Para la "construcción de una sociedad verdaderamente socialista", la RDA tenía un programa de televisión titulado 'El Fiscal', con un jurista real, que analizaba los problemas sociales. Cuando en el país prendió la moda de los ultras de fútbol y, entre ellos, se encontraron con skinheads de extrema derecha que, además de algaradas en los partidos, participaban en "actividades antisoviéticas", el programa de televisión se adentró en el fenómeno para echarle la culpa al alcohol y al rock and roll.
MURCIA. Desde que la televisión entró en los hogares, los niños plantaron sus posaderas enfrente de la pantalla y fueron educados cuales perros de Pávlov por el aparato. Como resultado, generaciones después, tenemos la sociedad actual, que se halla en la antesala del apocalipsis. Una situación que solo puede mejorar cuando el mundo esté dominado por las generaciones que han crecido con YouTube. A ver qué tal con ellos, quizá en ese momento estemos devorando los cerebros de nuestros enemigos servidos en su propio cráneo con un poco de rúcula, aguacate y quinoa.
Por lo pronto, lo que sabemos es que aprovechando la influencia tan abrumadora que tuvo la televisión, se intentaron realizar contenidos educativos en todos los países. No solo de carácter cultural o académico, también ético y social. En los 80, en España destacó, por ejemplo, Segunda Enseñanza, que mostraba en capítulos independientes enfoques poliédricos del mundo de la educación y sus dificultades.
Ese tipo de televisión y uso de la ficción parece que ya no tiene interés ni para las cadenas públicas ni para las privadas ni para las plataformas. ¿Educación social? pa k kieres saber eso. Si hay un suceso que ha marcado a la población, se hace una serie de ficción de género thriller. Si se quiere hacer una recreación histórica, se hace una serie de ficción de género thriller. Si se quiere hacer una denuncia social, se hace una serie de ficción de género thriller. El esquema solo varía si se tratan aspectos culturales, entonces se hacen comedias como las de los apellidos vascos o la de gente de barrios obreros que acaba en Malasaña, etc, etc... para que haciendo jiji-jaja veamos el mundo con otros ojos y tengamos menos ganas de arrancárselos con un tenedor al prójimo, al diferente.
Ya solo nos queda fijarnos en lo que se hizo en el pasado para admirar las posibilidades del medio. En la extinta RDA, por ejemplo, dieron con una fórmula que podría ser muy útil para desentrañar aquí los misterios del Código Penal, eso sobre lo que tanto gusta discutir por las redes sociales exigiendo, generalmente, condenas más largas a quienquiera que haya delinquido de la forma que sea.
Era la serie Staatsanwalt hat das Wort (El fiscal tiene la palabra). Contaba con un fiscal real como presentador y empleaba la ficción para generar situaciones sobre las que se quería debatir. Estuvo en antena desde 1965. Generalmente, se mostraba que las conductas criminales de los alemanes orientales se debían a la influencia de occidente, pero con el tiempo el programa se volvió más reflexivo porque desde la construcción del muro y el paso de los años esta teoría no era nada fácil de sostener sin ataques de risa.
Un ejemplo muy interesante fue el episodio Abseits (Fuera de juego), de 1981, dedicado al fenómeno de los ultras del fútbol. Una moda occidental que saltó el muro sin ningún tipo de problemas y empezó a causar problemas tanto en la RDA como en otros países comunistas. Ya, desde hacía muchos años, está testimoniado que en la URSS, el campo de fútbol era el único lugar en el que se le podía gritar a la KGB, -los Dinamo-, o al Ejército, -los CSKA-, sin que ello constituyera un delito.
El problema es que estos comportamientos, que fueron derivando en actitudes ultras y de extrema derecha, eran totalmente contrarios a los valores del socialismo que difundía y trataba de imponer la autoridad. El estadio, un lugar de encuentro del pueblo, debía ser más que ningún otro sitio un ejemplo de civismo. Cuando apareció la violencia, los gobiernos se vieron obligados a actuar en todos los frentes. Uno de ellos, la televisión.
El Fiscal en 1981 era un programa que tenía como objetivo "educar para ayudar a construir una sociedad verdaderamente socialista". El mediometraje aludido está disponible entero en YouTube. Iba sobre unos chavales de Turingia seguidores del BSG Stahl Riesa de la Oberliga, su primera división. Según Joris Lehnert en A socialist narrative of violence in East German football, aquella recreación de los hechos que se estaban viviendo en los campos de fútbol se correspondía a la realidad, pero también, y más importante, a la interpretación que hacía de ellos el partido y su doctrina.
El detalle más llamativo es que lo que se denunciaba, la violencia juvenil en torno al fútbol, era retratada como un fenómeno asociado a jóvenes melenudos, bebedores de alcohol y que escuchan música rock. Al juntarse con estas aficiones, surgía la predisposición al fanatismo futbolístico, decían esas imágenes y banda sonora. No obstante, de la extrema derecha que empezó a mostrarse en la calle, ni rastro en pantalla.
Al inicio, decía el fiscal Dr. Peter Przybilski en su presentación: "El fútbol es el asunto menor más maravilloso del mundo. Si entendemos este deporte desde ese punto de vista, todo será razonable. Pero con frecuencia la música que acompaña al balón se endurece y llega al odio. Con frecuencia se trata a los oponentes y sus seguidores no como socios, sino como enemigos, como sus víctimas. Algo que sacude nuestras normas de convivencia social".
El protagonista era Thilo, un joven currante que se juntaba con gente que escuchaba rock y se enamoraba de la chica equivocada, la novia del líder de los hooligans locales, un tal Okko. Esas bajas pasiones, regadas en alcohol, son las que hacen que el protagonista pierda el oremus y quiera integrarse en el grupo, para lo que le exigen pasar ciertas pruebas de valor. Si bien los elementos subversivos estaban bien definidos y estereotipados como melenudos y demás, toda la estética ultra estaba calcada de la que se había visto en los campos de fútbol de la RDA cuando habían llegado seres de estas características acompañado a los equipos extranjeros visitantes.
El estadio, sin embargo, era mostrado como un lugar bucólico. La multitud se reunía en las gradas educadamente y destacaba la presencia de mujeres asistiendo al partido. Las gradas eran un bálsamo de paz, donde solo contrastaban las canciones de los jóvenes seguidores. Los incidentes se desencadenaban en el tren, a la vuelta del partido. Borrachos, agraden al revisor y se pelean. En esas escenas, se muestra como un acto de violencia pintar el vagón con spray, tomen nota, jóvenes revolucionarios, de la opinión de los comunistas de verdad. Ahí el protagonista le mete con un puño americano en la cabeza a Okko. Como era Okko quien le había dado ese arma por si había pelea, el fiscal comentaba después que aunque no era el único herido, sí era el único que había sido víctima de sí mismo. Brillante circunloquio.
Lehnert asegura que el programa tuvo éxito en audiencia, pero no en su fines. Los estadios fueron un lugar idóneo para, como ocurría en la URSS, comportarse salvajemente sin riesgo de represión individual. En Alemania, el punto de inflexión se había producido en el aniversario de la república en 1977, cuando ultras del Union Berlin la emprendieron a botellazos y pedradas en un concierto del grupo Express en el que hubo varios heridos de gravedad. Dos meses después, skinheads del mismo grupo de ultras participaron en una manifestación antisoviética y destruyeron un vehículo militar de la URSS. Hubo numerosos casos de violencia extrema hasta finales de los 70. Por eso, según concluye esta académica, el programa que El Fiscal dedicó a la violencia en el fútbol más que un análisis, era "una disculpa" del Estado a sus ciudadanos. Aquí, ni una cosa ni otra.