La adaptación de la novela juvenil de John Green, éxito de ventas en 2005, corre a cargo de los creadores de Gossip Girl. Este drama adolescente, con grandes dosis de misterio, resalta por su tono existencialista
MURCIA. Buscando a Alaska fue primero una novela, editada en 2005, que acabó siendo un best-seller, con millones de copias vendidas en EEUU, y que cerró su temporada de gran éxito como finalista de los Premios del Libro de Los Angeles Times. La adaptación, producida por Hulu y distribuida en España por HBO, la han llevado a cabo los creadores de Gossip Girl, The O.C y Runaways, Josh Schwartz y Stephanie Savage.
Su construcción es más coral que en la versión novelada, donde se orientaba el relato desde el punto de vista de uno de los coprotagonistas, Miles Halter, interpretado por un sensible y magnífico Charlie Plummer (Not fade away, All the Money in the World, Lean on Pete), un chico especializado en saber todas las últimas frases que dijeron los grandes nombres de la historia. En esta nueva reescritura para la pantalla, tanto la bella y sensible Alaska, interpretada por la actriz noruega Kristine Frøseth, como el mejor amigo de Miles, El Coronel (Denny Love), cobran mayor importancia que en la novela. Tanto que eso genera que se haya convertido en una historia de con tres claros protagonistas. El cuarto amigo de la pandilla, Takumi (Jay Lee), apenas posee trama propia, tan solo en algunos gestos dedicados a sus intereses propios por ciertas mujeres, con un resultado algo más plano que el resto (pequeño aspecto que cojea en la serie).
El último personaje que merece ser destacado porque dota al relato de cierto toque cómico es el del director de la escuela, apodado como El Águila, que está interpretado por el actor cómico, antes conocido por su desternillante papel en Veep, Timothy Simons. Como en Veep, su personaje resulta tremendamente patético, un hombre solo, recién separado, buscando también su lugar en el mundo, cuando se trata, precisamente de un adulto. Es decir, todos, adultos y adolescentes, sufren en el fondo el mismo problema, algo que seguramente se reiterará a lo largo de sus vidas. Porque esa es una de las reflexiones más claras de la serie: la de que hay preguntas que nunca tendrán respuesta y debemos vivir con ello.
La pandilla de amigos de la escuela de secundaria, diferente a los clásico institutos de ciudad, Culver Creek, tienen como peculiaridad que son todos grandes lectores de libros. La escuela es un internado en una zona boscosa, generando que vivan aislados del mundo, con más tiempo para centrarse en la lectura, totalmente ajenos a la vida digital y virtual. La serie no muestra teléfonos móviles, ni redes sociales, ni chats. Todo se vive de verdad. Frente a frente.
La literatura, y por consiguiente, la búsqueda de respuestas sobre el sentido de la vida, la religión, el amor, pululan por los diálogos y los personajes y le dan un carácter tremendamente especial a la obra. El existencialismo es, sin duda, la parte más atractiva de esta clásica historia de adolescentes durante su etapa de high-school. Todos ellos han sido heridos en alguna fase de su vida. El trauma les ha convertido en seres especiales y necesitan exorcizar esos episodios doloroso de sus vidas. Son chicos más sensibles e intelectuales que los demás, de ahí que tengan esa obsesión por la lectura y por encontrar respuestas sobre la vida. Dicho toque existencialista se combina con el hecho de vivir los problemas clásicos de la adolescencia, a punto de hacerse adultos, en cuanto al descubrimiento de aspectos nuevos de la vida adulta, tales como el amor, el sexo, las drogas, la lealtad o la búsqueda de su identidad futura (de nuevo su lugar en el mundo).
El casting destaca por haberle dado más peso al personaje femenino de Alaska, cuya temática (la femenina) es tan de actualidad. El segundo aspecto que resalta es la diversidad racial (dos blancos, un negro, un asiático) y la normalización de las relaciones ricas en orígenes culturales y sociales diversos. Aunque resulta algo sospechoso (tal vez porque no quieran incomodar) que no haya ningún hispano, en esta era, la de Trump, en la que se está demonizando la figura del inmigrante ilegal mejicano.
La duración, de ocho episodios de 50 minutos cada uno, es perfecta para un visionado ligero, no demasiado alargado. Cada vez es más habitual dejar las series en 8 o 10 episodios. Ya no hay necesidad de irse hasta los 13 capítulos como hacían al principio las series de las plataformas de VOD, como House of Cards. Los 13 episodios por temporada se heredó de la televisión lineal, donde se contrataban 13 semanas porque suponían un trimestre completo en la programación semana a semana. Con una temporada más breve, y tanta emoción dramática, es difícil no querer ver otro episodio detrás del anterior, aunque tampoco de atracón, dada la intensidad de la historia y la apariencia de que algo muy fuerte va a explotar (y explota en cada capítulo) hasta llevarnos a la verdad de cada uno de ellos.
La banda sonora, muy presente en todos los episodios y que le da cierto áurea indie, es una selección musical moderna de bandas norteamericanas muy a tono con las preguntas existenciales de sus protagonistas. Cada canción dota de sentido a lo que le ocurre a sus personajes en cada momento.
Una de las tramas principales, la más costumbrista dentro del género de las series de high-school, trata del clásico enfrentamiento entre estudiantes que se realizan bromas de mal gusto constantemente. La banda de Alaska, de diferentes orígenes sociales y raciales, que como alumnos son los más brillantes de la escuela, pelea constantemente frente a los chicos superficiales que pertenecen, sin embargo, a las familias más pudientes e influyentes de la escuela. Es decir, mantienen el poder frente a la inteligencia y el talento de los grupos minoritarios, simplemente por su raza y condición social (como la vida misma). El grupo de Alaska se rebela constantemente a esos parámetros que separan a pobres y ricos, intelectuales y superficiales. Otro aspecto más que hace que Buscando Alaska sea una serie juvenil que merezca la pena.