vals para hormigas  / OPINIÓN

Roald Dahl y la censura 

24/02/2023 - 

Ya saben que, contra lo que dicen todos los manuales de mi oficio, a mí no me gusta nada la realidad. Y buena parte de la culpa es de Disney, como productora de largometrajes de animación. Del resto, cortometrajes, empresa de entretenimiento y trituradora de enemigos, mejor me olvido. El caso es que, hace un par de años, comenzó a cercenar sus productos para adaptarlos a las nuevas tendencias integradoras. Nada de racismo, nada de sexismo, nada de reírse de los discapacitados. Tijeretazos en sus propias carnes de celuloide contra las ampollas de los demás, de piel tan fina. Al mismo tiempo, su principal rival en el campo de los cortometrajes de animación, la Warner, simplemente puso una cartela al principio de sus productos, en los que Bugs Bunny, el pato Lucas o el Correcaminos manejaban todos los registros, salvo el de la sutileza. Antes de cualquier incorrección sufrida por el Coyote y sus utensilios ACME, avisaban de que sus chifladuras eran hijas de un contexto pasado. Y que así se quedaban. Nada de censura. El que entrase, se exponía a ver cómo cada una de las Looney Tunes se cerraba con la voz de un cerdito tartamudo. Y eso es to, eso es to, eso es todo, amigos.

Llevo tiempo mordiéndome la lengua con este asunto. Pero esta semana ha aparecido la noticia de que se han suavizado los textos de Roald Dahl. Y como Michael Corleone en El Padrino III, siento cómo he tratado siempre de escapar de esta polémica pero los hechos, esa maldita realidad de la que les hablaba, me vuelven a sumergir en lo turbio. En obras como Matilda o como Charlie y la fábrica de chocolate, entre otras, se está alterando el texto original para no ofender a nadie. Treinta y dos años después de la muerte del autor y, por tanto, sin poder contar con su opinión. Si uno pasea un rato por cualquiera de sus obras, tanto las infantiles como las de adultos, se dará cuenta de que Dahl es un deslenguado, un kamikaze, el Príncipe de las Tinieblas en el paraíso de la mano izquierda. No cabría esperar que permitiera aguar ni un mililitro de su mala leche para que la infancia actual no resulte dañada. Los niños consentidos son, de hecho, objeto permanente de su ferocidad. Vuelvan a leer la fábula protagonizada por Willy Wonka y compartan en redes sociales cualquier párrafo en el que encuentren una brizna de corrección. No lo encontrarán.

No pretendo hablar de los ofendidos. Voy un poco más allá. He llegado a leer la defensa que graduados en Historia hacen de perversiones como las de Disney o la editorial Puffin Books (perpetradora del atentado contra Dahl). Cuando, en realidad, es puro 1984, la novela de Orwell, o pura Compilación de las instrucciones del oficio de la Santa Inquisición, el manual de Tomás de Torquemada. Modificar el idioma para que diga lo que no dice, quemar palabras como si fueran brujas o herejes medievales. Aludo a los historiadores porque lo que me asombra es que estemos borrando todo vestigio del Mal. Como si no existiera. Con estos cambios, llegará un momento en que el Winston de 2084 no sabrá a qué nos estábamos enfrentando cuando abogábamos por la integración de todas las razas, todos los géneros, todas las fisonomías, todas las mentes, todas las sensibilidades. Y, en el caso de que para entonces se hubiera logrado alcanzar la utopía, no dispondríamos de la memoria de cuando éramos peores.

@Faroimpostor

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