MURCIA. La ciudadana en crisis que os habla no ha tenido tiempo de hacer un duelo en condiciones, porque en plena resaca electoral, después de no tener representación en la Asamblea, tuvimos 10.000 votos, y justo nos faltaron otros 10.000. No he tenido tiempo ni de apuntarme al gimnasio, ni de hacer la renta, ni de salir al monte, ni de organizar las vacaciones.
El lunes cuando empezaba a respirar aliviada por terminar con un compromiso político que asumí en 2016, y de manera más intensa en mayo de 2023, llega el anuncio de unas elecciones. Otra vez, no, pensé. Llega el martes, y dice mi jefe de Bruselas que no vamos a presentarnos a las elecciones porque no hay espacio electoral.
Sin fuerzas para reaccionar lo asumí. Pero no podía dejar de darle vueltas qué coño significaba eso, y sigo sin entenderlo. ¿Que toda España solo nos han votado 300.000 personas? ¿Que este espacio va a ser un regalito para algunos? Pues entonces será un espacio, aunque solo sea un rincón. Algo me chirría.
Llega el miércoles y me plantean que lo más razonable es esperar a tiempos mejores, como si el activismo político (o así entiendo yo el militar en un partido) pudiera tomarse vacaciones. Se me queda la cara de póker. Puede que para algunos sean unas vacaciones pagadas en Europa o se conformen con mantenerse en unas sedes súper cuquis. Esperar mirando hacia otro lado es agonizar sin derecho a eutanasia.
Llega el jueves y me intentan convencer de que el voto en blanco es una opción legítima. Lo será, pero no para mí, que llevo estos años defendiendo que no soy la marca blanca de ningún partido, que estoy en una opción con ideología propia e incompatible con las opciones mayoritarias. Me cabreo y mucho, porque hemos caído en la trampa de los grandes tiburones rojos y azules, sin ni siquiera buscar el refugio de una papeleta.
El viernes me invitan a reflexionar en grupo, como si de una asamblea terapéutica de ciudadanos anónimos se tratara, con un valor solo testimonial. Pero resulta que no, que sigo estando afiliada, que estoy al corriente de mi cuota, y que cuando alguien intenta silenciarme, me indigno, y mucho, porque no vine a la política para esto.
Por eso firmé, junto a más de cuarenta personas (la mayoría de las que asistieron a la reunión), quizás la mitad de la afiliación actual en la Región, una exigencia a la Dirección de mi partido para que nos presentemos a las elecciones del 23 de julio. Para que no dejemos caer en saco roto una marca que, aunque denostada, con sus Riveras, Arrimadas y Villacís, ha llegado a ser reconocida tras años de carpas naranjas y cuyos votantes de 2019 le han dado derecho a aparecer en espacios públicos de propaganda electoral gratuitos. Tela, telita.
Y hoy, sábado, solo me queda declarar públicamente que un partido que no escucha a sus bases no es un partido, es otra cosa; quizás una franquicia que está subastando su capital sin el permiso de sus principales accionistas, los afiliados. Que está faltando al principio constitucional de funcionar democráticamente. Y que estaremos fallando a todos los españoles, nos voten o no, que no van a tener la opción de decidir por la única opción liberal progresista así registrada. El único espacio que abre una opción frente a la polarización. En fin, presentarnos o no presentarnos a unas elecciones es el ser o no ser de un partido en democracia, y si no, debería ser causa de dimisión y cierre.
Mª Raquel Sánchez Ruiz
Número 3 de la candidatura regional de Cs
Ciudadana con voz y voto