como ayer / OPINIÓN

Sombras sobre la Luz

6/10/2022 - 

MURCIA. No viene mal que estos ayeres tomen el aire serrano de cuando en cuando, abandonando temporalmente el trajín cotidiano y los humos y ruidos de la ciudad. Esos mismos humos y ruidos que los pergeñadores de ideas originales buscan atajar recurriendo a cosas que llaman "calmados de tráfico", "vías amables" y cosas así, enmarcadas todas ellas en un "plan de movilidad" que, no pocas veces, se antoja más bien de inmovilidad, a la vista de algunos de los proyectos que se avecinan.

Pero dejemos a los diseñadores de la ciudad de mañana, o de dentro de unos meses, con lo suyo, y vayamos a lo nuestro, que es el paraje de la Luz, a cuyo eremitorio, dedicado a la Virgen de tal advocación, se llegará el visitante bien por la Fuensanta, bien desde El Valle o, más directamente, subiendo por la población de Santo Ángel.

"el sencillo eremitorio ha vivido y sufrido tiempos mucho más duros a lo largo de sus muchos años de historia"

Seguro que muchos lectores habrán visitado este lugar alguna vez, y puede que hayan conocido los tiempos en que lo habitaban los hermanos de la Luz. Los de verdad, digo, no la orden llegada de Sudamérica, cuando aquellos se extinguieron, para ocupar las dependencias y, de paso, impedir que todo aquel terreno, y lo que con el correr de los años se construyó sobre él, volviera, más de tres siglos después, a su propietario original, que no es otro que el Ayuntamiento.

Por eso, al hilo del derrumbe de un muro de las estancias anejas a la ermita debido a las últimas lluvias, se han alzado voces que, más allá de clamar por la mejora de las condiciones de todo el recinto, como han hecho muchos, han llegado a reclamar la reversión de la cesión secular del montaraz paraje al patrimonio municipal.

Una pretensión que resulta concordante con la que esgrimió el Consistorio republicano en el año 1931, cuando hizo valer su potestad de rescindir el arriendo en favor de los hermanos de la Luz por importe de 50 pesetas anuales. Un alquiler ficticio, en realidad, que disfrazaba la cesión, pues los frailes percibían del Ayuntamiento otras tantas pesetas en concepto de limosna.

El nuevo Ayuntamiento pretendía usar aquellos espacios como colonias escolares o preventorio de niños pretuberculosos, aprovechando la salubridad de la sierra, y ponía sobre la mesa sus evidentes derechos, pero no menos patentes resultaban los de la comunidad, cuyos defensores hacían ver lo mucho y bueno que se había edificado y laborado en los largos años que llevaban allí, por lo que merecían tanto una consideración como, llegado el caso, una indemnización.

Se invocó también, en aquellos días, el hecho de que se trataba de una institución "genuinamente murciana", que contaba con "la unánime simpatía popular, que siempre los defendió de las acechanzas políticas, y los conservó y cuidó como cosa suya, a la que se sintió unida por lazos de viva cordialidad".

Vivían de las limosnas de los files de su entorno y de las exiguas rentas que se derivaban del cultivo de sus predios, amén de la tradicional y humilde industria que representaba la comercialización del chocolate y las escobas que fabricaban, un muy popular comercio que alcanzó hasta tiempos no tan lejanos.

Los momentos de angustia vividos con ocasión de las pretensiones municipales dieron lugar a que se recodara la historia del cenobio, a través de textos como el de Fuentes y Ponte, donde explicaba que los eremitas dedicados a la oración y la penitencia por aquellos parajes formaron una especie de Congregación, de la que era cabeza el hermano Miguel de la Soledad, que habitaba una cueva y que iba por las montañas "cargado con una pesada cruz, ciñendo a su cabeza una corona de espinas y a su cuello una gruesa soga". Los congregados se reunían varias veces al día para orar y practicar la meditación y oían misa en Santa Catalina del Monte.

Fue el obispo Fernández Angulo quien dio la aprobación canónica a la nueva orden el 17 de enero de 1696, bajo el patrocinio de San Antonio Abad, popularmente San Antón, y en 1699 dieron comienzo las obras de la iglesia actual, inaugurada en 1701, y unos años más tarde, el obispo Belluga les edificó a sus expensas el monasterio, para que pudieran vivir bajo un techo digno y hacer vida en comunidad. Todo ello, sobre las tierras cedidas por el Ayuntamiento en el año1694.

El arriendo municipal llegó en 1835, cuando las revueltas y las desamortizaciones, que dieron lugar a que para evitar la expulsión de los hermanos y la supresión de la orden se llegó a la solución de considerarlos como un comunidad de labradores, suprimir los hábitos y establecer el alquiler de 50 pesetas aludido, que a partir de la Restauración monárquica de 1874, tras la I República, se compensó con la antedicha limosna. 

Ante la amenaza que se cernía sobre los humildes frailes, se llegó a crear una Asociación de familiares y amigos de los religiosos, que hizo pública una larga misiva donde se daba cuenta de las muchas razones de todo tipo que obraban en favor de los hermanos de la Luz. Y el Ayuntamiento adujo que no se había adoptado aún acuerdo alguno sobre la permanencia de los habitantes del eremitorio en el mismo.

Aquella amenaza se diluyó, como lo habían hecho otras, pero eso no impidió que los pobres frailes tuvieran que ver su lugar de culto profanado en más de una ocasión antes de la Guerra Civil, y llegada la contienda, dos de los hermanos fueron fusilados y otros cinco encarcelados.

De modo que el sencillo eremitorio ha vivido y sufrido tiempos mucho más duros a lo largo de sus muchos años de historia, pero lo cierto es que en nuestros días se ciernen sombras sobre la Luz.

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