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SILLÓN OREJERO

'Retrato underground': un elogio de la cultura popular y la vida cotidiana

Mientras algo que llaman "la cultura" se promueve desde las instituciones y lucrativas industrias, basta una mirada a su alrededor de la autora Lucy Sante para comprobar que las meditaciones más trascendentales pueden estar en lo más sencillo. Se trata de una observadora del microcosmos neoyorquino desde que era un lugar caótico y peligroso, pero barato, a ahora que es una gran colección de franquicias con el metro cuadrado más caro del mundo. Su estilo al escribir es absolutamente libre en fondo y forma y sus artículos, una experiencia imprevisible

18/04/2022 - 

MURCIA. Lucy Sante -Luc antes de hacer su transición de género- hizo en Mata a tus ídolos un retrato apasionante de la ciudad de Nueva York. La cuestión de peso era sencilla. Antes de los 80, era una ciudad llena de edificios en ruinas con alquileres muy bajos. La subsistencia estaba al alcance de la mano sin no demasiado dispendio en lo básico y eso la llenó de personajes extravagantes fuera del modelo americano de éxito y de familia, también artistas o, sobre todo, aspirantes, y entre ellos mucho criminal, delincuente y marginalidad, esto es, prostitución y drogas.

El encanto de paisajes de ese tipo muchas veces se ha puesto en cuestión por culpa de la terrible nostalgia, el caso es que poco importa porque ya no existe y, en lo cultural, nada es como antes. Lo que importa es ver cómo realmente fue. El hecho innegable es que la transformación de la ciudad por la vía del aumento de la demanda del metro cuadrado arrasó con todo este microcosmos y lo llenó de franquicias y gente haciendo running. Al mirar atrás, solo hay hechos y un orden de los acontecimientos. Por muchos nostálgicos golpes que nos demos con la cabeza contra un muro de hormigón, ni el pasado cambiará ni el presente será el pasado ni mucho menos el futuro será lo anterior.

La única nostalgia que tiene sentido sería la de la autora, que fue quien estuvo ahí. Del mismo modo, sus opiniones sobre lo cotidiano, la cultura popular o aquellos entornos, como dice en la contraportada "la huella que deja la contemporaneidad en nuestra experiencia cotidiana y en las manifestaciones culturales menos ostentosas", son realmente interesantes. Por mucho que surjan estudiosos de nuestra época en el futuro, nadie estará mejor posicionado para comentar un fenómeno cultural que quien estuvo en el aquí y ahora.

Ese es el título, de hecho, de uno de los ensayos que se incluyen ahora en Retrato underground, el cuarto libro suyo que publica en España Libros del KO. El ahora es un simple artículo de 2011 que disecciona un fenómeno que no nos es en absoluto ajeno en ninguna época: las ansias revolucionarias y, en paralelo, las de molar. Es algo viejo como el mundo, con sus vertientes progresista, nihilista, conservadora y reaccionaria. Haber, hay de todo. Aquí se centra en la más curiosa del siglo pasado, la revolución juvenil de los 60. A menudo tachada de patochada por los admiradores de Lenin y compañía, el calado social de aquellos cambios lleva camino de ser más duradero que la obra del anterior, aunque eso no quiere decir que ese humilde y pequeño legado no esté amenazado por poderosas fuerzas de toda clase.

No obstante, el tono del texto es de frustración, lógicamente. En 1968, cuando se mudó a Nueva York porque había obtenido una beca en un colegio. Al descubrir la ciudad y todos sus rincones más curiosos e inimaginables en la periferia, lo que más le llamó la atención fue la prensa underground.

"Esas publicaciones se distinguían a lo lejos por el aspecto, a menudo ramplón, a menudo caótico, a menudo chapucero, que hacía que los expositores resaltaran con aquel colorido carnavalesco. No costaban más que un cuarto de dólar o treinta y cinco centavos, de modo que empecé a fijarme en las cabeceras de todo el país (....) cuando por fin empecé a hojearlos me quedé perplejo (...) el contraste entre cómic underground que bebía de los años treinta y las ilustraciones con presunciones psicodélicas, la sensación de desnudez que sabía que me provocaría tener que abandonar la revista en el tren porque mi madre me registraba la habitación con regularidad..."

Este fragmento, hasta treinta años después que acabaron cuando internet se impuso como forma de comunicación general, se estuvo reproduciendo año tras año en muchos lugares del mundo. Existía el "peligro" de caer en esas publicaciones, esos cómics que inyectados en el cerebro de un chaval hacían que difícilmente volviera a ser el mismo o aquél que sus padres querían que fuese.

En ese caldo de cultivo, ocurrió lo inevitable. En el marco político de finales de los 60 y principios de los 70, el autor entendió la política de un modo visceral. Dice: "Estaba firmemente en contra de la guerra y a favor de la revolución, pero no podía haber explicado por qué, más allá del hecho de que la primera era odiosa y la segunda parecía divertida". Había roto con lo dominante. Estaba en otra onda. Según sus palabras, había encontrado "el ahora". Hubo prensa incluso que hablaba de "amor armado".

Está documentado cómo aquel movimiento se fue fracturando, disolviendo y transformando. Sante lo refleja cuando cuenta que de pronto la gente empezó a huir de las ciudades para instalarse en granjas abandonadas, rechazaban todo para irse en busca de la autosuficiencia.

El resultado es un ejercicio de sinceridad. De adulto, reconoce que se consideraba una especie de artista, pero le era muy difícil mostrar pruebas materiales. Malvivía en el Lower East Side con todos los problemas. Falta de calefacción durante meses, estado de ruina, alimañas, en unos años en los que ya no se mencionaba la revolución. Es entonces cuando encontró que esa prensa underground no hablaba de sus problemas cotidianos, como de los problemas del alquiler o de los alimentos, no prestaban atención al mundo cotidiano, solo trataban de grupos de música, bares y ropa. Entonces, sentencia que todo eso ya lo conocía sin necesidad de leer esa prensa. "Vivía por fin en pleno centro del Ahora". Es realmente hermoso.

Del resto de la obra destaca un perfil de Patti Smith, así como las continuas referencias al doo-wop, género del que ya hablaba en Mata a tus ídolos cuando señalaba que debajo de su ventana había travestis que cantaban muy bien y que posiblemente hubieran tenido un grupo diez o quince años atrás. En esta ocasión lo compara con el rap de los primeros años ochenta, recuerda que era una música que triunfaba en la calle, pero no la daban las emisoras. Con el doo-wop había pasado algo similar hasta que empezó a ser comercializado y convenientemente transmutado. También es fascinante, en su obsesión por las fotografías, cuando habla de las que no se sabe de dónde han salido que inundan los mercadillos de segunda mano cuando son auténticos. Las llama recuerdos asilvestrados. Sus artículos, en cierto modo, no dejan de ser ese tipo de retales de una vida.

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