los siete años de estar allí, pero llevaban doce cuando Geyrhalter se encontró con ellos.
"No hay nadie más, no hay vecinos, no hay vida". Volvieron por nostalgia. Se ve cómo se llevan bien con la policía de la zona, que está preocupada de que nadie les moleste. También con los médicos, de hecho, juntos comen setas, aunque saben que son lo que más cantidad de radioactividad absorbe y, según dicen, "se recomienda comer pocas".

A su hija, embarazada cuando el accidente en el Reactor 4, le obligaron a abortar. Le dijeron "nadie quiere un hijo radioactivo". Años después, aunque fuese prematuro, pudo darle un nieto a sus padres. Los médicos le ordenaron que pospusiera el embarazo durante años por haber estado expuesta durante el accidente. El crío nació prematuro, pero está sano.

Un ganadero en su carro explica que los técnicos de la zona acuden a su granja a tomar muestras de lo que cultiva, lo que caza y los cerdos que cría. Asegura que todo está limpio, "todo está aparentemente bien". Una vecina suya, sin embargo, se queja "Nos han abandonado, probablemente no nos consideren ni seres humanos, pensarán que somos alcohólicos". Es la otra cara de la realidad de los que se quedaron como residentes de La Zona, que tampoco les dejaban marcharse. Había cien familias en esa situación.

No era broma estar ahí. Aparte de la radioactividad había saqueos, robos continuos e incluso asesinatos. Los soldados no daban abasto para mantener seguro un perímetro tan grande. Los habitantes de La Zona se quejan en la película de que no les dan información, no saben lo que hay en el aire, ni en el agua. Muchos beben de sus pozos.

Pripyat fue el inicio de una extensa y brillante carrera como documentalista de Geyrhalter, que se consagró con Homo Sapiens en 2016. Un cineasta obsesionado con las facetas negativas del progreso. En su viaje a Chernobyl mostró los restos de la tragedia, el desmantelamiento de una ciudad, pero también a las almas que se habían quedado atrapadas allí. De alguna manera, personas que nadaban en contra de la corriente en un tsunami; seguro que nunca conscientes de la floreciente industria turística que estaba por llegar. En aquel momento, como explica una mujer, se habían ido hasta las ratas.

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