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como ayer / OPINIÓN

Santa Eulalia: las fiestas de barrio por excelencia

2/02/2023 - 

MURCIA. Las fiestas del barrio de Santa Eulalia, que se celebran estos días, han terminado por ser una superposición de devociones existentes en la parroquia o llegadas a ella con el transcurrir del tiempo y los avatares políticos y sociales.

Verdaderamente, aunque desde hace algunos años se enlazan los muy populares actos religiosos y cívicos en honor de San Blas y la Candelaria con los propios de la patrona del barrio, la mártir del siglo IV, lo cierto es que el núcleo de las celebraciones más concurridas se ha centrado siempre en los días 2 y 3 de febrero.

Un 'siempre' relativo, porque la romería de San Blas no llegó hasta Santa Eulalia hasta bien avanzado el siglo XIX, cuando la desamortización del convento de los Trinitarios, que se alzaba en el solar de lo que son hoy el Museo de Bellas Artes y el Colegio Andrés Baquero, llevó hasta la parroquia eulaliense la imagen del santo, obra de Salzillo, y con él, la devoción y los devotos.

"San Blas y La Candelaria hacen que el barrio tome un aspecto de pequeño pueblo, de íntimo rincón"

Pero ni siquiera fue en aquellos tiempos trinitarios, que arrancaron en 1592, con el traslado de los frailes desde la Puerta de Orihuela, cuando nació la fiesta, sino que hay que remontarse a la epidemia de difteria de 1392, cuando los files acudían al antiguo convento trinitario a rogar a San Blas, protector contra los males de las vías respiratorias, para que les librase de la enfermedad, ya que los monjes eran depositarios de una reliquia del santo que les donó el rey Jaime I por el hecho de haber conquistado Murcia, para su yerno Alfonso X, el día 3 de febrero de 1266.

El hecho de que cesara la epidemia precisamente en la festividad del santo se tuvo por milagroso, por lo que no sólo se convirtió en costumbre acudir a venerarlo en su día, sino que el Ayuntamiento hizo voto de acudir todos los años hasta el convento como muestra de gratitud.

En su interesante 'Callejero murciano', tantas veces referencia para estos ayeres, contaba Nicolás Ortega que en la antigua ermita que se erigió cerca del Cigarral, formando parte de aquél 'cordón sanitario' de pequeños templos dedicados a santos sanadores que hubo cerca de las puertas de la desaparecida muralla, se organizaban con la llegada de la romería danzas y diversiones, y se bendecían unos rollos que, debidamente machacados, se vertían en una suerte de horchata para combatir los males de garganta. 

Con la llegada a Santa Eulalia de la efigie realizada por Salzillo, cuyo busto contempla desde su monumento en la plaza castiza la salida anual en procesión de su obra, las fiestas, vecinas en el calendario, de La Candelaria y San Blas se hicieron una, como ha sucedido mucho más recientemente en San Antón con las del patrón de los animales y las de San Fulgencio.

La bella talla estuvo a punto de perderse en el año 1876 sin necesidad de que llegara guerra o revolución alguna, como sucedió con tantas otras, pues justamente el día de su fiesta de ese año, una de las velas encendidas junto al santo prendió en un ramo de flores artificiales (contrahechas, les decían) y las llamas alcanzaron a las vestiduras episcopales que lucía el que fuera obispo de Sebaste (por entonces, Armenia, hoy Turquía).

Por fortuna, los daños fueron reparables, y el encargado de hacerlo fue el escultor Francisco Sánchez Araciel, aunque por las fechas bien pudo ser también su padre, Francisco Sánchez Tapia.

Marcado por los incendios está el santo, porque en la madrugada de su día, en el año 1854, tuvo lugar el gran incendio de la Catedral murciana, que acabó con el retablo mayor, el coro y los órganos, y cuyo origen se atribuyó, sin plena certeza, a que alguna de las velas de la fiesta de La Candelaria prendiera en algo inflamable que propició que se extendiera rápidamente.

Incendios al margen, la celebración prendió pronto y con fuerza en Santa Eulalia, hasta convertirse en las fiestas de barrio, y con sabor a barrio por excelencia.

Allá por el año 1890, escribí un cronista local: "El domingo y lunes estuvieron muy concurridas, con ocasión de las fiestas de San Blas y La Candelaria, la plaza de Santa Eulalia y calles adyacentes a ella. Hubo lo de todos los años; puestos de cascaruja, de agrio y de cordones de San Blas, así como una riquísima colección de buenas nenicas que hermosearon con su presencia aquel sitio, y sacaron de quicio a más de cuatro pollos y a otros tantos gallos".

Y en otra del primer año del siglo XX: "Con una concurrencia extraordinaria tuvo lugar ayer la popular fiesta que los vecinos de Santa Eulalia hacen en honor de San Blas y La Candelaria. Pocos años ha acudido tanta gente a la alegre plaza que preside el inmortal Salzillo. Mujeres hermosas de las clases alta, media y baja, sobre todo de este última; música hasta derrocharla; huertanos en patrulla y señoritos timadores; de todo hubo en mayor escala que ningún año. En estas fiestas se expansiona el pueblo; pues ¡vivan las fiestas populares!"

El carácter de estas queda bien a las claras con estas breves reseñas, como queda claro, a cualquiera que se acerque esto días, pero sobre todo esta tarde, por el barrio, que pese a los años, a los cambios, al hecho de que La Candelaria dejara, hace ya mucho, de ser festivo, o medio festivo, lo que permitía que la procesión saliera por la mañana, a pesar de todo, Santa Eulalia conserva sus esencias.

San Blas y La Candelaria hacen que el barrio tome un aspecto de pequeño pueblo, de íntimo rincón. Las calles, y sobre todo la plaza, corazón del barrio, se inundan de gentes... la romería, los puestos de venta, los caballitos, la iglesia, los palmitos, los rollicos y los sanblases, todo hace que la fiesta sea la de siempre y que nos sintamos envueltos en recuerdos, aromas y sonidos de otro tiempo. Como ayer.

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