CARTAGENA. Un paraíso entre dos mares. Esta suele ser la descripción de La Manga del Mar Menor que se encuentra en las páginas de turismo. Y si bien es cierto que la segunda parte del enunciado, lo de "entre dos mares", no tiene discusión; lo de paraíso puede ser subjetivo, aunque sin duda hubo un tiempo en que lo fue y, seguramente, lo seguirá siendo para muchos (porque, ¿qué entiende uno por paraíso?). Y es que por si algo se caracteriza La Manga es por su falta de homogeneidad, lo que da lugar a multitud de 'Mangas' diferentes, como si de los metaversos de Marvel se trataran. Son 21 kilómetros de contrastes, donde se alternan zonas masificadas y de dudosa estética (qué manía le dio a algunos con los castillos) con otras residenciales y elegantes, fruto de un urbanismo caprichoso y caótico. Donde se pueden contemplar unos atardeceres espectaculares mientras se disfruta de una cerveza en un chiringuito... aunque cerca acechen algunas de las fantasmales infraestructuras de una Manga que ya no existe o nunca fue. Donde se encuentran unas playas de arena fina que, cuando el mar está en calma, nada tienen que envidiar al Caribe, pero donde te las verás y te la desearás para aparcar, sobre todo si es fin de semana…
Son muchas las razones para amar esta franja de tierra que se reparten Cartagena y San Javier; pero también las hay para, a veces y solo un poco, odiar algunas 'cosicas' con las que uno se encuentra por estos lares. Hemos preguntado a un grupo de WhatsApp de mangueros de toda la vida su opinión al respecto y estas son algunas de las cosas que nos han comentado.
Todos coinciden en subrayar la calidad de las playas que dan al Mediterráneo y los buenos baños en unas aguas que este verano están más templadas de lo habitual, así como la posibilidad de practicar deportes náuticos en ambos mares. También la existencia de espacios naturales protegidos como Las Amoladeras, que se encuentran a la entrada y son una reserva de la vegetación autóctona de la zona, y las Salinas de Marchamalo, donde se pueden contemplar a los tímidos flamencos descansando y alimentándose (a veces también en vuelo). Aunque las aves más abundantes son las escandalosas cotorras argentinas; ellas, sin duda, aman La Manga.
En este apartado bucólico no podían faltar las puestas de sol en el Mar Menor -de los atardeceres más bonitos de España según figuraba en algún ranking-, que harán las delicias de cualquier instagramer. Y las vistas de Cabo de Palos, con su imponente faro iluminando las noches de los más afortunados.
Nuestros amigos mangueros también valoran el aire de Levante que hace los meses de calor más soportables, aún en un año tan extremadamente caluroso como este 2022. "No hace tanto en La Manga había que llevar siempre una rebeca por la noche", recuerda alguno. Este verano, no les está haciendo falta.
La gastronomía es una razón para amar La Manga, donde se puede encontrar de todo, desde sofisticada y elaborada gastronomía a un buen número de chiringuitos y bares de toda la vida a orillas del mar. Desde el próximo Cabo de Palos, pasando por la siempre animada Plaza Bohemia –con sus hippies, tiendas que abren hasta bien entrada la noche y sus heladerías-; el Zoco, con sus calles y plazas; o el cuidado Puerto de Tomás Maestre –"no parece que estemos en La Manga", ha dicho más de uno en este metaverso de alto standing-; además de un sinfín de establecimientos que están distribuidos a lo largo de la interminable Gran Vía. Caldero, sardinas a la plancha, frituras de pescado, pizzas que gozan de una fama merecida… Hay gastronomía para todos los gustos.
Para los jóvenes, el ocio nocturno es otro motivo para querer pasar sus vacaciones en La Manga –posiblemente, no compartido con sus padres-, contando con distintos locales y discotecas que están de moda. La incombustible Trips, Mama Luna o, este verano, el chiringuito Mama Fina son algunos de los más frecuentados. "¿Os acordáis del Miqui de Cabo de Palos?", pregunta alguien (y casi se adivina un suspiro).
La arquitectura de La Manga despierta sentimientos encontrados entre estos mangueros, aunque en general critican el caos urbanístico del que ha sido víctima. No obstante, saben que prestigiosos arquitectos dejaron por aquí auténticas 'joyas' en los años sesenta y setenta, cuando el fenómeno del turismo comenzó a demandar la construcción de hoteles y segundas residencias. Antonio Bonet, Corrales y Molezún, Joaquín Sebares o Fernando Garrido se encuentran entre estos prestigiosos profesionales cuyas obras forman parte de la identidad de La Manga y son un referente de una arquitectura 'de playa' o 'turística' de calidad.
Los Cubanitos, el Conjunto Hexagonal (los 'verdes', aunque ahora son de otro color), los bungalows Malaret, el Edificio Babilonia, el ahora Museo Boyer Tresaco, el Club Náutico Dos Mares, los Bungalows Dos Mares, la torre Varadero, la Vivienda Avante o Casa Cotorruelo (Collados Beach), la pirámide del Galán, el Banco Popular... son algunos de estos exponentes que muchas veces pasan desapercibidos entre tanto ladrillo. Pero que, cambiando el orden del dicho, el bosque no te impida ver los árboles.
Luego vino todo lo demás y de todo hay. Desde espectaculares y tranquilos chalets en zonas más aisladas a urbanizaciones muy masificadas. En cuanto a estética y aunque "para gustos, los colores", difícilmente algunos exponentes de este desmadre arquitectónico encontrará quien los defienda. El resultado ahí está, muy distinto al que soñó Antonio Bonet cuando se le encomendó el Plan de Ordenación y Urbanización de La Manga del Mar Menor entre 1961 y 1964, con el que propuso altas estructuras edificatorias, repetidas cada dos kilómetros, que se equilibrasen con arquitecturas de baja altura situadas entre ellas.
A esto hay que sumar los 'fantasmas' de edificaciones que nunca llegaron a ser, como el monstruoso esqueleto del hotel Lagomar –todos los veranos anuncian que se va a derribar- o de otros que se encuentran sumidos en el abandono, como el edificio del Imsem del Ayuntamiento de Cartagena, en la misma entrada de La Manga para dar una dudosa bienvenida a los turistas; los centros comerciales de la zona del Entremares (donde quedan pocos establecimientos abiertos, aunque tienen su público); o El Vivero, que conoció, antaño, días de gloria. Este año, por cierto, el veterano Cine La Manga, el de Puerto Bello, no ha abierto sus puertas.
A nuestros mangueros, en cuestión, les gusta pasear y 'aman' el poder hacerlo kilómetros y kilómetros por La Manga "sin agobios". Pero también echan en falta un paseo marítimo como tienen otras muchas localidades costeras menos turísticas. ¿Cuántos edificios habría que demoler para poder construirlo? Calcularlo puede ser una buena distracción para el caminante que, por lo pronto, tiene que hacerlo en compañía del tráfico y sin las vistas del mar que está a un paso.
También cogen de vez en cuando la bici. Y si bien es verdad que ya hay un carril para los ciclistas, este se presenta lleno de obstáculos, interrupciones, gente que no tiene acera suficiente o que anda despistada… "Hasta un contenedor de basura me encontré yo un día en medio del carril", apunta uno del grupo.
En cuanto a otras pequeñas cosillas que no gustan, recopilamos algunas como "el afilador o el tapicero que te despierta, aunque luego te arregle las sombrillas", "las sirenas de las ambulancias que te ponen el corazón en un puño"; o "la gente sin camiseta en los supermercados". Los souvenirs más kitsch que uno se pueda imaginar levantan, al mismo tiempo, amores y odios a partes iguales. "Mientras no te obliguen a comprarlos por real decreto tienen su encanto", apuntan.
A los mangueros de este grupo, a pesar de que sean un poco quejicas, no hay quien los mueva de su Manga del Mar Menor, con sus virtudes y sus defectos. Porque aquí han pasado los veranos de su infancia; cerraron los bares en su época de juventud; hicieron piña cuando sus niños eran pequeños (quién si no hubiera aguantado las largas tarde de placita); y siguen reencontrándose cada verano.