Cuando se intenta empapelar a quienes se mofan o hacen escarnio de los símbolos patrios se discute sobre el derecho a la propia imagen de la nación o algo así, pero nunca sobre lo más importante, que es el derecho a pasárselos por salva sea la parte. En pocos lugares esto ocurre como en el cómic, en general, y en la obra 'España Lixiviada', en particular. En ella, el autor aragonés Furillo se erige en taxidermista de las facetas más casposas y a la vez simbólicas de nuestra sociedad.
MURCIA. Furillo juega con lo grotesco, la hipérbole, lo escatológico, se diría que sufre una verdadera neurosis con la idea de España, pero en alguna viñeta suya hay realismo soviético, no nos engañemos. Es lo que me he encontrado en una página de su álbum España Lixiviada editado por Autsaider Cómics este año. Cuando en un bar a un cliente le sirven un carajillo y le dice al camarero "échale, échale bien, antes de que lo prohíba el coletas". Solo con leer la frase en negro sobre blanco ya me hubiera situado en el momento y el lugar. Y aparte de reírme del objeto del chiste, la historieta se titula Cuñational Geographic, no he podido evitar cierta nostalgia. Ese tipo de bares con diálogos banales entre gentes ociosas ya no son tan fáciles de encontrar.
Cuando era niño había dos o tres en cada calle de mi barrio. Los conocía todos y me crié en ellos. Jugando a sus máquinas o viendo el fútbol. Me es fácil entender la fascinación de Furillo por esos ambientes, porque yo, también nacido en los 70, los observaba ya de crío con sorpresa y una inevitable curiosidad. Desgraciadamente, la esperanza de vida de los parroquianos no era de las más elevadas de Europa occidental precisamente y el auge del brunch y otros engendros llegados de los faros de la modernidad hizo el resto. Están en extinción. No creo ni mucho menos que aquello fuese un pasado edénico, pero igual daba menos asco que la sofisticación de esta era. No es pequeña la paradoja, pero solo es una de las reflexiones que me hago tras leer este cómic.
Otra similar me surge en la historieta sobre funcionarios. Buen conocedor del gremio, el autor retrata la inversión de horas en el estudio de aburridos temarios y deprimentes academias que cuestan dinero para obtener, o no, una plaza que te puede tocar en un municipio donde te sea imposible sobrevivir con ese sueldo. Al mismo tiempo, del funcionario se queja media población, muy bien apuntado cuando dice "sacando al empresario explotador que todos llevamos dentro". Todo esto son hechos contantes y sonantes, pero falta uno. En la actualidad, al cuerpo de auxiliares administrativos del Estado se están presentando candidatos con carreras muy majas. Otra paradoja, más obvia y cruel y que pone de manifiesto lo precario de nuestra situación.
De Furillo tuvimos noticia hace años por el TMEO. Su primer personaje allí, El Maestro, era un humor que tendía a estereotipar lo andaluz, pero lograba trascender las cansinas coordenadas "hecho en el norte sobre el sur" con momentos que se quedaban en la mente para siempre. Por citar uno, cuando el Maestro va a acostarse con su amante y piensa que "ze le había sicatrisao er coño" por ciertos motivos irreproducibles en esta columna. U otra en la que esa misma mujer da a luz de nuevo durante el coito sin que él hubiera notado que estaba de nueve meses. Quentin Tarantino se habría dejado cortar una mano por la última frase del protagonista en esta historieta: "¡Cómo que nueztro? Ezte que ze lo apunten ar manso de tu marío, que yo ya tengo baztante con miz propioz pañale..."
Entre Ata -que ahora forma parte del staff de la editorial que lanza este volumen- Piñata, Rabo y él, cada lectura del TMEO era un embriagante viaje hacia el pináculo del éxtasis gustativo. Menciona Furillo en la introducción de España Lixiviada que en el mundo del cómic se ha impuesto "un estilo aséptico y colorista, de rostros deshumanizados y planos, donde los elementos que provoquen una reacción fisiológica del lector parecen haber desparecido en pos de un supuesto lirismo". Como ha comentado el autor en alguna entrevista en el TMEO le publicaban "cualquier burrada" que se le ocurriera. Al margen de otras consideraciones, esa combinación daba páginas muy divertidas. De descojonarse in situ y también años después cuando te acordabas de casualidad caminando por la calle e riéndote solo como los locos. Y si desfallecía la pasión por este tipo de viñetas, el rechazo que generaban en la gente con "buen gusto" te motivaba a perseverar y seguir comprando.
Después, Furillo se incorporó también a El Jueves, donde no podía enviar lo que quisiera, como en el fanzine vitoriano, y le hacían encargos según temas de actualidad. Este álbum recopila esas páginas. Hay una gran diferencia entre el Furillo del TMEO o el de la novela gráfica que apareció en esta misma editorial en 2015, Nosotros llegamos primero, sobre un alunizaje español en tiempos del caudillo. Si el primero rompe esquemas de manera procaz y en el segundo caso lograse estar en la estela de un Gilbert Shelton cañí, el trabajo para El Jueves está más encorsetado por las obsesiones machaconas de la revista, que tiene poco recorrido fuera de los tópicos.
En la aludida entrevista él mismo dejó clara la diferencia: "Los contados encargos que me llegan del Jueves, a menudo con un estrecho margen para realizarlos dada la idiosincrasia de la revista, suponen un mayor esfuerzo mental porque hay que hacerlos rápido, porque el tema igual no me interesa lo más mínimo, y porque a veces los tengo que realizar a altas horas de la madrugada, o incluso en el trabajo, en mi auténtico trabajo, que no tiene nada que ver con los tebeos. Sin embargo, lo que mando al TMEO ha salido del fondo de mi alma desnuda. Son gilipolleces que dibujo de forma relajada y que me produce un gran disfrute realizar"
Por lo demás, reírse del país de uno es un ejercicio sano y purificador recomendable para todo el mundo. Hay mucha más ponzoña pudriéndose en las patrias de las que uno no se puede reír. Contener un detritus como el que aquí expele Furillo, de quedarse dentro, pudiere afectar al cerebro.