Fotos: Archivo General de la Región de Murcia, Hispana, Museo de la Ciudad y Museo del Traje.
MURCIA. Murcia alberga una historia encomiable, rica y extensa. Desde los íberos, los visigodos, la irrupción árabe y el cristianismo hasta la actual década del siglo XXI, tres milenios y más de dos mil años convirtieron la ciudad en lo que hoy se conoce. Restos arqueológicos, testimonio escrito, oral, en pinturas y fotografías son testigos de lo que un día fue y hoy es. Para ubicar estos lugares y no perderse entre ellos, hacemos un repaso por cuatro de las curiosidades históricas que se esconden en la capital, caminando de la mano del cronista oficial de Murcia, Antonio Botías, recopiladas en su libro Secretos y leyendas.
Frente al Ayuntamiento de Murcia, durante décadas vivieron las ratas en una isla, sí, en un montículo de sedimentos en el camino del Río Segura a su paso por el centro. Al pasar el Puente Viejo, a la altura del hoy Museo Hidráulico Molinos del Río, se encontraba aquella predominante superficie, llena de los no queridos roedores. Desde 1920, hay registro de su existencia, pero este foco no despareció hasta llegada la década de los sesenta.
La famosa isla pasó a la historia por las labores de limpieza, pero con el pasó de los años surgió otro montículo un poco más arriba, mucho más cerca del Puente de los Peligros. Después irrumpió una tercera isla, que aunque se limpió, no logró desaparecer. Ya no existe con este nombre, pero las aventuras que en ellas se vivieron quedarán en la memoria de aquellos que lean las crónicas de una ciudad viva. Las anécdotas recogidas señalan una burra recuperada por cuatro duros, su nombre como título de la novela del profesor Santiago Delgado y ser la base del mástil de la pasarela del Malecón o de Manterola. Con esta última, su permanencia es un hecho, pero ya parece olvidado que alguna vez fue la 'Isla de las Ratas'.
La capital murciana contaba con una serie de canales, tanto mayores como menores. Esto permitió que toda la huerta se viera nutrida de tan preciado y necesario líquido. Lo que convierte en curiosidad este tramo es su presencia en pleno centro y cómo menguó para convertirse en la calle Acisclo Díaz, nombre del destacado músico alhameño del siglo XIX.
La Aljufía se divide a través de unas compuertas en otras tres acequias, la Caravija, Benetuzer y Nelva. Todas tienen en su recorrido tramos por los bajos de Murcia. Caravija discurre entre las calles Enrique Villar, San Ignacio de Loyola; Benetuzer se encuentra en dirección a Puente Tocinos; y la última nutre la zona de Casillas y Zarandona. Aunque no se pueden ver, a sus pies discurre agua por estructuras que se resisten al paso del tiempo.
A mediados del siglo XIX, un osado emprendedor, Francisco María Alted, presentó una bebida que sentaría precedente, o eso creía. Era el vino de naranja. La Sociedad Económica de Amigo del País de Murcia no consideró tal iniciativa como una opción que cumplía con los estándares de calidad de la época, por lo que cerraron cualquier puerta a tal propuesta.
Alted no dudaba de la poca envergadura que tendría su idea. Siguió adelante con ella. Una década después publicaría en los diarios de la época la receta de la espirituosa bebida, así como los instrumentos adecuados para ella. "Con un cuchillo de hierro para evitar la oxidación de este mineral" al cortar por la mitad la naranja, señala Botías sobre la receta publicada en la que detalla desde el color de la naranja hasta su sabor "bastante amargoso", incluyendo las semanas de fermentación para obtener su preciado brebaje. El proceso no termina aquí y hasta el curado de los barriles con las cáscaras de la fruta se debía seguir.
Aunque el resultado fue bueno y hasta en remedio se convirtió. El fracaso al proyecto alcanzó. Hay que ver las cosas que tienen el tiempo y el destino, con materia prima de máxima calidad y a un precio que pocos podrían igualar.
En las lindes donde hoy se encuentra el Ayuntamiento de Murcia, hace más de cinco siglos hubo una pista de bolos. Justo donde fueron ubicados los "Naranjos de la Corte", área cultivada para ocultar la peste del río Segura en esos días.
La primera referencia que se tiene de esta práctica, data de 1521. No lo hace de forma divertida, al contrario, se registra la sanción para todos aquellos vecinos, mozos y esclavos que participaran en los juegos, ya que generaba roces y malentendidos que no aportaban nada bueno; al contrario, ofrecen un mal ejemplo al entorno.
La multa iba desde 300 maravedís, equivalentes a 30 euros en la actualidad, pero si era un esclavo se la cobraban a golpes, "cien azotes atado a un naranjo de la Casa de la Corte".
Es así como jugar a los bolos huertanos se convirtió en una práctica de riesgo durante un tiempo.
Murcia pose un encanto natural, su historia la llena de vivacidad e invita a recorrer cada rincón y a vivir entre la muralla, la huerta y el corazón.